Ahora que los roles en la sociedad se han intercambiado. Son indistintos y brincan como ranas de un género a otro. Es posible hablar de la extinción de las señoras de la casa, aunque sea en un afán meramente descriptivo. Aunque todavía las haya y muchas y yo no quiera que se extingan ni por un ratito, ni creo que nadie en su sano juicio lo quiera.
La señora de la casa te esperaba en vez de llegar rápido, era la señora que te buscaba en vez de llamarte, porque había tiempo. Era la que sabía cuánto costaba un kilo de tomate y cuántos gramos te daban en un kilo de tortillas. Antes llegaban a una casa y las señoras buscaban a la señora de la casa y ahora buscan a quien se encuentre. Sino es que al crudote del marido que está dormido. Y el que sale es el perro.
La señora de la casa poco a poco se extingue con su morral en la mano, con su lista de mandado, con su hija, con su mirada por la de Hidalgo, con sus sueños, con su dinero contado, como sus años, con su pelo entrecano y su trenza por un lado.
La mamá pato que va al mercado, de canasto, con rebozo de bolita se extingue sin que podamos evitarlo, sin que queramos, sin que podemos hacer nada y tomarla de la mano para que se quede en la casa, para que mire por la ventana, para que sacuda, para que sea la esclava del macho que salió de casa, para que atienda una rutina de toda la familia y de todas sus demandas. Para que saque una lana de la manga.
Poco a poco dejan de verse a las señoras llegando al mercado con el morral de red para surtir lo necesario y hacer el quehacer. En cambio cada vez llegan más a los grandes supermercados los fines de semana, en las quincenas y en los días feriados. Son parejas, disparejas, matrimonios que han aguantado, amigos que se juntaron.
Ya no mandan a la tienda a comprar un diente de ajo, un cuadro de pollo, una sopa de fideo, un tomate, medio kilo de cebolla. A alguien se le perdió el recado y no ha regresado con la feria. Tal vez vuelva grande con todos los dólares o vuelva más de rato con una esposa a decir que ya no se acuerda.
Por otro lado poco a poco el hombre se vuelve señora de la casa y se queda a cuidar al bebé, a cambiarle los pañales, a lavar su propia ropa, a lavar sus calzones, a dejar hecha la cama.
Y es que hoy en día la señora es veloz, puede tan de prisa cambiarse de ropa y estilizar el pelo para ir a un evento, como volver para preparar la comida, ir por el muchacho y asistir a una conferencia. Eso es ya lo que se acostumbra, no es ni siquiera una dura tarea, se le ve siempre a prisa, se acostumbra al paso veloz, a las 5 minutos antes pintarse en el retrovisor y hace todo eso mientras habla por el celular con una amiga, con la única amiga con la que siempre habla faltando cinco minutos para esas hora de la mañana.
Puede traer prisa y al mismo tiempo
ser capaz de quedarse platicando en la esquina con una amiga.
Son las señoras de la casa, las que todavía existen en algún lugar, por algún milagro existen. Pero se extinguen, con su escaso presupuesto. Y mas ahora en que por alguna razón han proliferado los señores de la casa.
Y sí, los había visto pasar con una bolsa de mandado y un perro chihuahueño, planchar sus camisas y comprarle la comida a los muchachos, pero no me había fijado mucho.
HASTA PRONTO.