México ha entrado en una crisis política sin precedente que no va a llevar a una reforma de sistema político/régimen de gobierno/Estado constitucional, sino a la refundación del modelo político del PRI, con la circunstancia inocultable de que el presidente Andrés Manuel López Obrador y su partido-movimiento Morena no pueden reproducir el experimento priísta porque nadie se baña dos veces en la misma agua del río y la historia se presenta como tragedia y se repite como farsa.
La responsabilidad no es toda de López Obrador. A lo largo de treinta años has definido una propuesta de forma de gobierno sustentado en relación directa con bases sociales beneficiadas de programas direccionados. En ese largo tiempo, el PRI pasó del proyecto social de la Revolución Mexicana a una propuesta de neoliberalismo de mercado y Estado autónomo, el PAN perdió su origen social cristiano y también se hundió en un pragmatismo sin idea moral, el PRD nació de una mezcla rara de militantes del Partido Comunista Mexicano y ex priístas cardenistas-pospopulistas
y las pequeñas organizaciones como partidos- rémora se venden al mejor postor.
El propio partido-movimiento Morena no ha definido su estructura-ideología-relaciones de clase. Es la suma de todo aquel que quiera un empleo, a cambio de abandonar sus organizaciones en declinación. Su objetivo es sólo apoyar a López Obrador y de distribuir el poder sin ninguna construcción de una red real de dominio político. A diferencia del modelo PRI, aún no existe una relación orgánica entre el presidente de la república y su partido;
y hasta ahora, las bancadas de Morena en las dos Cámaras sólo obedecen la instrucción general de aprobar leyes que le importen al presidente.
El presidente de la república ha asumido las funciones directas del viejo modelo priísta, pero las ha llevado a un liderazgo personal avasallante. Las conferencias de prensa diarias del presidente de 7 a 9 de la mañana no fijan agenda, sino que imponen temas, anatemas y voluntarismos. Y a lo largo del día no hay espacio para el debate ni para la confrontación de proyectos, sino que todos los críticos opositores tienen que defenderse de las acusaciones generales.
Los simbólicos primeros cien días de gobierno de López Obrador han prefigurado la característica de su forma de gobernar. Y no hay ningún secreto: busca la imposición de su figura personal como dominante en la gestión de un gobierno sin funcionalidad y su legitimidad –la clave de su estilo– depende de la apertura de las exclusas de la corrupción de gobiernos anteriores para culparlos de la falta de resultados de su propia administración.
En las leyendas políticas del priísmo mexicano hay una anécdota muy difundida: todo presidente saliente le entrega a su sucesor el día de la asunción tres sobres con tres tarjetas escritas; el nuevo mandatario debe ir las abriendo en función de las crisis.




