No me cabe la menor duda que el Caramaco es hijo del viento. Metafóricamente así lo veo cuando me lo encuentro en las calles de la ciudad o en las canchas de basquet. Lo vi hace treinta años y luego tardé en encontrarlo donde mismo. Hace poco lo vi de nuevo. En realidad lo conozco desde niño por el rumbo del 17.
Por la forma en que todos los días se desplaza por el centro de la ciudad, quienes ahora lo ven sin conocerle tal vez tengan una percepción de él distinta a esta, a la que uno tiene. Yo siento que mientras converso con él como lo he hecho varias veces, el tiempo se detiene en la charla. Como si los árboles no se movieran, como hace 70 años que el Caramaco llegó a ciudad Victoria.
Cuando ves al Caramaco enseñando baloncesto a los chamacos, pronto te das cuentas que es de los mejores. Ha visto mucho basquetbol y de los mejores juegos del país. Ha estado cerca de grandes entrenadores y jugadores profesionales, que incluso han sido sus amigos. Gigantescos jugadores en todos los sentidos sencillos como el Caramaco.
No sólo es de los mejores entrenando a los jóvenes sino que él mismo en su forma de ser es un espectáculo. Claro, antes «garigoleaba» más rápido el balón. Y lo hacía en mis narices, y en la de muchos, luego hacía un triple y encestaba. Sigue siendo un hombre rápido. Como su mirada picaresca en un perfil de nariz aguileña de piel blanca y pelo entre cano. De rostro aerodinámico. Bajo de estatura.
Si lo ves de espalda dirías que con él no pasaron los años. Que el bulevar, el 17 y el estadio por donde camina el Caramaco no es el mismo. Que sales de la secundaria y pasas por el estadio y ahí anda el Caramaco encestando o en una veintiuna cuando las gradas del estadio no tenían plástico. Pero tienes hijos y el Caramaco ahí anda todavía.
Uno reconoce a quien tiene un estilo personal haga lo que haga en su vida, se impone tratar con ese tipo de gente. Mientras converso con el Caramaco tengo la sensación de aprendizaje, de suave melodía estética, de filosofía callejera. Sabe bastante.
Camino con él unas cuantas cuadras y ya me voy cansando, y eso que él tuvo un accidente en una de sus piernas. Pero anda como si nada. Ya nadie le pregunta.
Cuando el Caramaco ve un balón se nota la atracción entre el hombre y el objeto cuando se quieren. ¿Cuántas veces habrá tocado el balón el Caramaco? Imagínese usted. Todo el día lo ha traído en las manos. Cuando cae la noche ha de ser un sitio especial donde lo instala, eso uno lo imagina, quien sabe. A lo mejor al balón le da lo mismo.
De las diversas épocas que han pasado cuando platico con él me doy cuenta que este es su mejor tiempo. Tal vez maduro, ahora comprenda como yo que la vida es más bonita de lo que pensábamos. Si pasa una morra la vemos ¿Quien nos impide? van a decir que es machista, no que no ocurra, sino que lo diga. Cuando platico con el Caramaco siento que yo también más o menos por ahí ando, en el estadio, yo también juego.
Quienes conocen al Caramaco saben que no cualquiera le habla en el tono con el que yo le hablo. Hay que tener personalidad. Es un duro crítico del gobierno pero buscando cosas sencillas. Y lo dice él de bastante experiencia, que ya recorrió todo el andamiaje del basquetbol, incluso el profesional, desde utilero, masajista, jugador, aguador, fan, aficionado, entrenador y árbitro como hasta la fecha lo es.
En todos estos años menudas influencias debemos tener de los hombres que se hicieron en esta parte de la geografía. Tanto andar juntos los ciudadanos de ciudad Victoria. Yo por ejemplo uso casi el mismo pelo que el Caramaco, medio largo, no tanto, que se vea por donde va uno caminando o volando, como el tiempo.
Sin embargo creo que por más ganas que le eche, no será fácil encestar toda la canastas. No es necesario. No sería fácil cumplir con ese arquetipo de encestador, como José Arturo Villela Castro a quien todos en ciudad Victoria conocemos como el Caramaco.
HASTA PRONTO