Estás en el arrancadero, por así decirlo, porque acabas de llegar al sitio de salida de la carrera de 3000 metros planos a la que te invitaron. Es más o menos de ida y vuelta por el 17, del Paseo Méndez al estadio. Aquí mismo a un lado está la meta y ya todos los que llegaron también la vieron. Tal vez desde antes la vieron, desde cuando estaban entrenando o pasaban por ahí en el carro.
Cuando llegas ya hay corredores y faltan algunos minutos para las 8:00, la hora en que inicia la carrera, por eso es que ya llegaron algunos jueces y hay personas en el césped, sacan de sus pequeñas mochilas sus vestimentas.
Cuando estás listo comienzas a hacer movimientos de calentamiento, estiras los músculos, te concentras en el pavimento. Quienes te conocen se acercan a ver. Quieres ver tu cara de cerca cuando saltas, cuando realizas pequeños cierres, cuando te sujetas un pie con las dos manos y luego lo sueltas.
Mientras miras al cielo como quien ve dos pájaros que van pasando aunque no pase ninguno.
Te vieron desde que te bajaste del carro y te siguieron hasta que te vestiste, te vieron dar los primeros pasos sobre la improvisada pista del asfalto. Nunca pensaste en ellos hasta ahorita en que tratas de concentrarte y revisas cada paso de la carrera que vas a dar, porque la conoces y has pasado cientos de veces por ella.
Un tiempo fue la ruta que te llevó a la escuela, miles de minutos antes de que pensaras en esta carrera. Piensas en los minutos que faltan, en que poco a poco se han ido acomodando a la línea de salida pintada con pintura blanca. No tardan en dar el banderazo de salida.
Has visto a otros corredores que vienen de afuera a quienes conoces y ya te vieron. Tratan de ver, de adivinarte de lejos qué armas portas, quieren saber qué traes en los tenis, adentro, por dentro del cuerpo, qué aire te empuja y si es el mismo que respiran ellos. Se acercan y te saludan, te abrazan, te preguntan algo y les contestas pensando en los primeros 100 metros.
En esta carrera lo fuerte es el cierre porque es de subida, cuando ya vienes, es decir, cuando ya vas llegando a la meta y vas cansado y agobiado por la carrera, llevas la presión de quienes te persiguen con el resuello o a quién tú vayas pisando los talones. Tiene su gracia y el que no lo sabe se confía. Eso lo sabes cuando pasas a pie o cuando pasas en bici.
Llegado el momento el juez más avispado dice que se pongan en sus marcas y luego alza su bandera y la deja caer en la clásica señal de arranque y todos arrancan como destapados del fondo de una botella. Ojalá y así mismo llegaran juntos y no desparramados entre los que no llegan. Unos se persignan como si fueran a una misión peligrosa, otros solemnes no dicen nada y nadie esperaba que dijeran algo, hay quienes toman su pastilla de sal, otros comienzan a preocuparse.
Sientes tus pasos, mides tus pies del 8 desparramado, vas viendo los tenis como si fueran nuevos, ojalá y aguanten. Miras tus piernas enflaquecidas pero brillosas y llenas de fibras, con pequeños músculos alargados y elásticos, fogueadas en carreras de medio fondo.
No te confías y ves cómo en los primeros 100 metros los más novatos toman la delantera. Son los más jóvenes, tal vez al rato se cansen o quizás no se cansen nunca y ganen ésta como muchas otras carreras. Muchos de ellos después de una carrera van y juegan un partido llanero y no se cansan ni lo publican ni se lo platican a nadie. En cambio es uno que lo difunde, cuando cuando correr comienza a hacer una hazaña.
A los 500 metros otros más jóvenes también te alcanzan. A los 700 metros comienza la subida y vas entre los últimos. Volteas para un lado y ves en el camellón de en medio del 17 a una amiga que te hace señas que todavía no entiendes y cuando la ves se te olvida preguntarle qué quiso decir con ellas, tal vez una clave que te hiciera ganar o perder dignamente.
Cuando faltan 500 metros para la meta, es verdad que has remontado porque muchos de los más viejos se cansaron, muchos de los jóvenes, es cierto que se han quedado atrás y van a terminar la carrera exhaustos Otros están por hacer su cierre y vienen contigo esperando que tú lo hagas primero. Son los más colmilludos.
Vas en cuarto lugar cuando faltan 200 metros para alcanzar podio. Te subes al podio y te dan el tercero o el segundo lugar y tal vez el primero, pero todavía no llegas. Sueñas despierto mientras flaquean tus piernas, vuelves a ver a tu amiga que te dice que abras más el tranco de tus piernas. Y tú que para ese entonces ya no sabes si tienes piernas.
Entonces comienzas según tú el cierre espectacular. Aunque es el cierre el único cierre que tú tienes cuando tratas como en este caso de llegar en tercer lugar. Otro corre a tu lado pensando igual que tú. Y quieres preguntarle qué ha habido, cómo se siente, cómo anda la cosa, hacerlo tu cuate, pero faltan 100 metros y ya casi 50. Y todavía nadie te despierta de esta pesadilla , el otro aprieta el paso y se adelanta y no puedes decirle que te espere.
Y cuando en la realidad ves que llegas a la meta, quieres empezar desde el principio, entrenar de nuevo, correr más recio, alcanzar a todos, llegar en primero, que nadie te despierte. Y nada de andar publicando que llegaste al último pero llegaste.
HASTA PRONTO.