Vapuleados en las dos últimas elecciones locales, virtualmente en bancarrota y con índices de popularidad por los suelos, los priístas recurrirán a cualquier estrategia posible con tal de salir del profundo agujero en el que se encuentran.
Por eso, a nadie debe sorprender que la nueva dirigencia estatal abre la posibilidad de aliarse con otros partidos para competir en el proceso electoral del 2021. La pregunta en todo caso es a quién le interesaría hacer equipo con los tricolores.
¿Será capaz el PRI tamaulipeco, que alguna vez fue ejemplo nacional de clientelismo político, de asumir sin mayor vergüenza su cercanía con Morena para armar una mega alianza, o más bien harán gala de la buena química que evidentemente sostienen con el poder local? Son dos escenarios que si alguna vez sonaron descabellados, hoy ya no tanto.
Porque la ambición del PRI no puede ser otra que sobrevivir, revertir la tendencia negativa que viene arrastrando en los resultados electorales más recientes.
En la penúltima contienda local, cuando el gobernador Francisco García Cabeza de Vaca venció a Baltazar Hinojosa, la votación global para el PRI fue de 486,124 votos, una auténtica debacle que además les arrebató algunos de los municipios más importantes del estado. En ese tiempo todavía tenía en su poder 35 ayuntamientos, y aquel año logró ganar apenas 16 alcaldías.
Pero lo peor apenas estaba por venir. En 2018, en una elección muy particular marcada por el efecto López Obrador, el Revolucionario Institucional no pudo conservar su segunda posición estatal. PAN y Morena lo vapulearon. Los casi 500 mil votos que consiguió dos años antes, se redujeron a 374 mil.
Perdió los pocos municipios grandes que aún gobernaba y le quedaron apenas seis alcaldías.
De ese tamaño ha sido la caída libre del PRI, y de esa dimensión debe ser el temor a descender aún más bajo en el marcador político de Tamaulipas.