Hoy parece un día normal, pero reconozcamos que es sábado. Un día que sin quedar fuera de lo laboral, tiene medio día liberado.
Es sábado y es hasta natural que de pronto ya sea otra vez sábado y lo dices cuando ya es otro y otro. Hasta el infinito. Apenas llega el domingo y el lunes es trabajo, cuando ya ves el puente del sábado que te lleve al olvido en un gran barco.
Seguramente una buena cantidad de hechos históricos ocurrieron en sábado. Hubo hechos que se negaron a ocurrir precisamente por eso, porque era sábado. Otros hechos más sencillos ocurren todos los días pero no los sábados.
Se nubla los sábados, llueve, hace viento y venden dulces de horas caídas a los enamorados de las bardas. Por lo demás te puedes equivocar, tropezar con la misma piedra, rodar y ruedas mientras sigues escuchando la misma música por los audífonos.
En la noche, es sábado como una placita con dos focos amarillentos, un fresco de otoño terco, un refresco, un elote y el boleto del pasaje en la fila, dando vueltas como un planeta al rededor de la manzana. Sacas la vuelta a un perro con quien te hiciste viejo. Es la hora de la noche en que se informa, hay un baile en los Salones Alianza.
Es mundial eso de que la gente trate de vivir cada vez con el más mínimo esfuerzo. Pero de ahí cada quien escoge hacerlo. La forma y el fondo ahí están dispuestas sobre la mesa. El simple pensar es un ejercicio. No hacer, también cansa y a veces es imposible. Así el sábado es la orilla de la playa, la esquina doblada por una mariposa, el heno rodando en el breve desierto de la mano.
Con el sábado me imagino que subo una montaña y veo en la cima el resplandor del otro lado del río. Es fin de semana. Le dices adiós a los días y los olvidas, te quedas con la ropa, con la tele, con el jabón palmolive, con el agua y las calles raspadas por el agua. Con la toalla casi seca sobre las sandalias.
Entonces el pelo del sábado se levanta más tarde o se junta más temprano porque sale a ondear como bandera por las calles. Hay pocas personas corriendo en la oscuridad, pero hay. Se saludan en son de paz y apuntan primero. El otro recibe el saludo como una cachetada a esa hora de la mañana y sigue corriendo.
En Ciudad Victoria no puedes asomarte a una calle porque ves a alguien corriendo, cruzas pronto pues temes una estampida de hombres y mujeres. Sales y pasan dos o tres de ellos, luego sigue la estampida a dos kilómetros por hora. todos con su número en el pecho. Y hubieras tenido que esperar a que pasara ese tren.
Quieres salir sin verlos, salir a hurtadillas; y cuando menos esperas vas con uno de ellos platicando. Eres uno de ellos, con tu licra y tu voz de experto en sudor y en pavimento. El sol que sale te espía en cada calle.
El profe de inglés anda suelto hablando español por su casa. Nadie lo escucha. El sábado es una estación de cables, con tres réplicas de gorriones por la tarde. Atrás de ellos el silencio es vencido de nuevo por los espejos de los carros que traen de regreso el ruido.
Pero si estás en un sábado de otoño y no llueve, entonces estás en otro lado. Regrésate para Victoria, Tamaulipas. Seguramente te equivocaste de vuelo y estás en Victoria, Canadá o en Cd. Victoria de Entre ríos en Argentina.
Pero es sábado y comienza a llover, la gente corre y se moja. Quiere llegar antes de llegar para cubrirse bajo una marquesina que anuncia la película del domingo.
HASTA PRONTO