Luego de las elecciones en Bolivia
y Argentina, de las protestas
callejeras violentas en Bolivia,
Chile, Ecuador y Cataluña, de la crisis
de gobernabilidad en México y de las
elecciones para presidente del gobierno
de España, una especie de común
denominador atraviesa de manera
transversal los conflictos: terminó la
era de los estadistas y estamos en el
ciclo nada agradable de los políticos
del poder.
Unos días de presencia física en
Barcelona y Madrid y el seguimiento
de la política en España desde 1974
me permitieron ver una crisis de los
estadistas, de los hombres de Estado,
de dirigentes políticos capaces de no
cruzar líneas prohibidas y con un apego
a la institucionalidad y a las ideas. Los
cinco principales candidatos a la presidencia
están viendo acomodos de sus
posibilidades y ninguno está enfocando
una crisis del Estado. La ausencia de
estadistas está liquidando la transición
de 1976-1978. Argentina es otro caso
singular. Luego de los fracasos del modelo
social-populista-personal de Juan
Domingo Perón, en cuando menos tres
ocasiones el peronismo ha irrumpido
en la vida nacional. Derrotado en 2015,
hoy regresa el mismo peronismo que
llevó a Argentina a severas crisis de corrupción
y económica. El presidente indígena
Evo Morales, que enarboló una
propuesta de transición, ha desobedecido
las leyes para perpetuarse en el
poder, a pesar, en las recientes elecciones,
de las protestas masivas violentas
por sospechas de fraude electoral.
En Chile una reforma económica de
ajuste macroeconómico neoliberal sacó a
los chilenos a las calles a protestar contra
el neoliberalismo, sin reconocer que
está reventando el modelo neoliberal de
Pinochet que los mismos chilenos avalaron
como gran reforma productiva. En
Ecuador también reformas económicas
indispensables en la lógica de sus programas
de gobierno estalló la violencia.
En Nicaragua fermenta una gran protesta
social contra el sandinismo revolucionario
que echó a los Somoza del poder, pero
para dejar a los Ortega como copia del
somocismo. En Brasil no se ha resuelto
la crisis populismo neoliberalismo que
precipitó Nilda Rousseff y la corrupción
debatida en tribunales judiciales de Luis
Ignazio da Silva.
En México asumió el poder el modelo
de liderazgo social personal de
Andrés Manuel López Obrador, después
de seis presidentes que impulsaron
un modelo neoliberal de mercado
en condiciones de exclusión de los
errores del viejo populismo que en
1982 lanzaron la economía estatal a la
economía de mercado. Pero el primer
efecto ha sido negativo: si en el ciclo
populista 1934-1982 el PIB crecido
6% promedio anual y en el periodo
neoliberal 1983-2018 ese indicador se
ubicó en promedio anual sexenal de
2.2%, el primer año de nuevo gobierno
y de nuevo proyecto económico
será de -0.2%.
En todos estos escenarios se dio una
constante: el agotamiento en diferentes
niveles y fechas de modelos políticos
populistas para dar paso a economías
de mercado, pero con el regreso del populismo.
Pero el dato mayor fue la existencia
de liderazgos políticos de masas;
es decir, que el populismo y el neoliberalismo
condujeron a la terminación de
los políticos-estadistas. La referencia
es clara: los políticos hoy piensan en el
ejercicio del poder a cualquier precio,
en tanto que los estadistas siempre
vieron el bosque del papel direccional
del Estado.
Otra característica ha sido apenas
esbozada por algunos analistas: el fin
de las ideas políticas como espacios de
cohesión social; en casi todas las elecciones
de países con procesos electorales
abiertos los candidatos asumen al
electorado no como una ciudadanía en
acto, sino como una masa dependiente
de los pánicos sociales de las redes cibernéticas.
Ahora mismo en España se
percibe la contratación de expertos en
redes para captar votos con propuestas
direccionadas.
Los fracasos económicos, políticos
y sociales de las naciones en crisis y
en procesos electorales son asumidas
con responsabilidades externas. Las
campañas buscan votos cautivos con
programas asistencialistas. En ninguno
de los países en crisis se ha llevado a
debate electoral el agotamiento de los
dos sistemas en pugna –mercado y populismo–
y todo se resuelve con dinero
regalado. Una vez en el poder, la legitimidad
y la duración de esos gobiernos
dependerá de los recursos presupuestales.
En México, el nuevo gobierno
medirá resultados con el número de
beneficiados directos de entregas de
dinero en función de su marginación,
en tanto que hay un desdén hacia el
PIB que refleja la suma de la actividad
económica cuantificable en empleos,
salarios, bienestar y satisfacción.
Hoy la calificación de los gobernantes
se hace con la medida de un maquiavelismo
distorsionado: el ejercicio
del poder, por el poder y para el poder,
no la significación del Estado como
el objetivo final. Aristóteles, en explicación
de Julián Marías, desarrolló su
obra Política no en función del ejercicio
del poder, sino en relación al papel del
gobernante en la polis. Y Thomas Hobbes
definió el Estado como un contrato
social que dejaría armas el Estado de
naturaleza. Eso sí, los nuevos líderes
políticos se quedaron con el Estado de
Weber: el monopolio de la fuerza, una
derivación hobbesiana.