Comienza a haber tantos cables
sueltos en el país que, en cualquier
momento, el gobierno federal
correrá el riesgo de enredarse. Los costos
públicos en términos electorales pueden
ser tan amplios, que el movimiento
Morena habrá de pedir, en algunos casos,
soluciones inmediatas y, en otros, licencia
para desmarcarse.
En política, lo que pesa, hunde. Cuando
un integrante de la clase política se
convierte en un factor que resta y amenaza
la permanencia de ésta en el poder, las
propias fuerzas internas terminan por
expulsarlo.
Hoy, el director de la CFE, Manuel
Bartlett Díaz, por la información que se ha
desvelado de sus propiedades y empresas,
al parecer sin haberlas declarado, se
convierte en ese peso que arrastra y que ya
sienten en el gobierno federal y en Morena.
Contradice el discurso anticorrupción
por el que se formó este gobierno. Y la
valoración ya está en la mesa: el costo de
defenderlo contra el costo electoral para
Morena.
Un razonamiento escuchado entre
las voces de este movimiento llama la
atención: Bartlett Díaz no forma parte de
la nueva clase política, y el reclamo de los
morenistas es que el gobierno federal no
debe pagar el costo por alguien al que no
se le identifica con la historia de los grupos
ahora en el poder.
El segundo gran lastre que la
administración federal está trasladando a
Morena es la ineficiencia del gobierno de
Veracruz para contener la grave violencia,
que hace pensar que la entidad está
abandonada al crimen organizado.
A mayor apoyo discursivo del
gobernador morenista de Veracruz, mayor
la percepción de que existe una omisión
cómplice de un funcionario que, sin duda,
debe renunciar.
Se me puede acusar de exagerar, pero
el dolor de los veracruzanos no puede
achacarse a los gobiernos anteriores. Esta
violencia desenfrenada terminará por
poner en la balanza la viabilidad política
de quien administra las instituciones de la
entidad.
El tercer cable es la violencia
generalizada en el país. Se ha buscado
una estrategia de relacionarla con la
ineficiencia de los gobiernos locales,
pero ha sido fallida. La razón es que
se trata de una violencia producida
por el crimen organizado y el discurso
de apelo a la bondad no hace más que
interpretarse como una decisión de no
querer enfrentarlo, para no parecerse a los
gobiernos del pasado.
Es importante recordar dos cosas
básicas. Morena ganó las elecciones y su
mayoría porque la sociedad castigó la
ineficiencia de los gobiernos anteriores en
materia de corrupción y violencia. Y eso no
hay imagen pública que lo resista.
No podemos olvidar que la reforma en
materia de educación estaba pronosticada,
no hay sorpresa. Morena cumple un
compromiso electoral con uno de sus
aliados que es la CNTE.
El lector puede preguntarse sobre lo
alto del costo para el sistema educativo que
tuvo esa alianza. Sí, pero eso habla de lo
que una fuerza electoral es capaz de hacer
para tener el Poder, con mayúscula.
Pero no es sólo Morena, todos los
partidos, en algún momento, lo han hecho.
Este movimiento ganó democráticamente,
es la regla del juego.
Si Morena pierde la mayoría en las
elecciones intermedias, veremos cómo
esa Reforma Educativa terminará en la
basura. Lo que también debe llevarnos a
reflexionar que los mexicanos no hemos
logrado alcanzar la institucionalización
democrática.
La mezquindad de las fuerzas políticas
hace que cada seis años reinventemos el
país, no sabemos y no queremos políticas
de Estado que trasciendan sexenios por el
bien de México.
Hoy escuchamos que se abren espacios
para un llamado a la reconciliación. Pero
hay que preguntar que los mexicanos
no estamos enfrentados, son las clases
gobernantes que se están reciclando: sale
una marcada por la corrupción y entra otra
que, ya veremos, qué tan diversa es, pero
algunos que salen en la foto dan señales de
que la cosa no será tan diferente.
Un estudio bien documentado de
transparencia internacional, que habrá
de revisarse en otra entrega, hace una
descripción interesante de la corriente de
gobiernos centralistas que se suceden en el
mundo.
Parte del hecho de que el centralismopopulismo
es una ideología y su
característica al comunicar es dividir en
dos a la sociedad: el pueblo y las élites.
La corrupción es manejada como un
elemento retórico asociado, por lo tanto,
a las élites, y éstas trabajan siempre en
contra del pueblo y del gobierno que quiere
combatirlas.
De esta manera, logran separarse de los
“otros corruptos”, para posicionarse como
“nosotros, los que acabaremos con ellos”.
Pero lo que subraya este estudio es que,
al final, se sustituye una clase política
corrupta con otra.