Cuando es temporada de ciclones comienzan los pronósticos y siempre fallan. Los vientos no tienen palabra y a cada minuto, en lugar de complacer a todos con su métrica perfecta, no cumple caprichos y cambia la trayectoria.
En el bullicio decían que venía el huracán “Beulah”, que si no nos sentíamos seguros que nos resguardáramos en otra casa que fuese más resistente, de algún amigo o de un pariente.
La casa era de palma y las paredes de palos sellados con adobe grueso. Pero arriba estaba el detalle. Por donde yo todas las mañanas por un pequeño agujero veía el cielo. Por ahí entraba una gota de agua. Y ponía la cubeta.
Chiquillos escuchamos la alarma y nos pareció que el fin del mundo era muy divertido. El Beulah fue un ciclón devastador para este lado de la república, las crónicas de entonces narran en la geografía de los acontecimientos, el drama y la tragedia que fue este ciclón.
Cuando llega un ciclón uno se da cuenta. Casi lo ve porque los más grandes andan bien asustados y hay calma en el ambiente y dicen que la calma hace más terrible la tormenta. Es un dato la hora precisa en que entra un ciclón, cuando toca tierra.
El primer viento que entró lo vio el abuelo que descansaba en la cama que está ahí junto a un chipil, cerca de la ventana. Luego lanzó un grito para que nos metiéramos todos, justo cuando la puerta azotó, que aunque se volvió a abrir, con el mismo ímpetu finalmente selló.
Afuera la gente remachaba de última hora una ventana, metía cosas del patio y sacaba otras. La alarma cundió cuando empezó a girar el aire sobre las casas. Cuando el agua en el remolino sacaba de cuajo los árboles. Habíamos dejado afuera al perro. Dos años después lo encontramos.
La vida de este huracán se calcula fue de 10 días a lo largo de su trayectoria, ya que en el camino encontró condiciones favorables.
Tal fuerza llegó el techo de mi casa y se metió por el agujero. Tumbó el techo muy rápido y lo bueno es que estábamos despiertos. Tuvimos que salirnos cargados en las espaldas de los mayores, por la calle inundada de lodo hasta donde se había habilitado un albergue.
Las señoras reunidas no tuvieron problemas para organizar la comida y el sitio donde dormiríamos; mientras se contaron las historias que de no ser por el huracán nunca se hubieran sabido.
En medio de la casona había un patio que luego luego al llegar los chiquillos convertimos en cancha. Lo que es ser niño.
El huracán alcanzó en esta parte su nivel cinco. Venía de las Antillas y había pegado en Yucatán. Su fuerza se empezó a debilitar en Tamaulipas, aunque causó inundaciones en Texas. Los daños se calcularon en mil millones de dólares y hubo 58 decesos. Sus vientos alcanzaron ráfagas de hasta 240 kilómetros por hora, mismos que se debilitaban al tocar tierra.
Comienza a nublarse. El radio es un monitor de noticias constantes, un repiquetear de expectativas, unas buenas y otras malas. Sin facebook ni twitter la ciudad comienza a estremecerse, estamos en septiembre de 1967. Las señoras salen a rezar sin que nadie las mire. Besan el rosario y se meten. Hace mucho que un campesino cortó el agua con un machete.
El agua cae ahora en partes. Pronto se aplanará y comenzaremos a navegar en este barco hasta que seamos grandes y solo sea un recuerdo, porque aunque solo fueron diez días a mi me parecieron años.
HASTA PRONTO.