Por Rigoberto Hernández Guevara
Respiro el domingo y el viento fresco me da en la cara. Es un día soleado en los último días del verano. Hace calor en ciudad Victoria dicen los que saben de 40 grados. En la otra esquina da vuelta un carro y pronto acelera para llegar a la otra cuadra.
Pronto pasan otros carros y lo siguen despacio. Frente a las casas de instalaron los buscadores de sombras. Hay un parque abandonado por todos y para todo el pueblo. Quien cruza la acera no observa, pero es domingo, dice una señora, entonces te enteras de todos los chismes de la colonia.
Cuántos ruidos como deseos encontrados, a dos cuadras hay un taller cerrado y la intermitencia del semáforo estalla en la puerta. Los carros se detienen. Hay papeles que pasan rosando el pavimento, las piedras escriben en relieves que marcan en el tiempo las huellas del agua.
Te presento al poste señor de señores en la esquina. Soledad de las noches colgado de un cable. Te presento a los cables de un polígrafo callejero. Cuaderno pautado de gorriones con el pico seco sin dónde beber el agua gratuita.
Con gente en los barrios, barriendo las calles, sacándose el perro, te presento esta calle que va al al antiguo mercado y pasa por la iglesia del pueblo bueno. Te presento a mi nueva mujer, por cierto hija del tianguis y de un frío en enero.
Te presento a la esquina de dar vuelta, echarse de reversa, llena de tierra, de oscuridad y asfalto carcomido. Acelero mientras enciendo la radio. Al parecer viajo en un carro. Aprovecho para pisar a fondo y rascarme el orgullo.
En este momento anuncian lluvia con probabilidad de granizo. Ojalá llueva. Le hace falta a esta parte de la tierra. No sería la primera vez que lloviera. En esta ciudad ha llovido a raudales, incluso fuera de temporada, arrancando árboles. Pero hasta el monstruo más temible tiene su encanto, cuando escampa se limpian los ojos. Por las alcantarillas del cuerpo también se ha ido lo sucio. Pero es domingo.
Con los truenos la ciudad se somete en la batalla injusta. La oscuridad temible relampaguea queriendo ser lumbre, servidumbre. Y se apaga. La oscuridad enciende la luz apagada por los siglos de los siglos y alguien reza a lo lejos.
En la cara ahora pasa el viento del sur, el huasteco. Es un poco más fresco porque viene de las montañas en pequeños oleajes de sombra. Huye de su guarida entre las montañas donde habita el tigre y el oso negro.
Con los pies suaves amo cada paso que he dado descalzo, la tibieza de las banquetas. La mansión del sol en los patios de la colonia Obrera, es refugio de cuando escurro por las tardes de la colonia y un espeso grupo de zancudos me acechan en formación de tropa.
Comoquiera está llegando el viento del norte. Aquí en esta ciudad se juntan los vientos. Ignoro qué hacen juntos después de tanto tiempo. Las calles eran remolinos y hoy recogen las inclemencias de los servicios públicos. Vuelan en el aire los papeles y los vasos se esparcen por el suelo, se lleva los pasos que corren y no llueve. Ha canijo ya está lloviendo, no estoy soñando, pronto, laven los carros para que de veras llueva.
Visto así el viento libera los cabellos como caballos, inventa la ciudad con su tarde espochinada. Por eso a dos cuadras veo el mismo carro de regreso. Pasa derecho y acelera para llegar lo más pronto posible a la otra esquina y continuar la vida. Pronto pasan otros carros que lo siguen despacio. Son los mismos de hacer rato. ¿No estaré soñando?
Me despierto y tengo el hambre de siempre. Quiero almorzar pero alguien me grita: ” Ya levántate a cenar, dormiste todo el día”. Y me vuelvo a acostar.
Es cuando te das cuenta que si estuviste dormido o despierto al mundo le dio lo mismo. Es domingo. Así que no te andes creyendo mucho. Vives solo y no tiene vieja, el único detalle aquí es que te quedaste dormido y de perdido la soñaste.
Me quedo en la esquina, me apego a derecho, me suelto de la mano que traigo pegada, me retoño, me hago de la otra mano que sabe sujetar y mover los dedos, para escribir todo esto.
HASTA PRONTO