Jadeaba el gordito. Resoplaba a cada paso en el acarreo del balón. Ágil, rápido para su peso, driblaba, pasaba pelota y anotaba. Los equipos callejeros se lo disputaban. Se le veía, como un súper estrella de futbol del barrio. Era un chico parlanchín, de ojo rasgado, ceja intensamente poblada y pelo hirsuto. Chaparro y sólido. Nadie sabía cómo se llamaba. Respondía al nombre de Palomo.
Al terminar el partido –no había tiempo, ni reglas, ni árbitros- todos nos reuníamos, como si no existieran ganadores o derrotados, en alguna esquina de la calle principal de la colonia López Mateos en Santa Catarina, Nuevo León. Entre charla y charla –los encuentros eran inevitablemente en la noche, por el trabajo o la escuela, que todos atendíamos durante el día- me fui enterando que el crack de la cuadra era el famoso Palomo; parte de aquel dueto que todos habíamos escuchado en los años 60 alguna vez, en alguna cantina, en algún baile, o en algún lugar del Noreste: El Palomo y el Gorrión.
Ni sus luces de aquella figura aniñada de mirada pícara, que había conocido en las portadas de sus exitosos discos.
Invariablemente, teníamos que parar el juego para dejar el paso al último camión urbano proveniente de Monterrey, que llegaba la colonia. Obreros, amas de casa y estudiantes, bajaban del transporte. Interrumpían el encuentro, fabricando un fulgurante medio tiempo. Una chica menudita, pelo negrísimo que llevaba a la altura del hombro, rostro sin maquillaje, pantalón de mezclilla, huaraches y morral al hombro cruzaba la calle tan silenciosamente como si flotara. Podían cambiar los demás personajes, pero el último urbano de la noche necesariamente dejaba a la altura de una de las porterías a un grupo de vecinos y junto a éste a la discreta estudiante.
Se llamaba Francisca. Estudiaba Agronomía. Nunca ocultó su simpatía por las luchas de los obreros y los radicales como esperanzados colonos de la naciente Tierra y Libertad. Se sabía que repartía propaganda en apoyo a las diversas luchas sociales que en la década de los 70 proliferaron en Nuevo León y particularmente en su capital. En la Facultad también se distinguió por ser ferviente y vehemente impulsora de proyectos educativos y académicos críticos. La comunidad estudiantil le decía Pancha.
La comunidad de la López Mateos, un tanto ajena y distante de los conflictos de clase, la conocía como Panchita. Se le consideraba una jovencita –tendría algunos 22 años- dedicada a su escuela y apegada a sus padres. Su figura era muy peculiar en el camión urbano: de pie o sentada, siempre iba leyendo. Muy pocos conocían su ejercicio clandestino.
Un día la Dirección Federal de Seguridad localizó un grupo de jóvenes rebeldes del Frente Estudiantil Revolucionario en los populosos Condominios Constitución.
Considerados por la policía y los medios como peligrosos –habían perpetrado varios asaltos bancarios y se pronunciaban por un cambio en el gobierno por la ruta violenta- los arrestaron luego de una estridente y espectacular balacera. Hubo heridos de ambos bandos.
Histeria mediática.
“Guerrilleros”.
“Asesinos”.
“Roba-bancos”.
“Disidentes”.
Los detenidos fueron recluidos en el Penal del Topo Chico. La cárcel es en todas partes, una república muy pequeña. Llegó a oídos de los insurgentes una orden externa para agredirlos.
José Luis, uno de los líderes del FER pidió hablar con el director del Penal.
Le dijo, con voz suave, como si lo dijera a un amigo: -Tenemos la colonia, la calle, el número de su casa y su número telefónico. Si alguno de nosotros, la pasa mal…no va a ser el único.-
Los alzados y el carcelero, vivieron en paz.
Apenas levantó comentarios el acontecimiento entre los futbolistas. El Palomo siguió en su carrera de rompe-redes. Sólo el arribo del último urbano de la noche, registró un cambio: la ausencia de Francisca. Nadie preguntó por ella. Eso pasaba por temporadas.
Meses después, un grupo de rebeldes secuestró un avión que transportaba importantísimos personajes en el aeropuerto de Escobedo. Pidieron la libertad de sus compañeros y su traslado inmediato al aparato intervenido.
Tensa negociación.
Finalmente, el gobierno federal accedió. Los jóvenes liberados viajaron a Cuba.
Una de los operadoras de la acción, fue Francisca.
En la plática de fin de juego, pregunté al Palomo: -¿Ya sabías que Pancha andaba con la guerrilla?..
Respondió desde su precoz y monumental estrellato: -Siempre me pareció una mujer brava…
-¿..?- -Sí. Cuídate de una mujer que pisa quedito…