Por Víctor Contreras
Hoy por la mañana, me dio pena y tristeza reconocer que solo en la celebración del Día de Muertos me acuerdo de doña Tella y don Carlos, mis padres.
A mi Madre, en plan de broma le preguntaba, que si en la concepción y embarazo “de esta cosa, remedo o intento de periodista”, que soy yo, cuando
me concibió no tuvo algún desliz extra marital. –No, ¿qué tienes? muchacho sonso. Cuando te concebí, me costó un pinche huevo. Tu padre llegó muy fogoso y calenturiento como macho y le dije que tus hermanos estaban despiertos. A lo que me contestó, ¿no los escuchas roncar? No están roncando, Carlos, son las tripas que les gruñen porque no han comido en dos días, y tú nomás andas de borracho.
-¿Entonces, por qué soy diferente a mis hermanos?
Y de inmediato, entre risas llenas de coraje y sonrojada, me envió olímpicamente por un tubo, o como a los diputados cuando no les aprueban sus iniciativas, y los mandan a una “comisión maternal”, o sea, a la chingada.
Claro está, de esa comisión, recibía la décima parte que me correspondía, pues fuimos diez hijos. Cinco mujeres, cuatro hombres, y yo. Ni la risa me aguantaba. ¿Quizá por lo híbrido?
–¡Ay, hijo, eres muy risión!
Y seguía con sus amenazas, que cuando se alteraba, mis hermanos contestaban siempre: ¡Amén, amén! Y, ella: ¡Te voy a tortear al hocico y vas a recoger los dientes a la calle! ¡Síguele, chiflado! ¡Síguele, chiflado!, decía con voz chillona, de pito calabacero, pero con su encanto lleno de ternura, mostrando la falta de dientes incisivos, caídos al parecer por la falta de calcio.
Recuerdo dos cosas: una, cuando iba a las cantinas, y a veces andaba con gente jodida, cargaba conmigo una cinta métrica, siguiendo los consejos de mi Madre. “¡Cuando tomes, hijo, mídete, mídete!”.
Y disfrutaba al tomarme las medidas de los pies a la cabeza después de cada tequila con cerveza, hasta que pasado el tiempo perdí un riñón de tanto medirme con la cinta y no por excederme en la bebida.
La otra cosa que recuerdo cada día, que me despersonalizó, me deshumanizó, y me animalizó fue que doña Tella me pidiera ponerme el apodo de El Coyote. Su argumento, su intuición de madre, es que sabía la clase de calaña y lo arrabalero que iba ser cuando fuera un hombre honorable:
-Prefiero que digan, “ahí va ese Pinche Coyote”, a que digan, “ahí va el Hijo de doña Tella”. ¿Y qué culpa tengo yo, que vayas a ser muy irrisorio, pelado, prosaico, lépero?
Pese a que no tenía estudios, mi madre sabía de sinónimos, parónimos, antónimos y albures. Poseía una agilidad mental sin igual. No sé dónde aprendió tantas palabras, si con sus amigas o
con las patronas donde trabajó. Tenía la costumbre de inventar historias y las acomodaba según se las contaran o las escuchaba con sus vecinas chimoleras.
Había la anécdota que le adjudicaba a mi padre, don Carlos, decía que era inculto, iletrado y medio tontejo, porque un día le dijo:
–Ay, Carlos, fíjate que ando muy excitada.
Y que mi padre le respondió:
-¡No pos ́ te felicito por tus éxitos, vieja!
Alguna vez, en una reunión familiar contó que a la colonia llegó un Pastor protestante y convenció a sus amigas,
(un grupo de rezanderas, plañideras, de esas que cobraban hasta por llorar en los sepelios) para asistir al culto dominical, así le llamaban a la ceremonia religiosa de los domingos, y la dejaron sola.
Mamá, con su natural sarcasmo, decía:
-Esas pinches viejas que van al Culto, le entregan el alma a Cristo y las nalgas al Ministro.
Un día uno de mis hermanos llegó del trabajo y le dijo
-¡Ay, Amááá, traigo mucha hambre! Doña Tella respondió ipso facto: -¡Vaya, hijo! ¡Hasta que traes algo a la
casa!
Por eso dicen mis hermanos, que se arrepienten de conocerme, que yo heredé lo dicharachero, relajado y ocurrente de mi madre, y más porque los vecinos del barrio decían cuando caminaba por las calles del barrio: “Ahí va El Coyote, el hijo de doña Tella”.
Era tácito y entendible lo que iba implícita en la frase.
De mi madre heredé el sentido del humor y la agilidad mental. De mi padre, el oficio de la Pluma, porque además de ser taxista, “desplumaba pollos y gallinas viejas” en el mercado.