Por Jorge Faljo
Dediqué mi entrega anterior a la relación entre crecimiento y desarrollo y me han hecho algunas preguntas que creo conveniente aclarar. Sostuve que México creció, poco y sin real desarrollo en las últimas cuatro décadas. En ese periodo la mayoría se empobreció, millones tuvieron que emigrar y hubo deterioro ambiental.
Lo más relevante en una coyuntura en que el país no crece es reflexionar sobre si es posible el desarrollo, entendido como mejoría del bienestar de la mayoría, sin que al mismo tiempo haya crecimiento. Avanzar hacia la equidad y una mejora substancial del consumo de la mayoría sin mayor producción sería altamente conflictivo. Y tal vez ni siquiera posible, porque es evidente que tendría que acompañarse de un mayor volumen de satisfactores: alimentos, vestido, calzado, vivienda y servicios públicos.
Desde esta perspectiva no cualquier crecimiento es apropiado. La producción para el consumo popular no ha sido prioridad en las pasadas cuatro décadas; lo que se nos dijo es que para desarrollarnos la prioridad tendría que ser la exportación. No era cierto, el modelo no creó desarrollo y el crecimiento fue minúsculo; muy inferior al de la media internacional. Cambiar el énfasis del mero crecimiento al desarrollo implica cambiar las prioridades de producción. Y no sólo el qué, sino el cómo.
Sin embargo, el abandono del modelo nacionalista y la desatención al mercado interno, que duró décadas, nos coloca en una situación de debilidad productiva en la que el incremento del consumo popular podría tener que ser satisfecho con importaciones. No es una perspectiva; es un hecho que se acentúa desde hace muchos años. Dependemos de las importaciones en el consumo de alimentos, ropa y calzado (incluso de “paca”) y no se diga en electrodomésticos y electrónicos. La entrada de remesas provenientes de trabajadores en el exterior ha sido una gran contribución al bienestar de millones de sus familiares. Pero no ha sido, en su mayor parte, un recurso de inversión sino un incentivador de la globalización del consumo popular. Es decir, de la mayor dependencia de la producción de transnacionales de México, China o los Estados Unidos.
El hecho es que es posible reactivar con casi nula o muy baja inversión decenas, incluso cientos de miles de micro, medianas y hasta grandes empresas si cambiamos la estrategia de respaldo a gigantes por otra de producción interna. Esto será indispensable como parte de un nuevo crecimiento que implique desarrollo.