CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- El Caminante como muchos otros personajes de la ciudad tiene sus herramientas de trabajo: sus ojos, olfato y oídos para registrar cada color, aroma, textura y sonido que llena el paisaje urbano.
Pero ninguno de estos sentidos podría llevar a cabo su chamba sino está en el lugar de la acción. Y para eso depende de sus pies y muy en especial de sus zapatos, cacles, papos o llantas para cinco dedos.
Si uno de ellos falla, ya sea que se le despegue la suela o se le abra un agujero, el Caminante no podría irse de pata de perro por la ‘capirucha’ tamaulipeca.
Si las llantas fallan el carro nomás no se mueve.
Por eso el Caminante se fue a echar la platicada con algunos de los zapateros de la ciudad.
La jornada empezó con un tinte de tristeza pues al ir a preguntar por uno de ellos se topó con la lamentable noticia de que hace años dejó este mundo. Don Arturo Badillo ya caminó. El aparte del negocio de las suelas y los remiendos fue portero del equipo de futbol Los Cuerudos en sus buenos tiempos. El “Popopó” le llamaban porque era tartamudo. Descanse en paz.
Por el rumbo del 18 Ocampo está el changarro en el que diligentemente don Candelario Charles (“y Rojas porque también tuve madre”, dice) preserva el oficio de zapatero.
El hombre a sus 75 años ríe y asegura “aún ‘toy pollo’”.
‘Aprendimos de chavos cuando vivía mi padre, todos los hermanos fuimos zapateros; éramos cinco y ya somos nomás tres, pues dos ya se fueron, pero ya sólo yo chambeo en esto porque los otros ya soltaron el arpa” cuenta Don Candelario.
Durante mucho tiempo su taller estuvo en el 15 Zaragoza y Ocampo, pero de unos años a la fecha se le puede encontrar en esta esquina.
Sobre la afluencia de clientes, él comenta que en su caso “está muy amolado, esto ahí va al pasito al pasito”, pues a pesar de ser diciembre revela que la situación “No se quiere componer,
siempre estamos con la esperanza de este mes pero nomás no… ahí tengo mucho trabajo hecho pero no han venido por él”, relata.
Este día está muy tranquilón en cuanto a chamba y don Candelario se encuentra fabricando una extensión con un foco por un lado.
Pide a doña Bertha (su esposa) que le traiga un desarmador ‘de estrella’.
“Es un prieto como yo”, le dice pero la señora batalla para identificar la herramienta aunque dice que sí las conoce.
Y continúa su relato; “aunque aprendí el oficio de zapatero me dediqué un buen tiempo a andar de taxista… mi base estaba en la central camionera… ¡On’tá el desarmador de estrella Bertha!” exclama.
Un posible cliente llega y pregunta por una suela corrida para sus zapatos, don Candelario le da precio y el hombre hace una mueca. Se retira sin encargar trabajo alguno. Así como él muchos habrá a lo largo del día.
Aunque el bisne se mueve lento don Candelario no pierde tiempo, y termina otra chamba, reparar una chamarra de piel que llegó descosida.
El oficio de zapatero en la familia Charles tal vez desaparezca pues ninguno de sus vástagos se interesó en reparar calzado:
“Tengo seis hijos y sólo dos varones, uno es maestro y el otro aunque también es profesor es chofer de autobús.
Yo le digo que si yo fuera maestro que chingados iba andar detrás del pinche volante. Pero pues luego no hay chamba de maestro”, cuenta.
A decir de don Calendario la moda en el calzado en realidad no ha cambiado mucho, pero la calidad de las prendas cada vez es más chafa. Será tal vez por eso que aunque tiene clientes de años cada vez menos personas optan por renovar su calzado y prefieren comprar unos nuevos. Claro que esto depende de la prenda. Hay quienes invierten en algún buen par de mil o dos mil pesos de fina hechura y a esos sí conviene repararlos.
– ¡Bertha unas pinzas!
– ¿De cuáles?
– ¡De las que sean!
Doña Bertha trae unas pinzas eléctrica enormes y don Candelario nomás chista los dientes.
– Tú me dijiste que de las que sean – le dice, pero a sus espaldas guarda unas más pequeñas ideales para la tarea que está realizando.
Cumplida la misión de fabricar la extensión con linterna Don Candelario sigue con la chamba y el Caminante su jornada.
En Plaza Guadalupe, del 4 y 5 Bulevar Praxedis Balboa hay un laberinto de puestos que aunque modestos, representan una oferta muy importante de mercancías y servicios. Allá al fondo en los negocitos con numeración del 3 al 5 está el taller de renovación de calzado de don Benito Cardona.
Él, como la mayoría de los zapateros de la vieja escuela heredó el oficio de su padre.
Cuando él era muy niño aprendió en el taller de la familia ahí por el 17 y 18 Ocampo donde se fogueó hasta su juventud. Fue entonces que decidió independizarse e iniciar su propio negocio. Ya contaba entonces con prole.
Recuerda que los primeros meses no tenía muchos clientes y la mayor parte del día se la pasaba ‘mosqueándose’. Pero su padre no lo iba a dejar a su suerte y un tiempo le pasaba chamba para que poco a poco se diera a conocer. Así pasaron dos años y medio.
A sus 55 años de edad y 24 renovando cacles se encuentra más activo que nunca en su jornada de nueve de la mañana a siete de la tarde. Además de reparar calzado, en su changarro también vende material e insumos a otros profesionales en cambiar suelas y tacones.
Esa mañana andaba del tingo al tango entregando tintas y baqueta a un comprador. Su compañero de chamba es don Chuy, que en un ratito le puso tapas a unas zapatillas y despegó la suela original a unos tenis Adidas. Acto seguido buscó en el almacen alguna que pudiera servir de reemplazo.
Don Chuy no sólo sabe de arreglar zapatos, conoce el proceso desde la curtida del cuero.
“Antes curábamos el cuero con yerbas, ahora usan solo químicos antes usábamos la tenaza… y no importaba el cuero: animal que se mataba, cuero que se usaba, por eso ahora por ejemplo las cueras tamaulipecas tienen ese olor un poco desagradable, eso lo sabemos quienes nos dedicamos desde la matanza hasta la curtida”, explica el zapatero que pasó 24 años chambeando en los rastros de la región.
Al taller llegó don Roberto Silva, un señor entrado en años oriundo del barrio conocido como el Pitayal y que solicitó que le arreglaran el cierre de su maletín. Don Jesús en un dos por tres lo repara usando más astucia que fuerza.
La chamba sigue en este lugar y El Caminante debe seguir su peregrinar en la zona centro de Ciudad Victoria, coleccionando momentos y enseñanzas de los ‘maistros’ de antaño se niegan a enterrar oficios tan necesarios como el de zapatero. Demasiada pata de perro por este día.