El prestigiado Instituto Mexicano
de Ejecutivos de Finanzas –IMEF-,
acaba de emitir un amplio documento,
que para los aficionados del
beis bol se diría que se volaron la barda.
Abordo el escrito en cuatro partes:
Primero, un diagnóstico que básicamente
señala que estamos mal; en 2019
hubo recesión y para este año el crecimiento
esperado es de apenas del uno
por ciento.
Después sugieren generalizar el IVA
al 16 por ciento, con excepción de una
canasta de consumo estrictamente básica,
y reducir el impuesto sobre la renta
corporativo del 30 al 23 por ciento.
Prosiguen con un discurso, cuento
de hadas, sobre la adopción voluntaria
por parte de las empresas de un nuevo
enfoque de responsabilidad social y
ambiental.
Y por último quieren mecanismos de
participación empresarial, prácticamente
co-gobierno, en la toma de decisiones
más importantes, por ejemplo, finanzas e
inversión en infraestructura.
El IMEF maquilla como propuesta
con enfoque social este documento y
presenta una posición empresarial radical,
fuerte, en la batalla ideológica sobre
la estrategia de crecimiento que debe
adoptar el país.
Pueden identificarse tres grandes
grupos ideológicos en México: los que
piensan que hay que acrecentar las capacidades,
sobre todo financieras, del gobierno
en un modelo liderado por el libre
mercado y con un gasto que favorezca a
la iniciativa privada, es decir la estrategia
de las últimas décadas; Otro gran grupo
son lo que creen que requerimos un
estado fuerte, rector de la economía, que
fortalezca la producción industrial y del
campo, el mercado interno y el bienestar
colectivo; y, por último, los que piensan
que vamos bien y solo hay que seguir
combatiendo la corrupción.
El IMEF se alinea con las grandes
agencias internacionales en que hay que
elevar impuestos. México tuvo, en 2018,
una captación fiscal del 16.13 por ciento
del PIB según OCDE, mientras que el
promedio de ese grupo de 34 países fue
del 34.26 por ciento. Somos, como se dijo
desde la CEPAL, un paraíso fiscal para las
grandes fortunas. Por cierto, que también
fuimos en 2018 el país de la OCDE con
menor gasto social; un 7.5 por ciento del
PIB mientras que el promedio fue de 20.1
por ciento.
Sin embargo, IMEF propone elevar
impuestos de manera muy distinta a lo
que sugieren agencias internacionales
como las mencionadas: no un impuesto
sobre la renta más progresivo, donde
los muy ricos paguen un porcentaje
significativo, o a las grandes herencias
y fortunas. No, lo que propone IMEF es
que todos paguemos el IVA en más bienes
y servicios. Algo fundamentalmente
regresivo, es decir donde los que menos
tienen pagan más que los muy ricos por
la sencilla razón de que a los pobres y
a la enorme mayoría se nos va todo el
ingreso en el gasto del mes. Mientras
que una minoría ocupa en el gasto
mensual una pequeña porción de sus
altos ingresos; el grueso va a acrecentar
su fortuna.
IMEF quiere que el gobierno gaste más
en inversión contratada con empresas
privadas, así que propone generalizar el
IVA; pero al mismo tiempo quiere reducir
los impuestos que pagan las empresas.
En su documento presenta el cuadro
sobre el índice de desarrollo humano de
las Naciones Unidas, pero está de adorno
porque no nos dice que la captación fiscal
y el gasto social en otros países son mucho
más altos en su porcentaje del PIB.
Al IMEF le resulta imposible no
reconocer lo que ahora se dice en todos
los grandes organismos internacionales
y encuentros de las cúpulas dirigentes
de la economía y la política: que el libre
mercado nos deja una herencia de estancamiento
e inequidad. Por lo cual, si
propone un cambio de fondo, el cambio
del pensamiento empresarial.
El caso es que la propuesta fiscal del
IMEF le pega al consumo de la mayoría
y le da mayores ganancias a los corporativos
empresariales. Pero le resulta
imposible no reconocer lo que ahora se
dice en todos los grandes organismos
internacionales y en los encuentros de
las cúpulas dirigentes de la economía
y la política: que el libre mercado nos
deja una herencia de estancamiento e
inequidad extrema, con millones, en
México en la miseria y el hambre.
Entonces habría que preguntarse
¿en dónde se encuentra el supuesto enfoque
social? Y la respuesta es sorprendente;
en la transformación a fondo
del pensamiento y comportamiento
empresarial.
Siguiendo el nuevo discurso de las
elites mundiales IMEF dice que es necesario
generar nuevos modelos de participación
que eviten los extremos ya sea
del libre mercado o de la intervención
estatal. Capitalismo con enfoque social.
Y sobre esta vertiente se explaya.
Hay que hacer lo de costumbre, fomentar
de manera decidida la inversión
empresarial, solo que ahora, a cambio,
las empresas se enfocarán en la creación
de valor compartido. Supuestamente
dejaría de ser su prioridad única
el interés de los accionistas, la rentabilidad,
para que en adelante la empresa
adopte los intereses de su entorno; los
de sus proveedores, clientes y la comunidad
en que se encuentra.
Pero no se detiene aquí la fantasía,
en adelante, las empresas evolucionarán
del mero enfoque filantrópico
caracterizado por donaciones a causas
sociales y del de responsabilidad social,
con miras a reducir impactos negativos,
hacia una visión de creación de valor
compartido en la que, al incorporar
los intereses del entorno, los intereses
sociales y ambientales, mejorarán el
estado del mundo.
IMEF plantea la necesidad de
cambio que muchos compartimos, pero
para ello, además de una propuesta fiscal
claramente antisocial, nos propone
una quimera, la adopción voluntaria por
parte del empresariado de la responsabilidad
de mejorar el mundo en todos
sentidos.
Partiendo de esa fantasía IMEF propone
la creación de un Consejo Fiscal
Independiente, apartidista, formado por
expertos fiscales como ellos (que casualidad).
También quiere que sea creado
un instituto o agencia de planeación y
gestión de la infraestructura con visión
transexenal y participación multisectorial
que supervise y dé seguimiento
a los proyectos en operación evitando
que el país se reinvente cada seis años.
Es decir que bajo el manto del
conocimiento financiero experto y el
apoliticismo quieren co-gobernar.
Así, ¿o de limón?