Tenía tiempo de no escribir. El momento político que vive el país me motiva a dejar un testimonio de lo que vislumbro para México. Sería muy ambicioso e inocente intentar predecir los próximos seis años a partir del 1 de diciembre próximo. Por eso me hago una pregunta sencilla. ¿Qué se avecina para el corto plazo?
La elección presidencial de este año reviste una singularidad muy especial. No creo que sea más importante que las anteriores pues cada una ha tenido su relevancia propia, pero el todavía joven siglo XXI, en lo electoral, ha tenido un denominador común: Andrés Manuel López Obrador.
He seguido la vida política del tabasqueño desde que era Jefe de Gobierno. Me llamaba la atención su disciplina para dar una conferencia de prensa cada mañana (¿o era solo los lunes?) y el tema de “El Encino” me inspiraba a estudiar con detenimiento el juicio de amparo y la figura de la suspensión. El desafuero, justo en la contienda interna del Partido de la Revolución Democrática para obtener la candidatura presidencial, fue la plataforma perfecta que le confeccionó Vicente Fox. Fue el escaparate ideal para sus planes políticos.
No me queda duda que en la elección del 2006 hubo acciones fuera de la ley que le impidieron llegar a Los Pinos. Probablemente el daño se causó mucho antes de la elección y el “día D” simplemente fue la estocada final. Pero de ahí en adelante, al menos para mí, la idea de que AMLO era el personaje ideal para llegar a la Presidencia empezó a desvanecerse.
Mi primera inquietud fue ¿por qué aferrarse a construir la candidatura presidencial? ¿por qué no buscar los espacios donde se podía tener voz para señalar los males del país e incluso hacer algo para tratar de solucionarlos? ¿Acaso es tan poco una diputación federal o una senaduría? ¿Una delegación de la hoy CDMX o un cargo relevante en el gabinete del Jefe de Gobierno? No fue así. La Presidencia, siempre la Presidencia.
Desde que inició su pretensión (u obsesión) por alcanzar el máximo cargo de elección popular del país, AMLO supo muy bien cómo ganar la simpatía de las masas. Y es que en un
país con tanta desigualdad, ésta se convierte en una fortaleza para un político que sabe dirigirse a cada público, que va moldeando sus ideas conforme a lo que el respetable desea escuchar. No es un plan certero, no es una estrategia de largo plazo, se trata de hacerse de la popularidad a costa de decir lo que sea.
Con esta visión AMLO está muy cerca de convertirse en el próximo Presidente de la República. Ha utilizado bien la táctica de confrontar a quien sea con quien sea. A los medios que lo alaban contra los que lo cuestionan, a pesar de que está documentado que, parejo, de enero del 2000 a julio de 2004 gastó en ellos casi 100 millones de dólares en publicidad oficial (Pérez Espino, 2012: p. 1207 ebook).
Fifís o patriotas. Pobres o ricos. Valientes o cobardes. Con AMLO no hay puntos medios y se vislumbra le será rentable electoralmente este domingo 1 de julio. Gracias a su astucia y a que sus contrincantes mordieron el anzuelo, en lo político y lo social los mexicanos nos encontramos confrontados dependiendo del lado en el que estemos en esta contienda electoral.
Lo que tal vez AMLO está pasando por alto o dejando para después, es que si gana el domingo se convertirá en el Presidente de México, no de Morena no de sus incondicionales. Vaya, será incluso Presidente de la mafia del poder que tanto cuestiona y que después arropó en su proyecto político.
De llegar a ganar, AMLO tendrá un inicio de gobierno apresurado por la carencia de un plan serio y estructurado para gobernar el país. Su preocupación principal es ganar. Por lo menos, los primeros dos años será de mucho mirar hacia atrás, apuntar con el dedo y justificar porque el país sigue igual que hoy. Esta actitud puede ser riesgosa porque los reclamos sociales arrinconan a los gobernantes y las reacciones pueden convertirse en una “bala perdida” que le puede tocar a quien ni la debe ni la teme.
Sin duda, tenemos que salir a votar este domingo.
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