CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.-Literalmente vuelan sobre el pavimento. Su misión es desafiar al tiempo y cumplir con una de las tareas mas antiguas: entregar un paquete. Pero no es un objeto cualquiera, es algo que se espera con anhelo y expectación, una pizza.
Por increíble que parezca, el oficio de repartidor es uno de los mas peligrosos del mundo. Para empezar suele ser en dos ruedas y desde ahí el factor equilibrio ya pesa. Se trabaja a contrarreloj, lo que le agrega mas presión al desempeño. No importa si es de dia o de noche, si esta lloviendo, haciendo frio o un calor del demonio: hay que llegar al destino marcado que muchas veces es muy complicado debido a la deficiente nomenclatura de las calles de la capital además del tráfico que desquicia las calles de la urbe.
La suma de todos estos detalles da forma a un trabajo con riesgo mortal. Tan es así que en cada película o serie de televisión donde hay una escena de personas haciendo fila ante “las puertas de San Pedro” siempre suelen colocar a un repartidor de pizzas en la espera. Parece cómico pero en realidad es algo trágico.
En Victoria hay un sinfín de negocios de comida con reparto a domicilio, pero uno de los mas característicos es esa pizzería que promete dar la pizza sin costo sin costo si la espera fue mayor a 30 minutos.
En una de estos establecimientos trabaja Carlos y el Caminante se fue a echar la platicada con él.
A sus escasos 20 años Carlos ya es todo un veterano en estos menesteres pues antes de laborar en la pizzería ya había trabajado en otro negocio haciendo lo propio.
El Caminante le pregunta sobre los riesgos al transitar por la ciudad, pero Carlos le sorprende al revelar la verdadera molestia al repartir pizzas: los “gorrones hambreados”.
Si, asi como se lee, hay infinidad de clientes que literalmente les arrebatan las pizzas de las manos bajo el argumento de que ya pasaron mas de treinta minutos, aunque no sea asi. De hecho hay personas que intencionalmente dan la dirección de manera engañosa para que el repartidor batalle aún más para dar con el domicilio. Carlos les llama por teléfono para que salgan a la calle para hacer la entrega y ellos dicen hacerlo… pero no lo hacen. Con ese leve engaño los minutos pasan y es cuando los tramposos argumentan que la pizza ya debería ser gratuita.
Los “gorrones hambreados” pueden ser de cualquier clase social, pues a Carlos le ha tocado vivir esto al hacer entregas tanto en casas modestas como lujosas, en colonias populares como en fraccionamientos muy “fifí”.
El teléfono suena y Carlos interrumpe la chamba para atender un pedido. En cuestión de minutos la pizza esta lista. Toma la caja, su casco y raudo y veloz emprende el camino hacia su destino: la Colonia Adolfo López Mateos. Sin embargo Carlos regresa en muy pocos minutos pues el domicilio estaba mal proporcionado y cuando llamo al número que ordenó la pizza lo mandaba “a buzón”. Apenas se había quitado el casco y suena su teléfono: era este cliente reclamando su pizza gratis. Carlos aclara que no fue culpa de el que la entrega no fuera exitosa pero accede a llevarla y emprende el camino nuevamente.
Se anuncia un frente frio que seguramente aumentará los pedidos de pizzas los siguientes días y Carlos sabe que él y sus compañeros tendrán mucha chamba. El Caminante obedece el onceavo mandamiento que es “No estorbar”. El teléfono vuelve a timbrar y la rutina se repite. Alguien trae antojo de una pizza de sartén con cuatro ingredientes, la masa vuela y el horno esta ardiendo, Carlos se alista y sale hecho la raya a las calles de Ciudad Victoria a cumplir con su misión. Demasiada pata de perro por esta semana.