El escenario esta completamente montado. Micrófonos, bafles y cables conectados para magnificar el show. El sonido de instrumentos afinando se escucha desde lo lejos. Es una mañana de domingo, fresca, apacible y llena de bullicio por las aceras de esta céntrica zona. El Caminante se apura a llegar a la temprana cita.
Los acordes de una guitarra eléctrica provocan que transeúntes apurados y curiosos se asomen por las ventanillas de los autos para saber que está sucediendo.
El recinto destinado para este espectáculo no es un estadio, o una plaza, ni siquiera un negocio techado, el show se llevará a cabo sobre la banqueta del lado norte del popular mercado Argüelles, entre canastas, carretones de tacos, motocicletas en venta (en abonos chiquitos) mesas y sillas al aire libre, comensales disfrutando de un rico y reparador menudo, el rechinido de una maquina fabricadora de tortillas de maíz y el rugido de motores bajando por la calle Morelos. Ahí frente a la fila de personas que esperan que se abra la puerta para entrar a pagar a Coppel, a un lado de los boleros y amanecidos, indigentes y ejidatarios que desde muy temprano llegaron a la ‘gran ciudad’ para dar la vuelta con la familia y llevar la despensa para toda la semana.
Es el lugar perfecto para una sesión de cañonazos de rock and roll, acumulados en casi seis décadas de una vida seducida por la música.
Finalmente los protagonistas de este recital urbano están listos para iniciar. La primera joya inicia con el peculiar adagio que en la década de los sesentas hiciera popular Manolo Muñoz: “Speedy González”.
La calle se cimbra con el golpeteo de tambores y platillos, los riffs con alta carga de distorsión y el abrumador impulso del bajo eléctrico.
El grupo de rock “Los Hunos” se apodera del escenario y prende a los presentes con los mejores éxitos de este género.
Al micrófono Don Oscar Medina Quevedo, muestra sus habilidades de ‘frontman’ cantando uno a uno los temas que el respetable público aplaude, corea y solicita.
En la guitarra y con 75 primaveras cumplidas Don Guillermo Ensignia Villanueva rockea con la intensidad y fuerza de un veinteañero, aderezada con la experiencia de más de cincuenta años dándole guerra a las cuerdas.
Contrario a lo que muchas bandas actuales acostumbran, Los Hunos bombardean canción tras canción hasta cinco veces seguidas, solo haciendo pausa para breves encores en el cual aprovechan para promocionar a los negocios aledaños y fomentar el consumo local en esta zona de mercados. Las propinas no tardan en llegar. Y de moneda en moneda o billetes van sacando el día.
Pero los Hunos no es una agrupación hecha al vapor. Sus principales integrantes (voz y guitarra) se iniciaron en el mundo del rock en una época clave. Fue a mitad de los años sesentas cuando “El Guille” Ensignia y Oscar Medina se pusieron a ensayar aquellos hits de sus ídolos de entonces: Los Teen Tops, Los Locos del Ritmo, Rebeldes del Rock, Los Hooligans, y en idioma inglés Carlos Santana, Beatles, Jimi Hendrix, Led Zeppelin, Eric Clapton etc. Se daban a la tarea de conseguir todos los discos de esas bandas y concienzudamente estudiarlos para tocar a la perfección cada rola.
Durante poco mas de cinco años la alineación original de Los Hunos cosecho muy buena respuesta del público victorense. “Tocábamos donde nos llamaban, del 65’ al 70’ nos la pasamos casi todo el tiempo tocando en el Pedregal, salíamos de gira, tuvimos bastante éxito en la ciudad y sus alrededores” rememora el guitarrista.
Al paso de este tiempo y por multiples razones la banda se separó, sin embargo sus integrantes siguieron dedicándose a la música en muchos otros ‘conjuntos modernos’ de corte pop y tropical. Incluso llegaron a incursionar en la onda grupera y hasta de fara faras.
En los setentas “El Guille” emigró a la frontera y su experiencia se amplió al integrarse al grupo de Pepe Hernández “el ribereño”.
“Tocar en ese entonces era lo máximo, pero para dar un buen espectáculo había que fusilarse las piezas como eran, exactitas, ahí fue donde yo aprendí mucho, por ejemplo los solos de Carlos Santana que son larguísimos, hay que tocarlos fielmente” recuerda “El Guille”.
Luego vino la experiencia de emigrar a los Estados Unidos donde alrededor de un lustro, el guitarrista siguió rockeando y poniéndole la muestra a los gringos en el valle de Texas.
Casi medio siglo después regresó. Se reencontró con Oscar y junto a un bajista volvieron a integrarse como los Hunos. Un dia conocieron a una persona que tiene un negocio de canastas en el Mercado Argüelles y les propuso presentarse en ese lugar y poco a poco la idea fue madurando hasta ganarse a su propio público que cada domingo acude a disfrutar sus conciertos llenos de ritmo y alegría. Incluso cuando por alguna razón no se presentan les preguntan el motivo de su ausencia.
Para Don Oscar a sus 72 años, esta es una oportunidad de revivir el gusto por la música rock en la población. Muy seguido se les acercan algunos amigos de la generación que ahora son profesionistas “nos vuelven a ver y es muy satisfactorio volverlos a encontrar, nos felicitan por haber regresado a la escena musical, ¡luego nos dicen que pensaban que ya ni existíamos!” comenta entre risas.
También son admirados por adolescentes de secundaria o prepa “nos cuentan que nos admiran. Algunos nos dicen que de alguna forma los inspiramos a formar su propia banda, eso es muy satisfactorio” confiesa el cantante con su voz gruesa y profunda.
Sin embargo estar ahí frente al escenario bajo la luz del sol y en medio del vaivén de una ciudad no es algo fácil. Ambos rockeros saben que a su edad puede ser agotador, pero ellos están ahí por su público. “Tambien se nos acercan muchos niños, a los niños les gusta el rock, será por el ritmo tal vez, hemos visto muchos pequeños que se agarran a bailar y a veces les tocamos algo infantil, les cantamos “La gallina curuleca” y “La Vaca Lola”.
Es casi mediodía y “Los Hunos” no desaceleran, su vitalidad es envidiable. La energía que irradian es tal que sorprende a propios y extraños que a pasar no pueden resistirse a grabarlos en video o transmitir por Facebook el concierto. Otros en auto se detienen para hacer llegar su cooperación. El ritmo es tan contagioso que mas de uno se avienta a bailar en la acera muy quitados de la pena y disfrutar el rocanrrolito sin importar “el que dirán”.
Y así, al compás de una precisa batería, el ritmo cadencioso del bajo, la sabrosa participación de las congas, los estridentes solos de guitarra y las letras entonadas por su vocalista, “Los Hunos” se echan a la bolsa al respetable que prefiere disfrutar el show y dejar para mas tarde la lista del “mandado”.
Es un domingo perfecto: con música, convivencia familiar y amigos para disfrutar el momento.
El Caminante se despide de estos rockeros de la vieja escuela y prosigue su marcha por la mancha urbana de esta ciudad capital. Demasiada pata de perro por esta semana.