* El columnista es autor de las novelas “Erase un periodista” y “Rinconada, la historia prohibida del maestro Ricardo” y Premio Nacional de Periodismo 2016.
Un saludo fraterno y solidario para mi amigo y compañero periodista, Roberto Aguilar Grimaldo.
Con la invasión española al México original no pudo irle peor. Fue un genocidio no visto por aquellos tiempos en que el Renacimiento envolvía el humanismo.
Italia convocaba a las artes y las letras y aunque existían diferencias resueltas por las armas, (y en diversas ocasiones la traición), en la que mucho tuvo que ver la jerarquía católica, al final el valor del espíritu se imponía.
Sucedió en Roma y por supuesto en Florencia cuya herencia se expandió por el mundo y sigue causando admiración.
La España que masacró al pueblo mexica no era la mejor de Europa, en el buen sentido de la palabra. Vivía de la rapiña y por ello Felipe 11 y desde luego Carlos su padre, fueron considerados todopoderosos.
Temido pero tonto y cruel que falló en su obsesión de derrotar a la Inglaterra. El sueño de Felipe 11 fue depositado en el fondo del mar sin alcanzar a cruzar armas con el viejo y experimentado imperio que bordeaba por los caminos del protestantismo. (La “Armada Invencible” creada con tesoros mexicas, solo hizo el ridículo).
Y se unió a la iglesia católica. Fortaleció lo iniciado en América e hizo de la rapiña y el genocidio su encomienda mayor.
España invadió con la espada y la cruz. Y la sangre pintó de rojo los canales de la metrópoli mexica.
Hernán Cortés al frente de su ejército asesino, se convirtió en artista del crimen. Además del antecedente más remoto de la tortura y el sadismo. (Incluso se probó que mató a su esposa española, Catalina Suárez).
Los titulares del poderío azteca sufrieron en carne propia el salvajismo español. No olvidéis que el ejército gachupín estaba integrado por puro deshecho social. Salvo dos o tres profesionales, el resto eran delincuentes que prefirieron enlistarse en la aventura que prometía riqueza y poder, que pudrirse en la cárcel o morir sifilíticos, tuberculosos o víctimas de las pestes que recorrían Europa.
Enfermedades que expandieron a lo largo y ancho del imperio mexica.
España entonces, se enriqueció a través del robo descarado por la sencilla razón de que lo ejercían delincuentes de la más baja ralea.
Sin la riqueza de México, España hubiera sido por lo siglos de los siglos, solo paso obligado de conquistadores, guerreros y tribus semi salvajes donde los atrevidos vikingos decepcionados apenas asomaron.
La pobreza era tal que obligó a Isabel y Fernando a jugarse el todo por la posibilidad del nuevo mundo concebido por el desempleado Cristóbal Colón. En Granada entregaron las joyas de la corona y echaron a volar la esperanza de salvación.
Pasado el siglo la recompensa fue recogida por Carlos primero y entregada posteriormente a Felipe 11 siendo el resto de la historia más o menos conocida.
TAMBIÉN EL VATICANO
Pero no solo fue la soldadesca que invadió y masacró al México original, también participó el Vaticano con un ejército armado de la cruz y otra forma de matar y torturar, es decir, también armado con la Santa Inquisición en cuyas hogueras ardieron inocentes bajo la sospecha simple de “deshonrar” imágenes y credos extraños que por lo mismo, nada tenían que ver ni siquiera con la maldita mezcla obligada de sangres.
El mestizaje se formó con lo peor: crimen, traición y corrupción, para decir lo menos. Hasta que 300 años después surgió el grito de dignidad en el pueblo de Dolores.
La Primera Transformación llegaba.
¿Qué agradecer a España?, ¿una de las culturas más atrasadas del renacimiento, además de escrita con sangre ajena?. ¿Una religión basada en el terror, el miedo y la permanente amenaza de hacer justicia en nombre de un ser divino que debió ser muy cruel para ordenar lo peor para sus criaturas?.
En este sentido el presidente López Obrador tiene razón en solicitar perdón del gobierno español hacia sus víctimas a las que enajenó, masacró y condenó a llevar en sus venas sangre contaminada.
Debiera exigir también la devolución de lo robado, pero ni con toda la Iberia alcanzarían para pagar.
¡Y todavía el reyezuelo en turno de pone sus moños!.
Pero también el Vaticano debe responder por sus culpas y delitos.
Sobre todo ahora que un latino desde el papado tiene oportunidad de hablar por los millones que murieron obligados por el catolicismo y sus verdugos.
He dicho.
Y hasta la próxima.