Está bien. Me desperté y lo primero que vi fue la claridad de luz que entraba por un pequeño agujero en la lámina del techo. Dispuesto para intuir qué horas son, no tuve más remedio que levantarme de veras y dejarme de fregaderas. De veras.
Me dieron ganas de asomarme por la ventana para verificar si el resto de la raza había amanecido también, según anda la cosa, pero como siempre, me dio hueva.
Frente a mí vi al inevitable sofá. Hola sofá cómo estás, yo bien y tú.
Me calzo y pongo para no hacérselas larga y salgo a la banqueta sin saber a ciencia cierta a dónde voy, y más lejos está la incertidumbre de saber si una vez afuera volveré. Pero no importa.
Fue cuando vi a mi cuate, no sé como se llama, con una mano vendada.
Alguien la había entablado como para que no se le moviera y todavía sangraba.
Qué onda bato, qué te pasó. Le pregunté, con mi voz que yo quise que cruzara la calle y rebotara en la pared de la escuela secundaria 54, esa que está en la colonia Libertad. Por allá andaba.
“Nada carnal”. Me dijo, como queriéndome ocultar esa leve desavenencia que suele ser llevar un antebrazo colgando. Y sin embargo medio explicó al cabo de un rarto, que lo que al fin quería era desahogarse conmigo el bato:
“Hace rato yo andaba bien tranquilo repartiendo propaganda por las casas y por negocios, en barandales y puertas. cuando de repente me apañaron unos batos. No. Pos como mi carnal iba detrás y ya sabes cómo es, cuando vio que se me fueron sobres, no lo pude detener y comenzaron los riatazos, y ahí te quiero ver, dabas dos y te pegaban tres. No sé cuántas. Cuando mis carnalito se vio perdido fue por que vio que yo me arrastraba como un perro mal herido y no servía para nada, y ya en esa batalla nomás me andaba haciendo el güey. Puros Jabs que no llegaban. Ellos, por su parte, cada uno tuvieron esa puntería de patearme las veces que quisieron el fundillo una vez que me vieron en el suelo creyéndome muerto. Lo del brazo no me acuerdo, no me queda muy claro, no me dolió en ese rato, ha de haber sido un peñazcazo. Claro, como mi carnal no es cualquier cosa, por algo le dicen la mosca, en corto fue y trajo una botella de caguama y se las arrojó a los batos. Y de ahí vengo. No sé qué más pasaría. Si supieras cómo duele un hueso roto.
Y esa es la historia. Desde el fondo de la botella que es la vida, desde ahora les digo que me dio mucha lástima que estas cosas sucedan. Vi cuando mi cuate siguió su rumbo en el perfil de la calle como si nada, con el brazo colgando.
Me subí a mi vieja Cherokee la más vieja de las camionetas de Ciudad Victoria. La encendí muy a las de a fuerzas. Enfilé por las calles de esta ciudad entre baches ignorados y otros tapados de última hora. Gente atravesada, chiquillos miones en el fondo de la calle, y ratos de solaz en que uno cree ser alguien en esta ciudad.
Cuando llegué al semáforo del eje vial vi un poste de alumbrado público retorcido por el suelo. Junto a unas latas de Tekate, un condón arrugado, un Pet con residuos de resistol 5 mil, una piedra donde se sienta un ruquito a esperar el micro.
Horas antes, según me dijeron, un señor se había ensartado en su carro, ya pedo y decepcionado por una mujer. No pudo soportarlo más y terminó abrazado del poste que no resistió tal muestra de cariño y cayó de ancho junto con él.
Yo di vuelta en “U” y me regresé por algo que se me había olvidado, y ya iba llegando al cantón cuando olvide lo que había olvidado, así de esa suerte ando.
Y el caso es muy sencillo. Uno nunca sabe, sale muy tranquilo de su casa y no hay quien le asegure si vuelve o no vuelve, o si un ser madreado en el anonimato, un simple insecto, un perro múltiple, se le traviese adrede en los ojos y le impida ver un poste y se ensarte, o quien sabe.
HASTA PRONTO