Algo había ocurrido durante la noche que cuando los habitantes de aquel pueblo se despertaron no recordaban nada.
Puestos ahí, como si alguien los hubiese traído a cada uno de distintos lugares, se miraban a los ojos, a los brazos, extrañados de no reconocerse, de nunca haberse visto, de tener hasta cierto punto miedo y tratar de huir el uno del otro.
Conforme amaneció, se fueron encontrando en el camino con dirección al baño, bajándose de la cama o ya en la calle, corriendo desesperados, buscándose asimismos y a otros que conocieran de su existencia.
Un amigo de esos que poco vienen a ésta casa llegó corriendo y pronto cerró la puerta, después trató de atajarla con el cuerpo como si alguien le empujara, pero ni siquiera había viento, entonces le pregunté. Pero de su boca salió algo así como una incoherencia.
Muy pronto comprendí que había perdido el habla. En el fondo de su mente trataba de decirme algo pero había olvidado las palabras. Extrañamente yo también había olvidado quién era aquel sujeto que había entrado tan intempestivamente, supuse que sería mi amigo. En realidad podría ser cualquier persona menos yo, eso era fácil si me asomaba al espejo. Quise decirle algo, y tampoco yo pude pronunciar palabra alguna.
Por la ventana se podía observar lo que habían sido las casas de las personas que ahora vagaban sin rumbo por las calles buscando sus hogares y a otras personas que las recordaran. Se querían reconocer por el calor de las miradas, por el tamaño de sus leperadas, por los dientes amarillentos, por la apertura de su sonrisa, por el hedor de su peculio, por el sabor de su piel, por el saludo, por las señales de humo. Buscaban otros aunque fuesen ellos, los mismos, los borrachos de siempre, y no estos desconocidos que nada más los miraban a los ojos.
Yo que vengo de aquellos años, recuerdo esto o lo invento. Sin embargo lo escribo para la memoria de todos nosotros, por si el olvido repentino o a largo plazo, tan temido por todos.
Soy el único que piensa que antes vivimos en otras ciudades más lindas que ésta. Que no se abrían hoyos que salieran en la otra parte de la calle. Pero nadie me hizo caso, así que durante la reconstrucción del recuerdo hemos hecho estas calles llenas de baches y hay manifestaciones de colonos en calles en las que no se les bendijo con la honrosa irregularidad de un bache. Bendita sean las colonias con más baches y hay colonias donde el santo patrono es un bache. Hay colonias marginadas donde desgraciadamente no ha quedado ningún bache. Rueguen por ellas. Tengan piedad de ellas.
La gente cree que antes la ciudad era un bache e igual que los fulanos olvidaban ponerse los calcetines, se iban descalzos a la oficina. Llegaban y apagaban la luz porque se trabajaba a oscuras. Los conserjes iban por la basura a los cestos y la volvían a regar procediendo tal como el día anterior y así sucesivamente hasta llenar la oficina de basura y tuvieron que irse de la ciudad.
A la altura de los semáforos nadie sabía lo que significaba el verde y mucho menos el rojo, habían olvidado lo que era un semáforo, de modo que había accidente de tránsito a cada rato, pero en el camino el agente de tránsito olvidaba el camino y olvidaba que era un agente de tránsito.
Yo era el único que recordaba cómo había sido la ciudad antes del infierno de este olvido, pero un día sospeché que no era el único que pensaba eso. Cada uno pensaba ser el único que recordaba cómo había sido todo esto y por tanto ser el dueño del único recuerdo. Recuerdo que más bien es olvido.
Entonces cada ciudadano se ha olvidado o finje un olvido cada vez más fingido. La ciudad sigue igual desde hace muchos años. Y desde el recuerdo lleno de olvidos la ciudad nos arroja recuerdos. Recordatorios, pequeños mensajes, recados qué nos dice lo que algún día fuimos.
HASTA PRONTO.