CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- La mañana es fría y quieta, los primeros rayos del sol bañan las avenidas grises y solas mientras el esporádico ruido de una motocicleta interrumpe la parsimonia de rato en rato.
La calle Hidalgo luce solitaria a las siete menos quince.
Sólo las estructuras metálicas adornan el pavimento en la acera sur.
Poco a poco diversas siluetas empiezan a aparecer expulsadas de camionetas tipo Van que se estacionan muy pegadito a los puestos. Da inicio la hora de descarga.
Uno a uno los comerciantes bajan de sus vehículos un montón de mercancías de muchos tipos: desde tenis, lentes, accesorios para celulares, sombreros, juguetes, bolsas, chamarras, verdura, quesos etc.
Un carretón ofrece avena y pan para desayunar y mitigar el fresco clima.
Sonrientes entre albures y abrazos de año nuevo atrasados van acomodando la ‘merca’ en su lugar de trabajo.
Las cortinas metálicas de los ‘comercios establecidos’ todavía estan abajo, pues su horario de atención aún no inicia.
Pero los puestos fijos y semifijos ya están en chinga.
Bien es sabido que en Ciudad Victoria la gran mayoría de los comerciantes no corresponden al ‘sector formal’.
Hay quienes en su evidente ignorancia le llaman ‘ambulantes’ a cualquier changarro que no esté bajo un techo de concreto.
Pero existe una diferencia muy amplia entre el ‘ambulantaje’ y los puestos fijos y semifijos.
Los primeros no pagan al municipio por trabajar en la vía pública en un espacio asignado. Tampoco reportan sus ingresos al fisco. Los segundos además de esto deben cumplir con otras normas de salubridad, de atención al consumidor e incluso de protección civil.
No, no han llegado a invadir el espacio público, antes bien deben estar en un padrón ante el Ayuntamiento y exhibir al público el tarjetón que lo acredita.
Su ocupación es tan legítima como cualquier otra chamba aunque más complicada de lo que parece.
Ahora bien, hay que decir que el comercio ambulante es un mal necesario pues se ha vuelto una válvula de escape para aquellos que no encuentran un empleo formal (o lo perdieron) y que decidieron salir a las calles a trabajar en lo que sea o vender cualquier cosa para ganarse el sustento de manera honesta. Nadie podría estar en contra de esta actividad comercial, aunque si
es una demanda de un gran sector de la población de que se regule para que se desarrolle de manera ordenada.
Para quienes trabajan en puestos fijos y semifijos desempeñarse a la intemperie les exige protegerse tanto de los fríazos invernales como del asfixiante calor de la canícula.
“Aquí nos pasamos más de media vida. Este puesto lo inició mi suegro hace más de treinta años y ahora yo lo administro”. Cuenta Gerardo Nieto “El Flaco”, quien se dedica a la venta de fantasía electrónica.
“Pago impuestos y derecho de piso por ejercer el comercio en la vía pública, no soy ambulante”, aclara al Caminante.
“Vendedor ambulante es aquel que no está fijo en un solo lugar, se dedican a vender sin permiso de la autoridad municipal y no reportan nada al fisco”, dice Gerardo.
Vender en la vía pública pareciera ser algo sencillo, pero no lo es. Para empezar se está expuesto a todos los tipos de contaminación ambiental, al ruido y a los cambios bruscos de clima.
Y en cuanto a las necesidades fisiológicas todo se complica. Hallar un sanitario medianamente limpio puede ser muy difícil. Y de los sagrados alimentos ni hablar “Aunque aquí puedes hallar de todo lo que te imagines para comer, hay un momento en que extrañas de a madre la comida de casa” confiesa “El Flaco”
Como cualquier otro negocio los ‘puesteros’ tienen tanto ganancias como pérdidas. Por ejemplo, quienes venden protectores de teléfonos celulares saben que esa mercancía debe desplazarse rápido pues la vida comercial de un smartphone es muy corta y si no “sale” pronto, acabará en un rincón sin esperanzas de venderse.
La fantasía electrónica puede llegar a ser muy rentable… Pero también es frágil: con los cambios de temperatura los circuitos se dañan y los aparatos terminan por no funcionar. Toda mercancía conlleva un riesgo.
Eso lo sabe muy bien Benny Martínez, quien desde hace muchos años se dedica al comercio. Pero no es este el único factor en contra. Los ladrones pueden llegar a perjudicarles de manera muy grave.
“Yo me dedico también a reparar relojes, desde un cambio de extensible y baterías hasta de maquinaria…una vez un ratero me la hizo buen buena ¡me robó una caja con relojes que tenía que reparar… Tuve que responderle a los dueños de los relojes y pues me salió en una lanota el chistecito!
Ha habido casos en que los puestos amanecen saqueados, dañados e incluso incendiados.
Así como Gerardo o el Benny hay muchos otros trabajadores sobre esta calle que aunque no son propietarios del puesto, sí trabajan arduamente para un patrón.
Como Eric, que atiende uno dedicado a la venta de tenis. El negocio pertenece a un familiar y cuenta que ahora que los bajaron a la calle efectivamente es más fluido el paso de los marchantes sobre la acera pero el verdadero problema va a ser en la temporada de lluvias pues al estar en el pavimento deberán sortear los encharcamientos que muchas veces llegan a rebasar la banqueta misma.
Para él la decisión de cerrar la calle Hidalgo trajo algunas complicaciones pues hace más difícil el acceso a los clientes en especial a los de la tercera edad y a aquellos con capacidades diferentes.
“Muchas veces es necesario que los clientes se midan el calzado y si no pueden bajarse del auto y tampoco hay donde estacionarse todo se dificulta y muchas veces se pierde la venta, cuenta el joven.
Hay comerciantes como Don Vicente, oriundo del Estado de México que hace más de tres décadas arribó a la capital tamaulipeca buscando fortuna dedicándose a la venta de artículos de piel, cinturones y sombreros y que muy enfáticamente hace diferencia entre ambulantes y puestos fijos y semifijos.
“Es mentira que no paguemos impuestos… Ya no es posible eso, es muy difícil evadirlo hoy en día. Nos llaman informales por no estar dentro de un local comercial pero la verdad es que nuestro trabajo es igual de legal” aclara.
Incluso, Don Vicente hace énfasis que los comercios establecidos se benefician de los posibles compradores que atraen los puestos callejeros “Vamos a ser honestos, esos negocios no tienen de todo, hay más surtido de mercancías en las aceras que dentro de los locales y muchas veces de mejor calidad. Yo he atendido clientes que me dicen ‘oiga véndame un buen cinto porque este que compré en tal o cual tienda me duró sólo dos meses… mire los agujeritos se desbocinaron de volada’ y pues resulta que la prenda se las vendieron al triple de precio que yo las vendo”.
Como ellos hay no solo en la calle Hidalgo, sino en todo el primer cuadro de la ciudad cientos de puestos más, que día a día hacen “su luchita” desde antes que amanezca hasta la noche.
El Caminante se despide de estos carnales que como muchos otros chambean muy duro para no solo llevar el sustento a casa, sino para impulsar a una nueva generación de victorenses que dirá un día: “mis jefes me sacaron adelante vendiendo en un puesto en la calle ¡y estoy muy orgulloso de ellos!”
Demasiada pata de perro por esta semana.