CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.-Los perros empiezan a gruñir al detectar con su oído superfino la voz que los inquieta cada tarde en esta colonia de la periferia, como a las seis de la tarde.
Poco a poco se hace mas notable la letanía de tres palabras acompañada del ruido del motor de una motocicleta:
¡Donas y enamorados! Grita aquel hombre que desgañitándose anuncia que ha llegado la hora del antojo.
Las vecinas salen a paso lento, alguna incluso llevan un ‘toper’ para llevar una buena cantidad de estas delicias.
La plática y las risas que genera la presencia de este vendedor es característica entre señoras que llevan años posponiendo la dieta y que públicamente aceptan su adicción a las harinas fritas “¿Qué se le va a hacer?” dice una de ellas mientras llena su toper con ocho azucaradas piezas (cuatro donas y cuatro enamorados) al tiempo que Charly, el vendedor formula uno de sus mejores chistes para corresponder a la plática de Doña Lucía.
– Es que el clima lo amerita Doña Lucy, las tardes están frescas – comenta el vendedor
– ¡y las mañanas también! Yo por eso compro donas para ahorita con el cafecito y pa’ mañana cuando mi viejo sale temprano a trabajar – Responde la señora al tiempo que saca un rosado billete de cincuenta pesos.
Una a una las vecinas le ponen un buen ‘bajón’ al canasto que ya venía casi a la mitad. Charly cuenta pesos y centavitos para dar el cambio y con amabilidad le comenta a otro vecino que llegó después “ahí me queda a deber cincuenta centavos, es que ya no traigo feria”. El hombre sonriente asiente con la cabeza y se retira.
Charly enciende de nuevo su motocicleta pero a veinte metros viene corriendo una niña que grita “¡señor de las donas! ¡Señor de las donas! ¡Quiero dos y un enamorado!
Este acto que le da satisfacción al antojo cafetero es la consumación de una laboriosa tarea que Charly empezó desde muy temprano. Fue al amanecer que después de echarse un ligero desayuno, encamino sus pasos desde una de las puntas de la ciudad hasta la zona centro para comprar todos los insumos necesarios para preparar su deliciosa mercancía.
Tal vez a muchas personas les parezca esta una chamba trivial, pero para Charly es la manera en que ha podido sortear la crisis económica y la falta de empleo que aqueja a la región. En sus propias palabras cuenta que un dia simplemente se cansó de ser empleado y decidió convertirse en su propio patrón.
“En la obra trabajé un par de años y ¡nombre! Regresaba bien madreado a mi casa y bien tarde, aparte pues lo que ganaba no me alcanzaba, a veces con lo de un dia de trabajo se me iba en medio dia” cuenta el joven nombre que ha empezado a batir su masa, calculando que para el mediodía ya habrá terminado esta faena.
“Yo empecé con mi canastito aquí entre los vecinos, luego un compadre me presto un triciclo y pues ya pude ir más ‘lejecitos’, pero pues también tuve que hacer mas donas porque se me terminaban a medio camino, ya con el tiempo pude sacar a crédito esta moto y pues asi me canso menos y me salió muy económica de gasolina” Cuenta Charly al Caminante al hacer una pausa en su chamba.
Después de ir por su hijo a la primaria y echarse un taco el hombre se dedica a preparar sus dona y enamorados mientras su esposa le ayuda preparando el cremoso relleno.
Ambos están muy orgullosos de la pequeña empresa familiar que han montado y que de manera optimista los ha introducido al autoempleo.
“Yo no entiendo a la gente que solo se la pasa quejándose, quieren un trabajo asi bien chingón que les de mucho dinero y sin tener que cansarse ¡no pos un trabajo así está muy cabrón! ¡Y más si no estudiaste! Todo mundo la quiere de jefe, entonces ¡tu tienes que ser tu propio jefe!” afirma el hombre que a las 4 de la tarde ya se encuentra rellenando los enamorados y azucarando las donas.
La tarde empieza a caer y la vendimia va a comenzar. Aún no enciende su moto cuando llega una ‘doñita’ con un plato de plástico para comprar tres donas. El dia promete ser muy productivo. Charly hace rugir su Italika 150 e inicia su recorrido con su famoso grito: ¡Donas y enamorados!
El Caminante emprende el regreso a casa con un par de delicias que el Charly muy amablemente insistió en regalarle. “Pa’l cafecito” dice. Demasiada pata de perro por esta semana.