Tercera Parte
Gerardo Contreras Saiz
Me fui de ahí antes de que mi Recuerdo se me fuera pa´otro lado. En la plaza, que era una explanada mal hecha con dos bancas, estaba lo que andaba buscando acompañado de Genaro.
–Buenas tardes, ¿cómo está?
–Pues aquí nomás dando lástima –contestó Genaro.
Al principio quería ser prudente, pero a este hombre no le paraba la boca, como era mi Recuerdo lo tomé y empecé a caminar. Sentí un jalón. Genaro empezó a gritarme. Yo le expliqué que era mi Recuerdo y tenía todo el derecho de llevármelo. Poco a poco se fueron sumando personas a la discusión. Nunca faltan los pueblerinos entrometidos. El inconveniente era que todos estaban de lado de Genaro y no podía hacerlos entender que no les pertenecía el Recuerdo. Los jaloneos empezaron. Primero al Recuerdo, para después entre gritos, manotazos y patadas jalarme a mí. Mi Recuerdo se escabulló entre la gente, ¡Cuidado con el Recuerdo! ¡Cuidado con el Recuerdo!, gritaban porque serán salvajes pero con conciencia. Era tal el alboroto que había causado en aquel pueblo sin vida, que llegó corriendo el alcalde acompañado del señor cura.
–¡¿Qué pasó aquí?! –gritó el alcalde–. Tranquilos todos, que por eso nadie nos visita, dejen que hable el pobre diablo. Todos volteamos a ver a Genaro.
–Tú no Genaro, el forastero –dijo el alcalde.
–Vengo a llevarme mi Recuerdo –sentencié.
Y empezó el gritadero y el jaloneo. El alcalde puso de nuevo el orden.
–¡¿Pero cómo?! Si el recuerdo ya pertenece al pueblo, hace seis años se nombró Patrimonio Cultural y usted se lo quiere llevar, así como así.
–Pues tengo todo el derecho, porque yo lo viví y yo lo pensé -Al terminar la frase, me llovieron golpes y abucheos. El alcalde, como buen político quiso llegar a un acuerdo:
–No nos pongamos en ese plan, vamos a pensar mejor las cosas. Mire, es verdad que es su Recuerdo, pero también entienda que ya es Patrimonio de Laquempan. ¿Qué le parece sí dos días pasa con usted y los otros días lo deja aparecer por el pueblo?
–No. Es mío y me lo voy a llevar.
–Espere –dijo el alcalde– entiendo que sea suyo pero desde que cerró la mina nadie tiene trabajo, y este pueblo ya vive del Recuerdo. Por eso le pido acepte el trato.
Todos nos callamos. La cara de los Laquempenses me conmovió el corazón, creo que era un buen trato.
–¡Ah, no! –alzó la voz el señor cura–. ¡Eso sí que no! El Recuerdo se queda aquí, es el único feligrés que tiene la parroquia, y usted quiere acabar con la poca fe que le queda al pueblo.
–¡Tiene razón el cura! –gritó la multitud.
Todos pidieron cárcel por intento de secuestro. El Alcalde pide silencio porque un gordito bonachón pidió la palabra. Por la cara tan amigable que tenía creí que por fin alguien estaba de mi parte.
–Señor Alcalde, quiero pedirle que no metamos a este hombre a prisión, yo sé que tienen mucho tiempo sin trabajar pero por lo menos pudieron hacerlo en la mina, pero yo que soy el verdugo de un pueblo donde no pasa nada nunca he podido trabajar, así que les ruego que me den la oportunidad de contribuir en algo para mi pueblo.
El Alcalde consultó al pueblo si debía ejecutarme.
-Todo el pueblo gritó que sí, Forastero –me dijo el gordito, en un tono bastante avergonzado y tímido –quiero ofrecerle una disculpa, ya que como el hacha nunca se ha usado está demasiado oxidada y sin filo.
-No te preocupes –le dije– me acabo de vacunar contra el tétanos.