El 2 de octubre representa un día de
guardar en la liturgia cívica mexicana
desde 1968. En el periodo 26 de
julio a 1 de diciembre de ese año hubo una
lucha estudiantil contra el autoritarismo
gubernamental y una tibia, incierta y nebulosa
demanda democratizadora sin agenda
concreta. México cambió, en efecto, y
se fue democratizando en ritmo de cámara
lentísima hasta llegar a tres gobiernos de
oposición.
A 51 años de distancia en México todavía
no se alcanza a definir tres temas: ¿hay
realmente una democratización?, ¿fueron
los grupos estudiantiles los que ganaron
la democratización? y ¿ha habido en realidad
una transición democrática mexicana?
Los gobiernos del PAN –centro-derecha–
gobernaron con la estructura priísta
y el gobierno de López Obrador ha mantenido
la estructura de poder del sistema político
priísta.
En dos libros publicados el año pasado
he debatido este tema: el primero Octavio
Paz y el 68: crisis del sistema político priísta
analizo tres documentos centrales en el
ensayo político de Paz: las cartas a la cancillería
en septiembre de 1968 analizando, a
pedido del presidente Díaz Ordaz, sus percepciones
sobre los movimientos estudiantiles;
el segundo: el texto base de Paz para
una conferencia en Austin, Texas, titulado
México: la última década en octubre de
1969 y el brillante ensayo Posdata que retoma
el movimiento estudiantil y lo injerta en
un contexto histórico del ser del mexicano.
En su conferencia de 1969 Paz planteó el
dilema del 68: democracia o dictadura.
El segundo libro fue más provocador:
El 68 no existió. La tesis del texto propone
que el proceso de apertura democrática
mexicana hasta llegar a la alternancia en
la presidencia en el 2000 no fue promovido
de manera directa por el 68 ni por sus caóticas
dirigencias estudiantiles, sino que fue
producto del modelo politológico conocido
como autopoiesis o autorrenovacion por
sí misma del sistema para salvarse. Los autores
de las reformas fueron priístas, pero
las estructuras y clases del sistema apresuraron
la apertura para evitar el colapso revolucionario
o el golpe de Estado derechista.
El 68 estudiantil fue más bien un movimiento
de resistencia ante el autoritarismo,
sin ninguna propuesta de reforma democrática.
Y tanto careció el movimiento de
opciones reales que el presidente Echeverría
–secretario de Gobernación el 2 de octubre
del 68 y señalado como responsable
de la represión– logró la participación en
el gobierno de líderes estudiantiles.
La única reforma democrática que provocó
el 68 tardó diez años en llegar: la legalización
del Partido Comunista Mexicano
–de filiación marxista leninista soviética–
para participar en elecciones, pero con saldos
electorales de 3%-5.5%. El PCM mutó
a la institucionalidad: en 1981 abandonó
el apellido comunista y se llamó Partido
Socialista Unificado y en 1987 pasó a ser
Partido Mexicano Socialista. Pero su peor
cambio fue en 1989: se disolvió como opción
socialista, entregó su registro legal al
expriísta Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano
para fundar el Partido de la Revolución Democrática
con una extraña fusión de priístas
y comunistas. El oxímoron tiene un dato
mayor: en el mismo partido convivieron
el último dirigente de la Juventud Comunista
y por tanto pivote del PCM en el movimiento
estudiantil y preso político por
esa militancia, Pablo Gómez Alvarez, con
Porfirio Muñoz Ledo, el priísta que en 1969
pronunció dos discursos elogiosos al presidente
Díaz Ordaz por la valentía de la decisión
de aplastar al movimiento estudiantil.
De esa fusión nació la figura política de
López Obrador, priísta de 1975 a 1988. En
todo caso, Cárdenas decidió que el PRD
fuera una especie de PRI histórico populista.
Las banderas comunistas del PCM se
lavaron en el PRD y muchos militantes comunistas
en luchas que los llevaron a la cárcel
terminaron sus días trabajando para el
gobierno.
Ningún gobierno posterior a 1968 reivindicó
el movimiento estudiantil. El sistema
priísta se modernizo para sobrevivir, aunque
perdió la presidencia en el 2000 bajo
aquella amenaza del todopoderoso líder
sindical durante 50 años Fidel Velázquez
de que el PRI había ganado el poder a balazos
y a balazos se lo tenían que quitar. No
fue así. En el 2000 el PRI perdió la presidencia
en las urnas, la recuperó en el 2012 y
la volvió a perder en el 2018.
La línea que continuó la protesta del 68
fue la guerrilla, que había nacido en septiembre
de 1965 con el asalto de un grupo
guerrillero al Cuartel Madera en Chihuahua,
imitando el asalto al Cuartel Moncada
de Fidel Castro en 1953. La güerilla mexicana
asaltó bancos, secuestró empresarios
y funcionarios, estalló bombas y quiso y no
pudo explotar una revolución armada y fue
aplastada en el periodo 1979-1985 hasta liquidarla
con torturas, secuestros de dirigentes
y asesinatos.
El EZLN quiso revivir la guerrilla en
enero de 1994, pero fue obligada por la sociedad
mexicana a abandonar el camino de
las armas. Poco tuvo esta guerrilla zapatista
chiapaneca del 68, porque en 26 años
el sistema priísta había triturado simbólicamente
a dirigentes y herencia, a pesar
de que el EZLN había nacido del Frente de
Liberación Nacional que surgió como respuesta
al 68.
El 68 mexicano es, pues, una fecha, no
una herencia real. No tuvo una propuesta
de reforma y quedó como una víctima del
poder autoritario del Estado en 68… que es
el mismo Estado de la actualidad.
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