Tal vez mi propia soledad me andaba buscando y yo iba buscandola a ella. No supe cómo en realidad, pero nos encontramos. Si le preguntas a ella, tal vez te lo diga. Yo nunca he querido preguntarle por lo mismo, porque me sé la respuesta. Lo cierto es que la encontré justamente en la esquina del 8 Hidalgo.
Lo recuerdo porque siempre que me detengo en esa calle miró para todas partes de mi vida. Desde ahí mi existencia tiene qué ver en los cuatro puntos cardinales de esta ciudad.
Puesto ahí, justo en el 8 Hidalgo, donde está el semáforo, donde la gente se detiene y mira si no viene un carro. Porque se pone en rojo y no pasó. Justo ahí donde una vez atropellaron al de una moto, le robaron el bolso a una señora, y donde siempre se ponía un merolico. Justamente ahí a un señor le dio un infarto, yo traía camisa blanca y pensaron que yo era médico.
Entonces llegaron muchas personas y me hablaban como si yo fuese el médico y yo empecé a hablar como si yo fuese el médico y el señor estaba muerto y yo no era el médico. Ojalá y el señor hubiese estado vivo y yo hubiera sido un médico en ese momento, pero la vida no son complacencias así que yo nada más escribo y al señor pues nomás le había dado un infarto, de otro modo, de yo haber digo médico, tal vez lo hubiese reanimado, levántate y anda, y él muy obediente se hubiera parado en aquel momento, en algún punto de aquellos cuatro puntos cardinales, pero no. Cuando me alejé de ahí, todavía voltee a mirar y vi que ya no se levantó.
Ahora pienso que como ese señor que se murió, si algún día te vas a otra parte, dejas solos a quienes acompañaste, dejas, abandonas, así sea tu brazo izquierdo o tu zapato viejo. Dejas el alma abajo de la cama en un rincón, dejas orillado en la locura el viejo saco, el sombrero sacro, una gorra, una boina, un zarape que sirvió de cobija, una almohada tenue, una orilla de la cama, dejas esa inmensa soledad, la abandonas.
Esta soledad estaba ahí sola en la esquina del 8 Hidalgo, detenida como el tráfico, como yo mismo que veía para los cuatro puntos cardinales, como si de antemano supiera que con ella podría ir a todas partes.
Justamente una cuadra antes, en el nueve Hidalgo, había visto otras soledades, varias, distintas, pero ninguna de todas ellas como esta. Si tan solo la pudiese trasladar de esta esquina a otra parte, a una plaza, y buscar una banca donde pudiéramos estar a solas valiendo la redundancia.
De modo que ahí estaba ella sola. Ni bonita ni fea. Dicen que es pasajera. Nunca la había visto, pero es claro que la soledad lo conoce a uno desde antes, lo ha visto desnudo a uno, echarse un baño, gritar como chango enfrente del espejo en el cuarto, haciendo lo indecible, lo inconfesable. Sino es que todo el tiempo lo ha visto a uno y uno se calla cuando la soledad es agradable.
No fue fácil convencerla de que me hiciera compañía. No fue fácil para ella abandonar su estatus de llanura de cielos azules y silencios inconmensurables en la esquina de aquel semáforo. Es la otra paradoja. De modo que, agradecido, la tomé de la mano y traté de llevarla como se lleva un brazo para toda la vida. Yo sentí ese brazo que me oprimía el pecho, cierta desolación agridulce.
Sabía que las soledades saben ver de noche y eso me reconfortaba. Tenía muchos libros que leer y la verdad es que la vista comenzaba a fallarme. Además no duermen, están al servicio las 24 horas. Muchos no saben sacarle provecho, pero yo sé que hasta cuando se llora la soledad es buena compañía. También sé que nunca una soledad se acompaña con otra. Así como una compañía no podría acompañarse de otra compañía, tendría que ser alguien que la necesitase.
De regreso para el 9 Hidalgo, cuando pasamos donde estaban aquellas soledades, ya no vimos ninguna, pensé que se habían molestado conmigo. En el lugar de ellas había tres o cuatro personas que se hacían compañía, algunas se tomaban de la mano, otras discutían.
Pensé si la soledad realmente era una parte de la imaginación, pero no podía ser posible, yo la llevaba ahí como un brazo, pegada al cuerpo, rascándome la espalda, sujetándome el otro brazo, recordándome que estaba acompañado, pero que también estaba solo en medio de toda esa multitud, con toda esa gente en una calle Hidalgo de cualquier ciudad de México.
Es curioso. Yo me sentía tan bien acompañado de aquella soledad, en medio de tantas compañías, apenas habíamos avanzado una cuadra y ya pensaba que nunca la dejaría. Era como haber encontrado el pie que le hacía falta a mi otro zapato.
HASTA PRONTO.