Los ruidos de la ciudad son el paso de las llantas, el plisado ruido que pasa y se escucha cómo se apaga al fondo del dibujo. Luego pintas el cielo gris con dos rayos de sol tangente hacia las casas. La calle que se lleva todo no te deja ver lo que hay, en el mero fondo el fondo es imaginado.
El dibujo lo pintó un niño de la primaria en la plaza y se hizo ciudad con el aire. Después se ha ido cayendo en los otoños y vuelve a surgir en primavera, como las flores. Se hace viral entre la gente que comparte en las redes y luego lo borra sin misericordia.
Afuera la vida es tierra en los camiones de volteo que brincan las boyas, es el pájaro que canta como un clarinete, el árbol que cruje, la voz de la maestra llevada por el aire, traída por la nostalgia hasta sus últimas consecuencias. Es un grito. Es una moto con una muchacha de acompañante, es el grillo ignorado por los libros de texto, es un rato gritando en silencio.
Cuando guardo silencio para escuchar la calle, la ciudad se calla como si estuviera en el cero Morelos, cerca del cielo, donde hace hambre. Y siempre lo ha estado. Pero estoy en una banca y miro el quiosco de falsa cantera. Miro a un indigente, un gato solitario, una plaza invicta, no peleada todavía. Si acaso son hijas de los pichones callados las campanillas de los Bon Ice. Oigo el encender de un coche. Te asomas y la señora que mira es Victoria, no habiendo otra señora.
Lo cierto es que el ruido se esconde cuando lo buscas, no encuentras abajo de una banca el rechinido de una puerta, ni la mujer que te llama ni el llanto anónimo con pañuelo y todo, ni el silbido natural a cada instante.
La voz espantosa del comandante es el silencio de los criminales. La noche no duerme ni un instante en su escondrijo de salamandras. Un helicóptero capta en un instante de zancudo gigante sus ansias de depredador de ruidos mínimos y principiantes.
La música depende del paisaje de flores o de fierros retorcidos, de un mensaje poético del viento hasta un quebradero de hojas en el suelo en el parque del barrio. Los ruidos son los platos golpeándose unos contra otros, las vasijas en un concierto maestro a dos manos. Son las vocesillas desafinadas y tiernas de la noche.
Lugo de los coches, ni un espacio sin ruido. Sigue un golpe extraño en la puerta. Dos rolas al mismo tiempo permanecen entre los árboles de la plaza Hidalgo. Entre canciones se venden finos relojes muy baratos, lo dicen por el aparato y suena la cumbia y una muchacha bonita baila con su licra y su jersey que anuncia la telefónica.
El ruido delata a los pobladores. Hay alguien ahí en el pueblo. Puede haber uno de todos que salve la especie, uno que compre flautas. Quizás todos coman gorditas, pierdan todos los partidos, compren los mismos tenis y escuchen ladrar los mismos perros.
El ruido es un sitio que ocupa el sonido, la música de la tierra, el cuerpo del espacio ocupado por un concierto. Sin ruido el misterio es un libro oscuro que vas leyendo mientras abres los ojos y descubres el mundo.
El ruido es el mundo. Es un sonido lindo. Es la otredad de lo bonito porque no nos complace, es la resaca de la música clásica de los bailes, es el filo de las armonías distintas que se juntan en una colonia.
El ruido acalla a las muchachas en las calles, aplaca los taladros. Pero hay ruidos en las luces intensivas, en los focos mercuriales, en las machas siniestras de la carpeta asfáltica y luego es el canto de sirenas, la cruz roja, la chota, la tira persiguiendo sombras en la tarde.
Entonces corres y el ruido va contigo. Te calmas y detienes el paso de las exageraciones. El ruido ha cesado misteriosamente, comienzas a entenderlo todo, nadie te persigue, todo está en silencio y piensas que es el momento de escuchar tu música.
Enciendes el aparato a todo volumen como si así funcionara todo… el sonido es perfecto y el mundo es tuyo. Pero estás solo y sabes que la música es un refugio piadoso de los ruidos.
HASTA PRONTO