El asesinato brutal de mujeres
y niños de la familia LeBarón
señala una terrible ausencia
de límites, éticos, humanitarios, o
de cualquier tipo en sus verdugos.
El hecho ha conmocionado a la
opinión pública de México y los
Estados Unidos.
Los LeBarón son una extensa
familia de cerca de 5 mil personas
dedicadas a la agricultura en el
norte de México. Sus antepasados
vinieron de los Estados Unidos desde
hace varias generaciones porque su
religión, una rama independiente
de la iglesia mormona, alentaba la
poligamia, pero allá se prohibió.
Encontraron que en México podían
seguir practicándola.
Entre los antepasados no tan
lejanos de esta familia varios tuvieron
más de diez esposas. En un caso un
abuelo tuvo más de 400 nietos. Lo
cual explica que estas 5 mil personas
estén cercanamente emparentadas.
Hago un paréntesis para decir
que la poligamia genera situaciones
muy conflictivas por la exclusión de
los jóvenes menos adinerados. Pero
ese es otro tema; además de que al
parecer esa costumbre ya casi se ha
extinguido.
Las víctimas LeBarón tenían una
doble nacionalidad: mexicana y
estadounidense. Es por ello que este
horrendo crimen abre la puerta a la
injerencia norteamericana y explica
también el rápido apersonamiento
de nuestro secretario de relaciones
exteriores, Marcelo Ebrard, en la
escena del crimen. Declaró que se
va a hacer justicia. Eso esperan con
impaciencia los mexicanos y muchos
norteamericanos; su gobierno
incluido.
Trump ofreció ayuda militar y,
aparte de que AMLO rechazo esta
posibilidad, la mejor respuesta la
dio un familiar de los asesinados.
Alex LeBarón le envió un mensaje
(tweet) al presidente Trump diciendo:
¿quieres ayudar? Baja el consumo
de drogas en los Estados Unidos.
¿quieres ayudar más? Cambia
las leyes que permiten la entrada
sistemática de armas de alto poder a
México.
Sin embargo, sería iluso esperar
que los gringos reconozcan y corrijan
su contribución al crimen organizado
en México. Más bien anuncian fuertes
presiones sobre México.
Varios senadores norteamericanos
apuntan en esa dirección. Lindsey
Graham, un importante senador
republicano dijo que prefería viajar
a Siria que a México. También dijo
que las organizaciones criminales de
México deberían ser declaradas como
terroristas bajo la ley norteamericana;
algo que no es inocente pues le
daría al gobierno norteamericano,
en particular a Trump, facultades
de intervención en México en
defensa de ciudadanos e intereses
norteamericanos.
Otro senador, Tom Cotton esgrime
que si el gobierno mexicano no
puede proteger a los ciudadanos
estadounidenses en México tal vez
ellos tengan que tomar el asunto
en sus manos. Un tercer senador,
Ben Sasse, supone que México se
encuentra peligrosamente cerca de
ser un estado fallido. Lo que ha sido
ampliamente citado por los medios.
Afortunadamente Trump se
encuentra entrampado en su juicio
político. Pero si acaso libra su
defenestración lo más probable es
que esto le sirva de munición en su
campaña electoral.
La situación obliga a México
a combatir la inseguridad en dos
vertientes; la inmediata es lo que
prometió Ebrard, hacer justicia, ojalá
que sea para todos, y la otra. La de
mediano plazo es la propuesta de
AMLO, combatir la criminalidad con
desarrollo. No la continuidad del
mero crecimiento, débil, sesgado,
inequitativo y empobrecedor de
los últimos treinta años; sino un
desarrollo incluyente, generador de
empleo, con equidad social. Ninguna
de las dos maneras es sencilla y de
bajo riesgo.
Reconstruir una senda de
desarrollo requiere abandonar
ortodoxias profundamente enraizadas
que no generan suficiente empleo y
bienestar.
El mercado mundial está saturado,
nuestro mercado interno es muy débil
tras décadas de empobrecimiento
masivo y el gasto público no alcanza
ni para lo esencial. Las transferencias
sociales, educación, salud, seguridad
e inversión compiten entre sí y
al final todos son insuficientes.
Tampoco alcanza para inyectar falsa
competitividad en áreas clave de la
producción.
Ahora que se reducen los apoyos
gubernamentales a la agricultura
comercial resulta que esta no puede
nadar sin ese salvavidas. Y no es
claro que los apoyos redirigidos a la
producción campesina vayan a dar el
resultado deseado en el corto plazo.
No obstante, requerimos que
el grueso de la producción rural
y urbana sea competitiva dentro
del mercado interno frente a las
importaciones de manufacturas
asiáticas y la compra de granos
norteamericanos. No se logrará con
ilusorios y lentos incrementos de
productividad que no se dieron en el
pasado. Hay que voltear la ecuación:
primero competitividad, luego
productividad.
Y la competitividad se puede
obtener abandonando la muy
costosa defensa a ultranza de la
paridad cambiaria. Presumimos la
entrada de inversión especulativa
que viene a aprovechar una de
las tasas de interés más altas del
mundo. Se le llama inversión, pero
lo cierto es que no incrementa la
producción, sino que la deteriora;
abarata el dólar y fortalece nuestra
vocación importadora.
Para echar a andar el potencial
productivo del país, o por lo menos
preservar la producción nacional,
tendríamos que tener una paridad
competitiva. La producción de maíz
en la agricultura comercial es un buen
referente. Si no se le va a apoyar con
gasto público, y no es viable poner
aranceles a las importaciones, la
única alternativa a la destrucción es
una paridad que le permita competir
y ser rentable.
Hay señales crecientes de que una
devaluación puede ser inevitable.
Morgan Stanley, una importante
firma financiera, aconseja desinvertir
en pesos y en bonos de Pemex. El
Fondo Monetario Internacional no da
señales de renovar la línea de crédito
flexible por cerca de 80 mil millones
de dólares, que vence a fin de este
mes. Las calificadoras desconfían de
los cálculos financieros optimistas en
torno a Pemex y las finanzas públicas.
Devaluar sería un trago amargo;
pero nos acercamos a la disyuntiva
entre conducir el proceso tomando
el toro por los cuernos, o dejarnos
arrastrar. Habrá que hacer de tripas
corazón y convertir lo que parece
inevitable en eje de un nuevo
proyecto de desarrollo.