* El columnista es autor de las novelas “Erase un periodista” y “Rinconada, la historia prohibida del maestro Ricardo”, y Premio Nacional de Periodismo 2016.
Don Adolfo Ruiz Cortínes, (con s plis, corrector), fue presidente de la república entre 1952 y el 58. Llegó al cargo a los 62 años forzadamente apoyado por Miguel Alemán Valdez, de quien se dice “lo odió” desde su discurso de toma de posesión, donde definió al nuevo gobierno, como “austero y de trabajo”.
Le decía en columna anterior, que el responsable del evento de transmisión de poderes realizado en Bellas Artes el primero de diciembre del 52, lo fue Norberto Treviño Zapata, el innegable líder del congreso de la Unión que destacaba.
La diferencia del régimen que iniciaba, fue la decisión de combatir la corrupción. Esta última, auspiciada por Alemán, quien permitió el enriquecimiento brutal de la mayoría de sus funcionarios (convertidos en exitosos empresarios, al igual que sus amigos), en contraste con la pobreza generalizada.
Para empezar, el nuevo mandatario obligó a sus colaboradores a declarar públicamente sus bienes, comprobables al fin del sexenio. Él mismo lo hizo al día siguiente de asumir el cargo, constando de: una casa en la Cd. de México, un rancho en Veracruz (copropietario), un coche marca Lincoln modelo 48 y otro de su esposa María Izaguirre, (segundas nupcias. Su primer matrimonio fue con Lucía Gutiérrez Carrillo, fallecida en 1941).
Todo con valor de 34 mil dólares.
ARC había sido gobernador de Veracruz, pero hubo de solicitar licencia en el 48, para convertirse en secretario de Gobernación, ante la sorpresiva muerte del titular Héctor Pérez Martínez.
Don Adolfo no estaba entre “los presidenciables” debido a su avanzada edad y a su precaria salud. Por ello, en alguna ocasión declaró que por ello, Alemán esperaba su muerte prematura, lo que sería pretexto para intentar su reelección.
En ese tiempo hubo evidencias de probable reelección por parte de Alemán, pero fue censurado por algunos destacados políticos encabezados por Lázaro Cárdenas del Río, por lo que todo quedó en broma de mal gusto.
De precaria salud, digo, lo cual se confirmó a la quinta semana de la toma de posesión, cuando ARC fue intervenido de urgencia, para extraerle el apéndice. Operación realizada por el eminente Gustavo Baz en el domicilio particular del presidente, donde obviamente se instaló el quirófano respectivo. Hecho ignorado por la opinión pública y hasta por sus adversarios que no pudieron capitalizar tal circunstancia.
No olvidéis, por otra parte, que ARC fue promotor del voto femenino, el cual se concedió en 1953, después de apasionada participación en distintos foros de activistas como doña Amalia Caballero de Castillo Ledón.
El columnista considera oportuno señalar algunas pinceladas de la personalidad de don Adolfo, especialmente la referida a su obsesión por la austeridad y honestidad en su gobierno, toda vez que sesenta y siete años después el tema es prioritario en la administración pública federal.
NO MÁS FIESTAS PALACIEGAS
AMLO decidió no realizar más fiestas palaciegas la noche del quince de septiembre y todos aplaudimos, porque pareciera que dichas fiestas son una bofetada para el pueblo que a unos metros ingenuamente se divierte entre fritangas, cohetes y luces multicolores, en lo que no deja de ser simple desahogo de su desgracia.
Pues bien, en esta ocasión y por mera curiosidad, el escribidor rescata parte del relato de Salvador Novo (“La vida en México durante el periodo presidencial de ARC”, segundo tomo), relacionado con la cena en Palacio Nacional la noche del 15 de septiembre de 1955, justo cuando transcurría el tercer año de gobierno de Ruiz Cortínes (con s, plis corrector).
Dejemos la palabra al distinguido escritor y poeta, fallecido como sabéis, en 1974, después de una prolífica existencia de 70 años:
“Ya había mucha gente cuando llegamos a las diez y cuarto al salón en que los diplomáticos, imagino que por precedencias, y con sus alhajadas señoras aguardaban fila y valla por donde al rato llegaría el presidente acompañado por doña María, a situarse cerca del balcón del Grito.
En orden y sin apremio el señor presidente saludó a cada uno de los invitados y tuve el privilegio de hacerlo también, y de escuchar sus amables palabras que agradezco.
Luego saludé a doña María y a los secretarios de estado y sus esposas: Pepe Gorostiza, Benito Coquet, Adolfo López Mateos, don Ángel Carvajal, el doctor Morones Prieto. No vi a Gilberto Flores Muñoz ni a Gilberto Loyo, ni a Luis Padilla Nervo. Pero si a Carlos Lazo y a Yolanda.
El salón estaba lleno de amigos y caras conocidas. Iba uno saludando de un grupo a otro, antes del Grito y antes del largo desfile por los salones del inmenso buffet, y hasta el comedor reservado al señor presidente y sus invitados especiales.
Todo parecía postres. Así era de decorativo y colorido. Los “áspics”, los tomates rellenos, los patés trufados, los langostinos en pirámides impecables, los pescados ocultos debajo de una escenografía blanca con enrejados azules, engañaban con su aspecto de pasteles.
Solo los pavos, sinceros en la desnudez de su oferente pechuga, declaraban su identidad, o el “roast-beef”. Y como sucede siempre, después de la representación, carcomidas las pirámides de langostinos, rebanados los rollos engañosos de paté, empezaban a verse los armazones, la tramoya culinaria, digamos.
Acaso porque lo salado robó el show a los postres, estos redujeron su personificación a unas “casatas” tan congeladas que no le entraba cuchara ni cuchillo, y a los “profiteroles au chocolat” y a la crema pastelera que circularon con el champaña.
El señor presidente y la señora se retiraron a las doce y cuarto, y todo mundo los siguió. Mientras, los oficiales de guardia empezaban a atreverse al comedor, por el que parecía hubiera pasado una marabunta”.
Curioso, ¿no?, en un régimen declarado austero y modesto, como se supone fue el de ARC.
Y hasta la próxima.