Se iban las niñas de 12 años al internado de las secundarias agropecuarias y el pase automático a las normales rurales les permitía ser maestras, aun siendo muy pobres. Era un dejo de la izquierda mexicana, un último bastión para que la gente estudiara.
Quienes estudiaron en las escuelas normales rurales- cualquiera que esta haya sido en el país- estará de acuerdo conmigo en que cubrieron una época muy romántica. Llena de música, teatro, danza y mucha cultura. La cultura del diario vivir en un internado.
Creadas en los años veinte, hasta no hace mucho los gobiernos de derecha trataron de desaparecerlas de diversas maneras, pero estas resistieron estoicamente, tal como lo habían hecho a lo largo de su historia.
Lo ocurrido en la normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa- luego de que también el guerrillero Lucio Cabañas fue un alumno histórico de esa escuela- es un ejemplo del extremo en donde topó esta trágica historia de las normales. Sin embargo el nuevo gobierno de la república las impulsa de nuevo.
Por años, de esas escuelas egresaron los maestros que luego se hicieron alcaldes de su municipio. Muchas veces llegaban a revolucionarlo todo. Aprendían de la grilla confabulados en los salones de la escuela y en los dormitorios aludían al Che Guevara. Tal vez leían a Marx y recitaban a Trotski en los comités de ideología política y se ensayaban en la oratoria. O mejor, se salían a media noche a planear una tocada, un baile con algún grupo de moda en las ciudades cercanas.
Un niño campesino de pronto amanecía en un mundo desconocido, pues a estas normales acudían estudiantes muy pobres que solamente llevaban para el pasaje de ida. El gobierno les apoyaba con un “Pre”, un pequeño estímulo económico que resolvía en buena parte sus necesidades, pues aparte eran personas acostumbradas a vivir con poco. No obstante había aquellos que podían por telegrama solicitar un dinero extra a su casa. Que no era mucho, unos treinta o cincuenta pesos. URGE 30 PS. PARA TRABAJO, SALUDOS. PD. NO VACACIONES. Decía el telegrama.
En un año el muchacho tímido se transformaba y brincaba la barda. En el tercero y cuarto año encabezaban movimientos nacionales con alumnos de otras normales rurales que unían fuerzas para dirimir conflictos, para exigirle al gobierno o para divertirse.
Los padres primero extrañaban al hijo y hablaban con ceremonia y querían escuchar lo que se dijera. Puras alabanzas. No saben ni sabrán cómo es que le hizo, cómo es que sobrevivió en las normales, pues no siempre hubo auge. Eran comunes los “boteos”, las rifas y otras actividades que les acercaban dinero.
A los bailes eran con el grupo Yndio, Los Brios, los Ángeles Negros, Los pasteles verdes, Los solitarios, entre los estados del centro y a veces de los cuatro puntos cardinales. En Aguascalientes, Hidalgo, Morelos, Guanajuato y Jalisco se hacía un circuito que movilizaba a los estudiantes, que podía terminar en un plantón o en un bloqueo carretero, con secuestro de autobuses para el traslado.
En vacaciones regresaban los estudiantes a casa con ganas de irse de nuevo, contando historias increíbles. Sus carnalillos los más chiquillos los miraban como seres extraños. Por las pláticas los padres se imaginaban a los maestros y podían por eso odiarlos o tenerlos por muy buenos. En las graduaciones se conocían todos, eran gente sencilla. Se presentaban unos a otros, a la prometida que al padre se le hacía bonita, pero a la madre no le sacaban una sonrisa.
En las normales se hacían del novio y se casaban ya maestros. Eran de la Normal rural “Emiliano Zapata” en Amilcingo Morelos, de la “Miguel Hidalgo” de Atequiza Jalisco, de Cañada honda, Aguascalientes, de Ayotzinapa, de la “Lázaro Cárdenas” de Toluca, de la normal rural de Tiripetío, Michoacán y los viajes circulaban en esos derredores para encontrarse con los muchachos con quienes mantenían una relación epistolar y constante. Casi todos los días. Era como un chat con dibujos y “memes” hechos a mano en un cuaderno.
En Ciudad Victoria hay maestros egresados de esos internados con la historia de una vida de estudiantes maravillosa, salían de la escuela preparados para la vida y para el servicio en la comunidad. La misma vocación política y su capacidad de organización servía luego a las comunidades a donde eran después repartidos ya como maestros.
La vocación de un maestro rural siempre se ha distinguido del resto. Se trabaja con lo que hay abajo de un árbol. El sacrificio va más allá de la escuela y el resultado se obtiene con llanto, en medio de muchas necesidades. Hay grupos en los ejidos en donde el maestro compra los cuadernos, sin falta. Los padres pagan con una gallina, un mantel , un plato de sopa.
El estar lejos de casa daba los síntomas a los primerizos o recién llegados al internado, lloraban y se vomitaban de histeria, pero en menos de un año ya se andaban aventando del trampolín de la alberca.
Un buen ex alumno de la normal rural lleva el himno de la escuela, las consignas gritadas en la calle, el escudo, el recuerdo de su mejor amigo en la bolsa vacía. Tiene un cuaderno de la novia que tuvo, el corazón rojo partido por un hilo de sangre con el nombre de aquella con la que no se casó, pero le quedó la nostalgia de que la quería tanto.
“Abajale al radio”, le gritan a la maestra ya jubilada para este entonces, “tú callate… tú qué vas a saber de Juanelo, del grupo Yndio, de los Joao, de los Baby’s”. Dice la maestra, desde una esquina neutral de la casa.
HASTA PRONTO.