Los Mochis, Sinaloa.- Recorre las fiestas populares de México ofreciendo su deliciosa mercancía. Rufino Arredondo, de 77 años de edad, es vendedor de dulces típicos elaborados artesanalmente en su tierra natal: San Miguel de Allende, Guanajuato.
“Vendo dulces típicos: jamoncillos, cocadas, pepitorias, garapiñados, alegrías, guayabate, charamusca, cubiertos, fruta cristalizada, muchos más. Todos los dulces son elaborados por mi familia en casa y después los envían por paquetería para venderlos. Son sabrosos, a los clientes les gustan mucho, se van contentos porque despúes vuelven”.
Va junto a su esposa endulzando paladares por todos los rincones del país.
“Me acompañan mi esposa Natalia, hijos y nietos; nos ayudan a arman y desarmar los puestos, a cargar y descargar la mercancía, porque yo ya no puedo cargar por mi edad, solo me queda enseñarles el camino. Como todos los comerciantes ambulantes, andamos de pueblo en pueblo, de feria en feria, en exposiciones, en carnavales, en todas las fiestas populares”.
Y en cada pieza va el alma de las manos que las elaboraron. Es sabor, es arte, es melancolía.
“Vengo de una familia de artesanos y comerciantes, cuando nací me traían en una cajita en el puesto, desde chicos nos enseñaron a trabajar y ahora nosotros seguimos deteniendo los pilares de nuestra ascendencia. Fue una tradición que agarré desde antes de nacer porque toda mi familia se ha dedicado a esto, les seguí el camino y ahora mis hijos van detrás de mí”.
En sus manos descansa una tradición. Recetas que se mantienen vivas de generación en generación.
“En el pueblo hay mucho comerciante, se dedican al dulce, a la talavera, a la cerámica, al papel maché, a la plata, al oro, en San Miguel de Allende se elabora mucha artesanía. Fuí artesano durante mucho tiempo, trabajaba la cerámica, pero después ya no pude por la edad y me empecé a dedicar a los dulces porque es lo más fácil”.
Su gran surtido es una verdadera fiesta de colores, aromas y sabores.
“Es un gusto andar de pueblo en pueblo, yo creo que si dejamos de trabajar para descansar, nos vamos a sentir muy tristes. Siento que no podría dejar de vender dulces porque lo que más me iba a doler, sería extrañar a mi gente, a mis clientes, los pueblos a donde llegamos”.
Sabores que invitan a viajar por el tiempo, que al cerrar los ojos, nos hace recordar la más dulce de nuestras infancias.
“Mi esposa y yo somos una misma persona, así lo veo, porque siempre andamos juntos. Ya nada es difícil nada para nosotros, comemos donde sea y dormimos donde se pueda. Nuestro hogar está en San Miguel Allende, Guanajuato, vamos a descansar y a ver a la poca familia que nos queda allá”.
Don Rufino se aferra a continuar con el legado de sus padres, un oficio que es sustento y que se resiste a fenecer.
“Mi familia ya no quiere que trabaje pero yo si quiero, y mientras Dios me permita seguiré vendiendo mis dulces. Me gusta mucho y es nuestro patrimonio, gracias a este negocio hemos sacado adelante a toda nuestra descendencia, a nuestros seis hijos y seguimos con los nietos, queremos que ellos continúen estudiando”.