CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Todo empezó un miércoles en la tarde en que el Caminante revisaba su comunicación interpersonal social vía remota (o sea echaba la ‘concha’ en Facebook) en un descanso de su trabajo nocturno.
En su muro encontró un aviso solicitando sangre “O” positiva para una amiga y colaboradora en anteriores “Pata de perro”.
Rápidamente se puso en contacto por inbox para saber más de la situación en que su amiga querida se encontraba.
La noticia que recibió lo preocupó mucho: ella estaba programada para una cirugía mayor.
Fue entonces que el Caminante supo que era el momento de apoyar.
A la día siguiente muy de mañanita enfiló hacia la clínica del IMSS de “La Loma” asegurándose antes de cumplir los requisitos para ser donador de sangre (tiempo atrás ya lo había hecho, pero no está de más checar).
Al llegar al área del laboratorio se topó con la imagen que muchos conocen: más de cien personas haciendo fila para entregar muestras de orina, excremento o para extraerse sangre abarrotando el largo pasillo. Muchos de ellos aun tratando de despertar o de plano echándose una siestecita en lo que empiezan a darles la atención.
Más allá, al fondo del pasillo está la puerta cinco, la de los donadores, y alrededor de ella una multitud de personas con su identificación oficial en mano esperando que se abra para ser anotados en la lista de posibles contribuyentes del vital fluido rojo.
La puerta se abre y la señorita auxiliar llama a quienes desean hacer el trámite y ellos entregan su credencial para anotarse en el orden en que fueron llegando.
Mientras tanto a unos cuantos metros ya han empezado a llamar a los que vienen a dejar muestras o para extraerse sangre. Sin embargo los tiempos cambian y aquella manera de llamar a los presentes de viva voz ha sido sustituida.
Ahora un sistema automatizado va requiriendo a los pacientes uno a uno, primero con un timbre agudo y molesto, y después una voz similar a la del video del dinosaurio bailarín que clama “Auxilio me desmayo” recita nombre, apellido y puerta a la que han de acercarse.
Una hora después (a las 8:10 am) se abre la puerta de donadores nuevamente y de uno en uno empiezan a entrar los candidatos para extraerse dos tubitos que deberán ser minuciosamente analizados para verificar si cuentan con lo necesario para ser aceptado en el proceso. El Caminante es llamado casi a las 9 de la mañana, la auxiliar batalla para colocar la aguja en la vena correctamente pero lo logra, y le proporciona un cuestionario muy gráfico para determinar si es una persona de riesgo o posiblemente contagiada por alguna enfermedad de transmisión sexual. Tras contestarlo y estampar su firma en él, esta etapa del proceso ha sido completada.
Este día (jueves) en especial hay muchas personas interesadas en donar ¡veinticuatro! Así que el rollo va por demás lento.
Son casi las diez de la mañana y El Caminante es llamado a una puerta para ser entrevistado por un médico y se reporta al instante. Pero al entrar al área de laboratorio se le asigna un banco metálico ¡En pleno pasillo! Y ahí a la vista y exposición total debe contestar más preguntas sobre su salud, incluyendo sus hábitos alimenticios, recientes padecimientos y lo relativo a enfermedades crónicas y hasta saber cómo anda del pipí. Todo esto sería rutinario si no es por el hecho de tener que hacerlo ¡frente de la gente que trabaja ahí!. Finalmente el médico certifica que el candidato es aceptable para donar sangre. Sin embargo las horas pasan y el Caminante recuerda que dentro de una hora debe llevar a su esposa al trabajo. Pregunta al médico si será posible entrar al cuarto de sangrado antes de las once de la mañana. El galeno se sincera con él y le dice que eso no va a ser posible pero le recomienda que vaya a cumplir en casa y regrese a las dos de la tarde para continuar el proceso. El Caminante hace como el doctor le aconseja. Llega a las dos en punto pero ¡Oh sorpresa! Debe hacer el trámite ¡desde el inicio! Eso significaría echarse otras cinco “horas nalga” en la clínica y no alcanzaría a llegar a tiempo a su trabajo. Un poco decepcionado busca al médico que lo atendió en la mañana y recibe otro consejo “ya no madrugue mañana, vengase como a las 9 y pida turno, y así se ahorra como dos horas de espera” le dice el de bata blanca y estetoscopio.
Tristemente debe retirarse y reiniciar al día siguiente (viernes) el cual afortunadamente es el de su descanso, pero esto ya se volvió una cuestión de honor… ¡Oh sí!.
El viernes, el Caminante llega a la misma puerta cinco y espera a que se abra y entregar su credencial del INE para iniciar el trámite nuevamente. A las 10 am es llamado a extraerse la muestra, a las 11:30 le hacen nuevamente la entrevista (ootra vez a pasar pena en el pasillo) y regresa a las butacas de espera hasta ser llamado a las 12:45 para realizarse ahora sí el sangrado (o sea que le chupen medio litro de moronga).
Al entrar a este última etapa del proceso el Caminante decide conocer la versión de las personas que están al oootro lado de la puerta, es decir, de los trabajadores del IMSS. Lo que descubrió es algo que es muy fácil imaginar: para empezar, aún con lo enooorme que es este hospital general de zona, las áreas siguen siendo limitadas, pues la toma de muestra y el sangrado se tienen que hacer en el mismo cubículo (y que es muy reducido además).
Para llevar a cabo este trabajo, el proceso requiere al menos de cuatro personas: la auxiliar laboratorista que toma las muestras, el capturista que recaba datos en el sistema, el químico y el médico que lleva a cabo la entrevista y da el visto bueno al candidato a donar. Sin embargo en el mundo real muchas veces solo están disponibles dos personas para realizar la chamba: el auxiliar y el médico (cuando se desocupa de otras tareas). Incluso el auxiliar laboratorista debe apoyar a los “citados” para sacarse muestras cuando es demasiado el trabajo en el área contigua, y hasta
entrarle al trabajo acumulado en otra mesa (la de análisis de orina o de “los miados” como le llaman en su jerga). La falta de personal, de áreas para atención y la exagerada demanda de
pacientes que tiene el hospital son, en la opinión de esta trabajadora del IMSS lo que provoca que para cuando al donador le extraen el campo de sangre, no lleva 8 horas de ayuno ¡sino doce!
Además de pegarse la aburridota de su vida y trastocar su día pues un proceso que no debería llevarse más de 50 minutos llega a demorarse hasta seis horas.
Finalmente el Caminante sale de la clínica con un certificado de donador intransferible y con vigencia de 90 días. Horas más tarde su amiga del alma es intervenida en quirófano y su cirugía es todo un éxito. La larga y tormentosa espera para ceder sangre ha valido la pena. Demasiada pata de perro sangrado y desmañanado por esta semana.