Si usted está en la orilla de la cama, sujetese a la cama. Está cerca del suelo. Está en el borde de obsidiana, en el filo de la navaja. Como chivito en precipicio, como si no fuese de noche ni de día.
Antes de dar el primer paso por la vida que es el día, usted se instala en esa ubicación que es la orilla de la cama, la pudrición de la noche, y entró al sol que encandila sus párpados cerrados todavía.
Justo ahí llega usted con los olvidos del día anterior, con el recuerdo borroso del sueño y la precipitación del día que salta con las alarmas y los motores que calientan la mañana.
Está usted justo donde lo que quiere olvidar olvida, pero resulta que lo que quiere olvidar es lo que recuerda y lo que trata de recordar es lo que ya olvidó. Sin embargo sabe que puede mientras tanto andar por ahí merodeando por el día haciendo nuevos recuerdos para olvidarlos enseguida, llegar a esta orilla como todos los días.
En esa línea divisoria entre la noche y el día, en la orilla de la cama ya no hay vuelta de hoja. Abre los ojos por completo y ve el enorme vacío. Levanta los brazos y los conmueve, los incita a moverse como aspas. Y su cuerpo como tren se arrastra por el borde de la vía rumbo a una ciudad desconocida, que es esta misma Ciudad Victoria, donde usted vive.
Usted está a punto de levantarse o de quedarse dormido señor, señora. Pero si es usted valiente avientese un tiro, si va a salir salga corriendo o salga bailando. Échele estilo, sea original al respecto, la vida es muy bonita cuando se es diferente y divertido, cuando no sé es más de lo mismo. Piense que si se queda dormido tal vez no sea usted quien esté soñando. Tal vez sea su rival quien controle sus sueños desde otro lado.
Pudiese ser que una nalga de usted esté en la orilla de la cama y la otra esté en el aire. Más cerca del sillón donde trabaje que en la casa. En el espacio del cuerpo que da al vacío estás usted solo. Y en el lado de la cama no lo sabe.
La noche escurre hacia el Oeste y el frente de batalla es iluminado por el Este. Los pies van por delante siempre. Entonces usted baja un pie de la cama y nadie lo presiente. Usted sabe lo que el otro pie sabe. Entonces baja el otro pie y salta de la cama. Hace ligeros movimientos de calentamiento en el breve espacio del cuerpo del cuarto, como si anduviera corriendo por el Boulevard López Portillo, pero apenas va por el Eje Vial.
La noche le jala la camisa cuando se la pone. Usted se resiste y se pone otra. Un poco más de moda. Pero todavía lo piensa desde la orilla de la cama. La vió en un aparador y no tuvo tiempo de comprarla, no quiso meter las manos a la bolsa y usted sabrá lo que ocurrió con esa camisa.
Si alguien le habla del otro lado de la cama, sujetese a esa voz. Contéstale. Dígale una frase. Cúbrala con las manos y traté de incorporarse. Con todos sus fantasmas hablé a las voces que le hablen, aún con una nalga en el aire.
Desde abajo, los agoreros, como al suicida que ven trepado en lo alto de un edificio, le gritan, “lánzate cobarde”. Y él los escucha desde arriba de la cama con la otra mitad en la orilla, entre la sobrevivencia y la valentía. Luego bajan las cortinas y el suicida sabe que nadie le ve. Quiere ir y regresar. Lanzar una piedra, peinarse, ir al baño. Dar la vuelta al mundo en 24 horas. Que no le caiga gordo nadie cuando baje la otra nalga de la cama. Que no sea lo que es, sin todavía nada en la panza.
HASTA PRONTO.