TAMPICO, TAMAULIPAS.- Aún no hay murmullos, ni música, ni algarabía, ni se ven tantas flores entre los pasillos. Más bien hay silencio y soledad, se respiran recuerdos. Ya los deudos preparan el recibimiento para sus muertos. Ya huele a fiesta, ni el norte lo pudo arrancar.
No hay niños jugando entre las tumbas, ni adultos mayores que busquen un poco de sombra entre los árboles, no huele a cerveza, ni a mole. No hay pan, aún no hay velas, ni globos en las tumbas.
Los aguadores, alistan sus cubetas, y revisan que los tambos de agua no tengan filtraciones, pues se iría como el agua, la ganancia por los acarreos de agua en Día de Muertos.
El fresco olor de pintura de aceite, se siente en uno de los pasillos; es una chica de unos 25 años de edad, que ha perdido a su padre hace 4 y a elegido el color café para empezar a arreglar, la última morada de su ser querido. Está sola, y pinta con delicadeza, como si supiera que su padre la está observando. Se concentra y no deja un tramo sin pintar, la idea es que se vea lo más bonito posible -seguro él la mira, con sobrado orgullo-.
Las visitas en el cementerio municipal de la Avenida Hidalgo de Tampico, comienzan a darse por parte de los deudos de los fieles difuntos que acuden dar una “enchuladita” a la última morada de sus seres queridos.