Estoy aquí sentado y el próximo segundo me presiona, sabe que sigue él y me presiona, me angustia a cada instante. Uno pasa así la vida. Escribo y desde hace rato me quiero rascar la nariz y sin embargo sigo escribiendo. Mis dedos están ocupados en el teclado de este segundo trémulo. Uno pasa así la vida entre lo que elige y lo que se queda de lado.
Sí elijo rascar la nariz quizás vuelva al teclado con otra palabra distinta a esta que escribo, quizás para entonces haya olvidado a qué vine al mundo, quizás me detenga y vaya al baño, se me ocurra salir a la tienda y al volver elija otra ciudad para vivir, para morir en ella y desde allí escribir todo esto que no elegí, lo que pudo ser y no fue.
O tal vez, con el corazón aún latiendo, me quede a morir allí en ese segundo trémulo, en el toque final de una obra clásica. En el tren de un trueno espontáneo.
El segundo de tiempo es sólo un punto, pero un punto infinito donde es difícil detener el paso sin percatarse del esplendor que hay en ese breve universo. La espera se disipa, la constante es una mano en otra. Es la pregunta y todas respuestas antes de que todo acabe. En un segundo caben todas las emociones juntas.
Hay dos vidas: una en donde uno va muriendo a cada instante, la otra es la del sobreviviente. Ninguno de los dos tiene tiempo de arrepentirse, el segundo es tan repentino y cursi. Uno quiere hasta el final de este segundo seguir viviendo y por eso muere, y como no pasa al día siguiente, no amanece.
Uno camina por la vida sobre un cristal hecho añicos. Sobre la realidad no se camina ni se escribe. La realidad es una fotografía, es un segundo que presiona a otro, un instante único del movimiento. Lo que sigue es una foto y otra y otra hasta que concluye la película con los letreros interminables de los créditos y los anuncios de los que se anuncian en medio de la calle horrorizada.
Sentado en la barra de una cantina los segundos apuran otra cerveza, el cantinero lo sabe, no es brujo pero es rápido y al poner una cerveza piensa en la otra, mientras limpia la barra con su franela húmeda. Nos mira con desconfianza. Se tarda dos, tres o cuatro segundos más de los debidos. Otros parroquianos le apuran: “Hey, cantinero, te pedimos una hace ya muchos años”. Yo veo las servilletas viejas, el humo enloquecido buscando una salida entre el sopor de los orines y el aliento alcoholizado de los segundos que parpadean en los espejos.
Como sea, durante el día paso por las cosas que desean ser tocadas. Los colores se distinguen unos de otros y ofrecen sus miradas. Escojo una tarde llena de luces rojas y un amanecer en el lucero. Se escoge lo que se ama en un segundo, vuelve a escogerse hasta el fin del mundo. La clepsidra moja los labios del reloj y anuncia el tiempo de los besos. Los besos sucesivos son segundos muy largos.
En la foto salgo aseando calzado y un rayo de sol me da en la espalda, el pelo hace sombra en donde estuvo una araña, pero hoy es un trapo. El tiempo fue sólo un segundo pero hace muchos años. Los años no trastocaron aquel segundo maravilloso. Soy quien escapó de aquel escenario y sigo corriendo a la velocidad de la luz, velocidad con la que se camina y al mismo se detiene uno. En un segundo.
HASTA PRONTO.