SAN PEDRO SULA.- Se escucharon tres chasquidos secos, rápidamente seguidos de otros tres. La autopista se vació. Dos viejos se agacharon detrás de una barda. Un taxi viró a toda prisa hacia una calle lateral. Una madre empujó a su bebé descalzo al interior de la casa.
El francotirador, un matón de la MS-13 con una camiseta sin mangas y gorra de beisbol negra, se quedó parado en la esquina sin prisa alguna, a plena luz del día. Era la única persona que quedaba en esa zona comercial. Guardó el arma en la cintura de su pantalón y observó cómo el barrio temblaba de terror.
Bryan, Reinaldo y Franklin se escabulleron hacia el terreno de un vecino, espantando a las gallinas. Entre susurros de pánico, intercambiaron opiniones sobre el tiroteo, el tercero en menos de una semana. Apenas unos días antes, un niño había sido baleado en un ataque similar. Bryan, de 19 años, se preguntó cómo podrían responder a los ataques, si es que era posible, los pocos hombres jóvenes que todavía vivían en el barrio.
La Mara Salvatrucha, la pandilla conocida como MS-13, ahora venía por él y por sus amigos casi todos los días. Saqueaban casas, ponían espías y los acechaban con silbidos al anochecer, como un constante recordatorio de que el enemigo estaba justo a la vuelta de la esquina, dispuesto a atacarlos cuando quisiera.
No había manera de evadir esa amenaza.
En los últimos 19 años, más de 2.5 millones de personas han sido asesinadas como parte de la crisis de homicidios que aqueja a América Latina y el Caribe, según el Instituto Igarapé, un grupo de investigación que analiza la violencia en todo el mundo.
La región sólo representa ocho por ciento de la población global; sin embargo, ahí se produce 38 por ciento de los homicidios de todo el mundo. En esta región se encuentran 17 de los veinte países con las tasas de mortalidad más altas del planeta.
Además, en tan sólo siete países latinoamericanos: Brasil, Colombia, Honduras, El Salvador, Guatemala, México y Venezuela, la violencia ha cobrado las vidas de más personas que las guerras en Afganistán, Irak, Siria y Yemen juntas.
LAS ALTERNATIVAS
El barrio donde Bryan y sus amigos crecieron no se diferenciaba mucho de aquellos que ya eran controlados por la MS-13 y otras pandillas. Todos compartían los mismos rasgos: las viejas casas de concreto, los carritos de comida que ofrecen pollo frito y tortillas, además de los obreros que al amanecer salen presurosos hacia sus trabajos y esperan los autobuses en las esquinas ajetreadas.
Pero para Franklin, cuya familia vive ahí desde hace varias generaciones y quien estaba esperando la llegada de su primer hijo, el barrio era todo su mundo. Reinaldo y Bryan se sentían igual.
Sólo les quedaban malas alternativas: quedarse y luchar, abandonar sus hogares y tratar de irse a otra parte, tal vez a Estados Unidos, o rendirse y esperar que alguna de las pandillas invasoras se compadeciera de ellos.
Los tres fueron miembros de Calle 18, pero se hastiaron de la frecuencia de los asesinatos, las extorsiones y los robos, en especial los que cometían contra sus vecinos, la gente que los había conocido toda la vida.
CON INFORMACIÓN DE EXCELSIOR