El T-MEC es el nuevo tratado
comercial en vía de substituir
al TLC. Y por Fondo Monetario
Internacional me refiero en particular
a la Línea de Crédito Flexible.
Son dos negociaciones importantes
en proceso, de las que esperamos
buenos resultados, pero podrían
darnos algunas sorpresas.
México se apresuró a ratificar el
T-MEC en el sexenio anterior. Ahora
esperamos con optimismo su ratificación
por los Estados Unidos y Canadá.
Un buen deseo que tiene mucho
que ver con la importancia que tiene
para México dar una señal fuerte de
certeza a los inversionistas nacionales
y extranjeros.
Para Graciela Márquez, Secretaria
de Economía, algunas empresas
han detenido sus inversiones porque
requieren la seguridad de un tratado
internacional. Arturo Herrera, Secretario
de Hacienda, dice que el nuevo
tratado será un “estímulo increíble”,
para mejorar el clima empresarial y
la inversión, particularmente en un
mundo que enfrenta incertidumbres.
Aparte de que la ratificación es
importante, es viable sobre todo
porque el T-MEC no es motivo de
disputa entre los partidos demócrata
y republicano en los Estados Unidos.
Las cúpulas de ambos partidos en las
dos cámaras del Congreso favorecen
su firma.
Sin embargo, los demócratas no
quieren ponerlo a votación sin antes
contar con el visto bueno de la AFLCIO
que es la principal agrupación de
sindicatos dentro de los Estados Unidos.
Este organismo representa a alrededor
de 12.5 millones de trabajadores. Su
presidente, Richard Trumka acaba de
declarar que los sindicatos no están
convencidos de la disposición y capacapacidad
de México para cumplir con los
acuerdos laborales y ambientales que
son parte del nuevo Tratado.
Es por eso que los negociadores
mexicanos han centrado su atención
en los demócratas y, en particular, en
los temas laborales. A mediados de
octubre pasado el presidente López
Obrador envió una carta a Richard
Neal, del partido demócrata y presidente
del Comité de Medios y Arbitrios
de la Cámara de Representantes
de los Estados Unidos, asegurando
que destinaría más de 900 millones
de dólares para impulsar la reforma
laboral en México.
Tal reforma está en marcha. Son
modificaciones que obedecen a la convicción
presidencial respecto a mejorar
la situación de los trabajadores. Pero
también es innegable que es fuertemente
impulsada desde los Estados
Unidos con exigencias tales como que
en México haya democracia sindical,
que se acaben los contratos de protección
y se fortalezca la capacidad de
negociación de los trabajadores.
La exigencia inicial expresada por
Trump era elevar directamente los
salarios en México. Pronto se dieron
cuenta que eso no podría ocurrir sin
fortalecer de raíz las capacidades
de negociación de los trabajadores.
Su objetivo permanece; que aquí se
eleven los salarios de los trabajado-
res de manera tal que disminuya lo
que consideran competencia desleal.
Sobre todo les interesa no perder
empleos en Estados Unidos porque las
empresas se trasladen a nuestro país.
A Richard Trumka el gran líder sindical
no le bastan las promesas mexicanas.
Así que pide mayor seguridad
no en cuanto a cambiar la letra de la
ley; sino en su adecuada instrumentación.
Eso es lo que cabildea con los
legisladores demócratas y lo que puede
desembocar en cambios al Tratado.
En caso de modificaciones México
tendría que renegociar o aceptar los
cambios y volver a ratificarlo en el
senado. Pero la situación ya no es la
que existía cuando lo ratificó un senado
dominado por el PRI. Ahora podrían
surgir críticas internas a un tratado que
es básicamente similar al anterior TLC.
Al igual que el anterior el nuevo
tratado no le otorga a México un lugar
de socio privilegiado; no es favorable
a que aquí pueda definirse una política
industrial medianamente independiente;
y no protege a la agricultura
mexicana y al desarrollo rural. Una
nueva discusión del tratado podría dar
pie a desacuerdos como los que ha
generado la discusión del presupuesto
para el campo.
¿Qué tan importante es el tratado?
Paradójicamente durante la vigencia
del TLC el grueso del intercambio
comercial y las inversiones externas
norteamericanas se inclinaron a
favor de China.
Lo que ocurrió es que China hizo
algo mucho más importante que
contar con un tratado. Mantuvo
una paridad cambiaria competitiva
asociada a la exportación de capitales
y sin permitir la entrada de capitales
especulativos. Pese a ser pobre, se
convirtió en prestamista de Washington.
Desarrolló una estrategia industrial
independiente y un crecimiento
basado en la substitución de importaciones.
Esa estrategia fue mucho más
efectiva que cualquier tratado.
En contraparte la continuidad
del modelo mexicano de crecimiento
basado en la inversión privada
interna y externa, con un gobierno
austero y reducido, demanda crear
certezas de estabilidad. Tal es el argumento
para esperar que el nuevo
tratado se ratifique lo antes posible.
Hay otro asunto de importancia
coyuntural. Acaba de vencer, a fin de
octubre, la línea de crédito flexible
entre México y el Fondo Monetario
Internacional. Esa línea funciona
como un crédito pre aprobado que
se puede solicitar en caso de que
ocurriera una contingencia cambiaria,
digamos fuga de capitales.
Desde el FMI se dice que México
solicitó reducir el monto de esa línea
de crédito de los actuales 88 mil
millones de dólares a algo así como
70 mil millones de dólares y eso es
lo que se está renegociando. Puede
sospecharse que esa solicitud de reducción
es más bien la mejor alternativa
ante la posible intención de la
agencia financiera para simplemente
eliminar la línea de crédito.
Esto puede asociarse a dos cosas.
El Fondo otorgó un crédito desproporcionado
a Argentina y ahora
está en riesgo de no poder cobrarlo.
Lo segundo es que en México se ha
incrementado la incertidumbre financiera
por varias razones: retraso
en la firma del T-MEC; riesgo de
caída del grado de inversión; temas
de inseguridad y otras. Una de ellas
es precisamente que no se renueve
la línea de crédito flexible.
Hace unos años, para renovar la
línea de crédito el Fondo exigió que
Banco de México dejara de subastar
grandes cantidades de dólares en
una defensa a ultranza de la paridad
cambiaria que resultaba peligrosa.
Al reducir las reservas internacionales
alentaba la volatilidad cambiaria
y se acercaba a tener que emplear la
línea de crédito.
Ahora más que antes el Fondo
no quiere que México recurra a ese
crédito. Pero es importante para el
país porque otorga certidumbre a
los capitales especulativos de que
incluso en una circunstancia difícil
podrán reconvertirse en dólares.
Lo mejor será que el Fondo renueve
la línea de crédito para desalentar
la volatilidad financiera; pero el
compromiso implícito de México debe
ser que no se recurrirá a ese crédito.
Es decir que no habrá una defensa del
peso a costa de agotar las reservas. No
repetir lo que pasó en 1994.