La relación inestable -para decirlo suavemente- que ha sostenido el presidente López Obrador con el empresariado, ha llegado a una nueva etapa, en la que distinguidos miembros de la clase empresarial ahora acuden, presurosos pero bien ordenados, a cualquier evento que los convoque el mandatario.
Esta vuelta de tuerca tuvo uno de sus momentos culminantes la semana pasada, cuando cientos de los líderes de empresa más acaudalados del país acudieron a Palacio Nacional, para firmar sin chistar una carta compromiso que los obliga a pagar por lo menos 20 millones de pesos en “cachitos” para la rifa relacionada con el avión presidencial.
Ahí estuvieron los dueños de Televisa, Carso, IUSA y otros grandes grupos: la antes llamada mafia del poder convocada por la cuarta transformación, y cooperando sin mayores objeciones.
Lejos, pero no enterrados, quedaron los tiempos en que AMLO acusaba a los empresarios de todos los males del país, y estos a su vez, financiaban campañas para evitar a toda costa su llegada a la presidencia.
En fin, como el tabasqueño ya es presidente, su relación tóxica ahora está en otro nivel. Él los necesita aunque no le guste aceptarlo, y ellos han visto suficientes evidencias de que la Fiscalía y la UIF no se tientan el corazón para congelar las cuentas y abrir los procesos judiciales que sean necesarios.
Y como antes que cualquier otra cosa son muy precavidos, seguramente veremos más cenas de cooperacha, con sendos tamales a la mesa.
En otros tópicos más domésticos, la desesperación por hacer ruido empieza a hacer mella en algunos políticos que buscan figurar en las próximas elecciones.
Los hay por ejemplo, quienes ya se metieron de vloggers como el diputado y ex Secretario de Educación matamorense, Héctor Escobar. El contenido que promociona en sus redes sociales lo muestra haciendo entrevistas, asando carne y obsequiándonos apreciables momentos de humor involuntario.
Lo peor es que como esto apenas empieza, veremos cosas peores.