Para mi que en plata limpia ningún victorense se a negado el placer de echarse unas gorditas en un carretón o en una fondita. Por tanto las habrá visto ya cayendo redonditas haciendo ojitos para ser consumidas.
Y sin embargo el viaje que hicieron a su paladar, desde su origen, está lleno de texturas de la condición humana y laboral de una jornada.
Pues a qué horas te levantas madre que tienes que hacer las gorditas cuyo recurso sirve para llevar tu sustento y que te quede tiempo. Tan temprano te bañas y buscas la ropa y encuentras otra y se te junta el quehacer y todavía no empiezas. A que horas aparte dejas todo listo para los muchachos que van a la escuela y de ahí muy peinada salir muy dispuesta a culminar tus obra.
Llegas y la gente que llega temprano llegó antes y te espera. Y la gente no sabe de dónde vienes, dónde duermes y di descansas, si te dejaron dormir, si llegas cansada.
No esperan a que abras el pequeño negocio para darte el pedido, con doble repollo señora. Desde lejos te hablan antes que a nadie los comensales, como si te quisieran y sí te quieren.
Tu eres su mañana y te piden un café y aún hay mucho qué hacer. Entonces sacas la bolsa de plástico doce kilos de masa y le das otra amasada, en uno de esos secretos para mejorar la textura del producto. Pero han de ser manos expertas las que sujetan, las que envuelven, que aprietan para que la masa quede lista para unas gorditas bienen ricas.
Mientras la masa reposa, alguien lava las mesas y las acomoda. Limpia el pequeño lugar de cuatro por cuatro, todo terreno, donde todo cabe. Todavía no abres y hay gente asomando por la ventana. Y dos ayudantes llegaron y trabajan en automático como si manejaran un carro del año.
Todo el parecer tener cuatro manos porque no se ven de tan rápidos. Cada uno habla desde su frente y está especializado en lo que hace. No puede haber falla. La exactitud tiene que ver por momentos con la calidad en el servicio.
Todavía saludas al que pasa en un coche y te acuerdas del pedido pero comoquiera preguntas para que no haya falla.
Es ciudad Victoria la capital de las flautas de harina y de las gorditas. Hay competencia a cada esquina y a veces -como en el centro de la ciudad- antes de llegar a la esquina, por eso hay que echarle ganas.
Le atiné. Te levantas a las cuatro de la mañana para cumplir una jornada de aproximadamente 12 horas, pues todavía por la tarde tienes qué ir a comprar la carne, el repollo, no sé, y regresar por lo que se olvide. Y todo eso para ese par de gorditas inquebrantables que pronto caerán al estómago del afortunado que las está capeando saliendo del comal.
Pero ya hiciste otras diez y las que le siguen… Y a propósito: “a qué horas sigo yo señora. No se crea, yo espero”. Es cosa de imaginar y ver por qué las gorditas de Victoria tienen esa grandeza.
Pero me quedé pensando, no sé si será prudente aparte de dos de picadillo pedir dos de frijoles con queso.
HASTA PRONTO.