No me pidan no existir porque no puedo, no puedo dejar de ser. Desde que nací no he parado de vivir. Tampoco me pidas que me rasque la espalda, porque hay sitios donde mis uñas de buitre no pueden llegar.
Es como pedir que no llueva o que esta vez por Dios que no amanezca y se te va la gana tan temprano ni modo y hay que ir a la chamba.
Así es la vida de elefante. De rasca y huele, de hule, de plástico, de recalcitrantes traseros dando vueltas en una ruleta rusa.
A la gente, pobrecita, ni cómo ayudarle, y no se vale andar ahí de acomedido. Cuando tú quieres ellos no quieren y cuando ellas quieren tú ya no puedes. Siempre es así. Tampoco en ese entendido nadie te anda complaciendo.
Si te escuchan es por morbo para ir a contarlo todo y decir lo que no pasó, como si uno de por sí no tuviese sus propias ocurrencias.
Por eso a veces, a quién le dan pan que llore. Agarras y le corres, y jamás te vuelven a ver, si te he visto no me acuerdo.
Si ya sé que me equivoqué pero al fin de cuentas es problema tuyo no mío. Dicen ante un conflicto. A mi ya se me olvidó, qué descarado.
Pórtate bien, pero eso no va a impedir que como quiera se enojen, uno no está aquí para complacer a nadie, si eso crees nomás fíjate bien, regrésate sin avisar, escucha atrás de la puerta para que escuches cómo te aplauden. La raza es mortal por necesidad.
Nunca es bueno criticar porque siempre resulta que uno es peor. No te has fijado bien.
Mira aquella vieja, aquél cuate que viejos están, y uno nunca se ve, el tiempo hace estragos al mismo tiempo, envejecemos a la vez. Y nos vemos gachos, cansados, y le hacemos al tío Lolo, y berreamos solos, nos echamos una o dos, y “mijo no toma” dice una señora y el bato es bien borracho, cada quien protege las formas, se cuida la imagen como si fueran a ser candidatos.
Confieso que he vivido de veras. Y no me duele decirlo. De niño el polvo cubrió mis pies, he dormido en una pata tirante y la otra engarruñada, en una casa ajena como si nada junto a un perro que me ladraba.
Con el tiempo aprendí que es bueno no estar tan cómodo, le hace bien al organismo. No le hace bien a nada, pero qué puedes decir, ya qué y ni modo. He andado a pata, en bici, en carro, en avión, en burro, a caballo y en carrito de roles. Me subo a los micros con choferes aguardentosos y locos, a 40 grados Celsius, bajan o se cayeron en la esquina y la viejita todavía no bajaba, ya ni la friegas regrésate otra cuadra, y ya no estaba.
Me las vi negras, me las veo todavía. Qué más quieren.No haber almorzado no es nada para mí a las tres de la tarde.
Es bueno no ser nadie en medio de la calle o andando en el agua de este diagrama existencial. No saber resolver a la hora de tarde el maldito crucigrama. Es bueno a veces no saber nada.
Todos en su caso tenemos un callo en el pie, un hijo que no hace caso, un perro solidario, abuelo orejón, una tía solterona, una deuda de honor y otra impagable, como dos pesos que no se pagaron, una cosa reservada, dos puños de tierra en la mano.
Todos tenemos dos vidas: la una, que es bonita mientras nadie la mira, esa con la que vivimos en todas partes; y la otra, que anda en la espalda, donde no te alcanzas a rascar, y ahí te hablan a cada rato, volteas y no es nadie. Quedaste a un centímetro de rascarte.
HASTA PRONTO