Después de ser un empleado del asesino Luis Echeverría Alvarez, autor intelectual, siendo secretario de Gobernación, de la matanza de estudiantes en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, Porfirio Muñoz Ledo se afanó en construir su propio mito: la imagen de un demócrata.
Eso fue lo que ‘vendió’ tras la irrupción de la Corriente Democrática, una agrupación conformada junto con Cuauhtémoc Cárdenas e Ifigenia Martínez que se oponía a los tecnócratas que ya habían tomado el control del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y de la presidencia de la república en 1982 con la llegada de Miguel de la Madrid.
Porfirio Muñoz Ledo tuvo dos momentos de gloria política en el Congreso de la Unión: La primera, en septiembre de 1988, cuando interpeló el sexto informe de gobierno de Miguel de la Madrid.
Aquella escena era algo nunca antes visto bajo el viejo sistema presidencial priista: un senador opositor, desde su curul, cuestionaba al primer mandatario, quien, atónito, no sabía cómo actuar, mucho menos responder. La bancada priista gritó de todo al legislador.
Desde entonces, el Congreso dejó de ser aburrido, un recinto en el que los priistas, entre bostezos, se dedicaban a levantar la mano en automático. Si bien algunos panistas o los primeros legisladores de izquierda que llegaban a las Cámaras criticaban con brillantez las iniciativas presidenciales desde la tribuna, nadie había cuestionado en su cara y con tanta dureza al presidente de la república. Eso fue lo que hizo Porfirio hace 31 años.
El segundo momento de gloria fue en el tercer informe de gobierno de Ernesto Zedillo, el primero de septiembre de 1997.
Como presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, Muñoz Ledo dio respuesta al informe presidencial. Por vez primera en la historia, el PRI no tenía mayoría absoluta en la Cámara Baja.
Mientras el presidente Ernesto Zedillo escuchaba impávido, sin gesto alguno, prácticamente petrificado, el diputado federal perredista se lucía con una oratoria demoledora, estruendosa, que ganaría todas las primeras planas del día siguiente.
Basta recordar lo que dijo Porfirio Muñoz Ledo para ver cómo los supuestos demócratas de entonces cambian de piel cuando obtienen el poder: ‘La obcecación es contraria a la sabiduría y nociva para los quehaceres del Estado, que si bien exigen firmeza, demandan asimismo flexibilidad, imaginación y acatamiento al veredicto electoral’.
Y ojo con la siguiente frase del diputado al responder el tercer informe de Ernesto Zedillo: ‘Saber gobernar es también saber escuchar y saber rectificar. El ejercicio democrático del poder es, ciertamente, mandar obedeciendo’.
‘Que esta igualdad en que hoy descansa el equilibrio de las instituciones de la república se convierta en la forma de vida que heredemos a las futuras generaciones de mexicanos. Remontemos las comarcas de la intolerancia; mostremos a todos que somos capaces de edificar, en la fraternidad y con el arma suprema de la razón, una patria para todos’, dijo Porfirio Muñoz Ledo en aquella ocasión, en 1997, en la Cámara de Diputados.
Por lo visto en las polémicas sesiones de los últimos días en el Congreso de San Lázaro, el otrora grandilocuente opositor ya olvidó su discurso de cariz democrático. El legislador volvió a su verdadero origen: echeverrista al fin, el personaje se ahoga en su protagonismo y en su (fallida) ambición de quedarse al frente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados.
Tuvo que llegar el regaño presidencial (otro elemento de análisis que nos recuerda que las cosas no han cambiado mucho en el sistema político mexicano como creemos), para que Muñoz Ledo dejara ‘la comarca de la intolerancia’ y su aspiración de perpetuarse, por lo menos un año más, en la presidencia del Congreso de San Lázaro.
Ese es Porfirio Muñoz Ledo: un hombre que se construyó la imagen de un demócrata, pero que en realidad no lo es; una figura del más pestilente echeverrismo que logró reinventarse como opositor al brincar, sin importar la ideología, de un partido a otro, pero que nunca pudo alcanzar el sueño que persiguió toda su vida: ser presidente de México. Afortunadamente, nunca lo consiguió.
Ese es Porfirio Muñoz Ledo: un mito de la interminable ‘transición democrática’ mexicana.
RODOLFO GONZALEZ YA SE MUEVE
Por segunda ocasión en menos de quince días, Rodolfo González Valderrama, director de Radio, Televisión y Cinematografía del gobierno federal, estará en Tampico el próximo sábado.
De acuerdo con lo programado, el tampiqueño ofrecerá una rueda de prensa en el salón El Manglar, que se ha convertido en algo así como ‘el bunker’ de los morenistas.
Rodolfo González Valderrama es considerado como uno de los aspirantes a la candidatura del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) a la gubernatura de Tamaulipas en 2022.
Para alcanzar la nominación de Morena, también suenan los nombres del senador Américo Villarreal Anaya; del super delegado del gobierno federal en el estado, José Ramón Gómez Leal; del oficial mayor de la SEP, Héctor Garza; y, por supuesto, el presidente municipal de Ciudad Madero, Adrián Oseguera Kernion, líder de la 4T en la zona sur tamaulipeca.
Está muy claro que Rodolfo González Valderrama comenzará a visitar el estado con cierta frecuencia. Quiere.