Tengo un gato, pero la realidad de las cosas es que tengo otros gatos. Aunque me resista a aceptarlo y yo mismo los cuente y sea uno solo. En serio, es un gato negro, por tanto en la noche se vuelve invisible que parece que no hay ninguno. Y sin embargo más de rato son muchos.
Nunca en mi vida había tenido tantos gatos, hoy tampoco los tengo, pero peor que si los tuviera.
Son los gatos del vecindario. Esos que nadie sabe de quiénes son y tienen dueño que a veces estoy mirando- a los dueños, no a los gatos-. O bien son gatos salvajes que vienen directo de los tejados con escalas en algunas gatas también florecillas silvestres que se acomiden a acompañarlos. Hay epidemia de gatos o me hago viejo y nunca me había fijado.
De modo que desde hace rato he modificado mi agenda, si es que alguna vez he tenido una, y dedico una hora en planear la estrategia que los corra para siempre. No los quiero volver ver en mi vida. No es que los odie, al contrario, los estoy salvando de una pedrada, ya me anda para correrlos porque me agarran descuidado.
Primero pasaba uno de ellos a tales horas de la tarde. Muy despistado no viendo cruzaba la sala hacia tierra de nadie. Creía o quería que creyera que no lo miraba, la mayor parte de las veces no lo miraba. Otro escapaba por la ventana, era uno rayado como tigre, nunca supe por donde entraba ni qué hacía adentro de la casa, y como José María Napoleón: “nunca le pregunté, nunca lo supe”.
A la una de la mañana hay gatos en mi patio haciendo popó. Comprendo que no todos tienen su casa, que puedo quedarme con dos o tres de ellos, pero eso haría más atractiva la plaza. No se trata de convocar al resto de la manada, han de ser como unos 30.
A las dos de la mañana ya no hay nada. si te vas, en una hora regresan. Con la experiencia he notado que tienen su horario. Por eso se aferran y si los ves, ya en posición, te ven para hacer como que no te miraron que los miraste. Otros exploran agujeros negros, arañan el suelo y las tablas de madera, otros simplemente nos espían. Y son caprichosos, celosos, mimados, “viejeros”, amigables, histéricos como nosotros.
No es porque yo sea muy buena bestia con mi gato, pero a él no le pasa lo que a nosotros los seres humanos, uno no sabe qué es lo que le envidan, han de ser imaginaciones de uno. Entonces cuando sale le tienen tirria como a uno y se lo escabechan , han querido sabotearlo y sacarlo de aquí a como caiga.
Sospecho que sobre el tejado me acechan los gatos, siendo a veces simples sospechas y cuando los descubro brincan en señal de prepotencia, midiendo la distancia entre su salto mortal y mi cuello, según soñé una noche. Los gatos no hacen nada señora, no se asuste.
Otro gato es violinista, cuerda enredada en el techo, manubrio de gatas, refuerzo del suicidio resbalando de una lámina. En celo, los gatos y las gatas son gigantescos gritos de la noche, espanta suegras, refugios de otros gritos más turbios.
Aveces pienso que aquí anda mi gato pero no es verdad, es otro gato negro. Hay muchos gatos negros igual que mi gato, puedo distinguirlo cuando le hablo y no me contesta, sé que es él. Los que contestan son hijos de nomás estar pensando y es cuando les hablo.
En principio parecía agradable la romería que ofrecen estos felinos cuando se juntan a darse vueltas, a juntarse las colas, a estar dormitando en la sala, a morirse de nada. De no ser por las suciedades y lo que esto implica. Cada vez es más trabajo y no puedo dedicarme a esto.
Mi gato ha dejado que pase el tiempo, que pasa sin permiso por delante de sus ojos. Ve cómo pasan los otros y comen por él, se abanican por él y se hacen del dos por él. Yo pienso solo en mi gato ahora que son muchos, en memoria a lo que antes fuimos, dos moribundos.
Hace rato que no veo a ningún gato, parece que se asustaron con los teclazos. Aprovecho para escribir de ellos, los gatos intrusos. Si me asomo puede que ande por ahí uno, pero no hay nadie ni gente hay por la calle. Como si se los hubiera tragado la tierra y cada quien hubiese recogido sus gatos.
No es que los quiera o que me guste mirarlos y jugar con ellos , si los recogieron qué bueno. Tampoco es que empiece a extrañarlos. Si vienen aquí los espero atrás de la puerta, para espiarlos y ensayar mi estrategia favorita de gatopardo.
HASTA PRONTO