Estoy con la curiosidad de saber a dónde me llevarán luego de que saquen mi cuerpo de la iglesia.
Si noto que dan vuelta aquí a la derecha, de seguro me van a enterrar en el panteón municipal del Cero Morelos. Un panteón muy democrático, un panteón muy parejo, pues ahí se dan un tiro ricos y pobres, seres importantes y seres bastante anónimos.
Muchas veces vi esa ruta, con el panteón al fondo interrumpiendo la calle Morelos. Curiosamente ahí, en esa calle denominada Cero, donde debiera empezar algo, termina todo. Y es como si uno nada valiera y no contara.
Algún derecho deberían tener los muertos. No tanto como para pagar sus deudas. Pero muchas cosas no las firmaron ellos y son vilmente despojados de su memoria histórica y de sus pertenencias intelectuales.
También pueda que me lleven al Panteón de la Cruz, que en pocos años se hizo viejo y por alguna razón se llenó muy pronto.
Ni en sueños pienso ni creo que la carroza agarre libramiento y que me lleve a otros panteones, no quiero, además, yo pueblo bueno, no estaría muy a gusto ni conforme entre los “ricachones”.
Como morí de manera instantánea, ora sí que como dicen, no vi el tráiler que me atropelló ni encontraron las placas de mis dientes rodando por el asfalto, solo quedó un charco de sangre en el libramiento. Y a estos que me llevan en hombros, como a la salida de la plaza de toros, no los conozco.
He de estar muerto, me cae. Pero sé que es una broma, si no no se me estuvieran pelando los dientes, como si me estuviera cagando de risa.
En lo que cabe, estar muerto no es tan malo. Más, si estás un poco acostumbrado a ser ignorado, aunque con todas las piedras en la mano.
Veo un parte aguas entre la vida y esto que me pudre la carne. No hay hemorragia con qué taparse el aire. En mi vida consagré todos los chacras para trascender, pero veo que no he salido de mi cuerpo, si es que estoy muerto. Alguien que le avise a alguien que ya morí, que venga con la luz y me lleve.
Veo que me llevan con los pies por delante. No puedo levantar la cabeza para ver claro el fino horizonte del infinito que me espera. Ya quiero que me entierren.
Finalmente noto que la carroza avanza por la avenida Carrera Torres al interminable oriente de la ciudad; y ya en la colonia Azteca, encuentra al terreno de las flores marchitas. Hay el característico hedor del humor de otros cadáveres. De lejos también se huele la solemnidad y el viento que trae a los muertos locos. A los húmedos muertos de otros.
Supuse que eran las tres de la mañana y ya me quería despertar del loco sueño del muerto. Me jalé los cabellos como creí debía hacerlo, no había ni un vaso de agua para echárselo a alguien en la cara y que me golpeara, que todo fuera como antes, que no me trajeran flores. Pero ya es tarde y nadie me despierta.
Espero ya no escribir si es que estoy muerto, pero si escribo, espero poder añadir que la vida comienza en el cero Morelos, que acabo de morir pero que estoy vivo, que solo vine a limpiar un terreno. Eso creo.
HASTA PRONTO