Cuando uno se está volviendo loco lo primero que oye son los grillos rechinando en el zacatal a mediodía. Más allá los pájaros que no alcanzas a distinguir entre el ruido de los carros, pero son muchos, los carros y los grillos. Luego los árboles chispean hojas y producen mareas.
Yo prefiero escuchar al ser humano de lejos. Como cactus con espinas a prudente distancia. No me acerco al hombre común ni se me acerca a menos que esté loco, así como estamos. Un loco reconoce a otro loco no confeso.
No es que a ande por las calles porque quiera. Me salgo porque tengo hambre. La gente cree que es de adrede, así como puede ser que tampoco tenga un lugar seguro dónde bañarme. A veces no me baño, así como para andar diciendo que me he bañado.
Estoy aquí en el cinco Hidalgo y me quedo mirando el paso de las muchachas a los hoteles de paso, con su desgastado anuncio. Me recargo en el poste de la esquina con el tallo pintado como si fuera un árbol. Tengo ganas de sentarme pero hace rato estuve sentado mucho tiempo y a eso no me dedico. Nadie, ni yo mismo se ha qué le tiro. Tampoco robo, ni cargo bultos.
Yo me siento en mis cinco sentidos, pero no es cierto. Me río demasiado, le tiro a indigente, nunca pienso, vago y ¿cómo se llamó la obra? Apenas recuerdo mi nombre, la última persona que me vio lo anotó en un papel que traía en la cartera.
Tampoco sé dónde vivo y tampoco lo anotaron. Ando siempre como buscando algo. Eso dice la gente porque camino agachado pero ese es mi jale. Del trabajo todavía no salgo, salgo más tarde. Agachado se encuentran los varos, un ojal de camisa, una botella vacía, dos bolsas de plástico.
Duermo en un espacio que me pelean otros dos locos viejos entre los aparadores de una tienda de novias. La noche es cruel a patadas. Por la mañana antes de despertarnos nos despertamos, buscamos primero las piernas antes de moverlas. Palpo la gran bolsa con mis trapos y salgo de la noche. Nadie murió por cierto. El clima es un solazo a mediodía y unos gatos arañando el estómago. Sin agua, para que te lo sepas.
Lo que pasa es que siempre tengo hambre y voy comiendo lo que voy encontrando, ese es mi lema, porque tampoco puedo así que digamos sentarme a una mesa con toda la familia y rezar con la comida en la boca y todo eso. A veces no como por lo mismo. Pienso en ellos, en las figuras borrosas que se van olvidando.
Alguna ventaja tendrá quedarse loco de remate y hablar sólo para decir verdades y correr de repente, esconderme de mi mismo atrás de un muro. Orinar ahí, que pase la policía, que me arrastre un rato y que me saque de la plaza Juárez. Donde antes había una fuente.
Circulo por barrios donde no me apedrean y recojo lo que otros dejan en las plazas. Después selecciono lo más chido: la camisa, el jarrón, la vasija, después las borro de la memoria o las tiro. Siento que a eso iba, a tirar lo que ya no sirva.
Apenas me voy quedando loco y no me dejan hacerlo. Me escondo cuando veo un conocido para evitar crudas respuestas de mi parte y horribles muestras de terror en su rostro. No quiero que vean el lastre saltar de mis ojos con las imágenes de la muerte o el solitario pasillo de mi voz inaudible desde el fondo de mi precipicio.
Los niños comienzan a darse cuanta de que me vuelvo loco y me han seguido durante una leve procesión de silencio. Si digo algo la riego. Traen piedras en la mano. Si les grito me apedrean como a todos los que apedrean. Y en el nombre de todos lo que no han apedreado podrían apedrearme.
Si me estoy volviendo loco escribo en un pedazo de papel arrugado que se quema por el otro lado. Guardo lo que queda del humo en los pulmones, arrojo el humo dispuesto a creerse humo de cigarro.
Es todo. Hay más banda aquí ya loca. Estoy aprendiendo bastante a vivir la vida como debí hacerlo, aquí en mi refugio de guerra, en un lugar de mosaicos y ecos de mujeres que saltan y bailan en la noche incipiente con un maniquí con sus trajes de novia.
Aprendí que a los locos nos corren de todas partes porque no nos toleran, si aprenden a tolerar tendríamos que volver a casa y explicar lo inexplicable, porque nosotros sabemos cómo. Por otro lado me alegro de no haberme topado con la razón en ninguna parte de la ciudad, y qué bueno, me hubiera tenido que cambiar de precipicio.
HASTA PRONTO