¿Recuerda usted a los cuicos? Así se les llamó por un tiempo a los policías municipales. Dependían completamente del ayuntamiento. Eran tiempos en que todavía algunos de ellos se llevaban con el alcalde de piquete a los ojos, se tuteaban con la clase grande.
Había cuicos de escuela, entrenados con técnica moscovita y cuicos de la calle a pura cachetada guajolotera; cuicos que sabían leer y otros que no lo hacían. Y sin embargo todos se parecían.
Abajo, entre la raza de bronce los cuicos gozaban de un raro prestigio. Se les quería y se les aborrecía al mismo tiempo y ellos correspondían como si se necesitara el ejemplo. Abusaban, era cierto, pero muchas veces la raza abusó de ellos. Por no decir casi siempre.
Muchas veces por lo averiado de las patrullas los contrayentes de un pleito esperaban a que llegaran las patrullas para comenzar los trancazos. Otras veces se acababa el pleito para darles un “puche” antes de que se hiciera noche y les diera miedo.
Durante su máximo esplendor, cuico que no trajera “querreque”, concubina o peor es nada, no tenía futuro en ese cuerpo policíaco. Comenzaba a ser sospechoso y le ponían el dedo sus mejores cuates.
Una vez seleccionados. Parecía que a todos los cuicos los habían cortado con la misma tijera, y un mismo señor les cortaba el pelo en todo México.
En un casting de ingreso a la corporación, uno se imagina que les pedían de rigor que portaran una panza caguamera con algunos años de experiencia. Podían ser güeros o morenos no importa, pero si eran prietos mejor, era cuestión de mejorar la raza. De tal suerte que si te los encontrabas solos dieran miedo y no lástima, como a veces pasaba.
Ellos , los cuicos, se encargaban de vigilar el cumplimiento cabal del bando de policía y buen gobierno de Victoria. Estos batos si conocían a todas las morras, desde lejos se sabían los nombres de las de la Azteca, la Obrera, la Horacio Terán, y cuanta colonia fuese creada..
Eran de personalidad extraña, a veces se les olvidaba todo o fingían hacerlo para que no les preguntaran nada, otra veces sin saber terminaban diciendo todo aunque nadie les preguntara.
De memoria se les olvidaba todo, no podían hacer dos cosas al mismo tiempo, por eso no les daban un arma, pero sin pensar eran buenos para las patadas. Muchos cuicos ahí hicieron huesos viejos. Fueron los maestros, los que enseñaron a enseñar el cobre, a retorcer el colmillo, a sacarle al parche o a ponerle Jorge al niño a correr de plano.
Durante una trifulca, ya en la bola, los cuicos sacaban la peor parte con los borrachos, pero nunca se lo dijeron a nadie, lo supimos años más tarde. Ya borracho les salía el nahual a ambos, el cuico y el borracho eran uno mismo, y eso los volvía letales. Ver un pleito entre un borracho y un cuico dejándolos a ellos solos, era ver a uno en el suelo y al otro todavía en el aire cayéndose solo.
Pese a que muchas veces trajeron fuerzas especiales de estados unidos para que aprendieran las artes marciales, a ellos no les entró nada, siguieron comiendo tortilla, con piquetes a los ojos y patadas a los huesos. A veces de plano agarraban a zapes a los borrachos más tercos, con su mano de piedra que era su arma favorita.
La raza decía que un zape- que se daba con la mano abierta en la nuca, en la cabeza o de plano donde cayera- no era por lo que dolía, si no porque nunca se te olvidaba. No olvidabas el resuello del cuico al acercarte desprevenido, ni la mano regordeta, ni los ojillos inyectados de sangre con los que te miraban antes de zapearte. Y luego con ese manotazo seguir en esta vida, ya qué caso tenía.
Los rondines de los cuicos más gloriosos eran por las céntricas calles, sobres uno que otro bar con muchachas, en los caminos torcidos de los borrachitos sin brújula, los que se quedaron votados en el pavimento, y en los pleitos de vecinadario.
Ya en la patrulla los cuicos eran expertos en sacar sopas a los detenidos. Muchos cuicos demostrando su condición humana hasta lloraban con aquellas historias.
Por eso muchos detenidos de aquel entonces buscaron venganza. Ya ebrios se acordaban de los cuicos que se las debían y los encontraban. Entonces se armaban los trancazos o se hacían cuates, ya ve usted como eran los cuicos.
Muchos victorenses caídos en el cumplimiento del deber en el dos Zaragoza, todavía recuerdan su zape, lo traen en la memoria, como costra, como mano pachona.
HASTA PRONTO