Un día sin nosotras, el paro de
mujeres programado para el día 9
de marzo no lo inventó la derecha
mexicana, por más que esté tratando de
subirse en él. Por el contrario, fue idea
inicial del movimiento femenil chileno
que se caracteriza por su empatía con
las banderas de la izquierda y la protesta
contra el gobierno conservador de Sebastián
Piñeira.
De hecho, la agenda feminista chilena
de 2020 surgió del Encuentro Plurinacional
de las que Luchan, que a su vez
forma parte del Programa Contra la
Precarización de la Vida. Muchas de las
reivindicaciones de los grupos feministas
chilenos, claves en la actual ola de protestas
que recorre el continente, surgieron en
oposición a las políticas conservadoras y
neoliberales de aquel país.
En México, incluso, gran parte de la
lucha de las mujeres, particularmente en
lo que toca a temas de aborto, sexualidad
y equidad de género se ha dado históricamente
en confrontación con las políticas
tradicionales sostenidas por la derecha
católica, el panismo, los grupos Pro Vida
y organizaciones similares. Y tampoco
podemos olvidar que la legislación y las
políticas publicas de la Ciudad de México,
gobernada por la izquierda desde hace
más de 20 años, han sido precursoras
en todo el país en temas de equidad de
género, libertad y derechos femeninos o
tolerancia sexual.
¿Cómo diablos, entonces, hemos llegado
a la percepción de que un gobierno
que se declara a favor de los derechos de
los oprimidos y las víctimas sea considerado
opuesto a este movimiento que clama
en contra de los feminicidios? ¿Cómo
es posible que la derecha conservadora
ahora esté buscando cosechar políticamente
una bandera contra la cual siempre
ha estado confrontada?
Las razones son varias, desde luego,
pero la principal a mi juicio tiene que
ver con una percepción distorsionada
de parte del presidente. López Obrador
asumió desde un primer momento que la
indignación y las protestas por el auge de
los feminicidios obedecía en gran medida
al peso que le otorgaron medios de comunicación
como el Reforma y columnistas
“adversarios” con los cuales parece
estar obsesionado. Y sí, en efecto, esos
espacios difundieron tales temas, pero
también lo hicieron muchos otros medios,
corrientes de opinión y público en
general, impactados por el dramatismo
de los casos y el incremento del fenómeno
del feminicidio, que deja una terrible
sensación de indefensión en el ciudadano
de a pie. Siempre hay intereses que
intentan llevar agua a su molino, pero el
agua no tiene la culpa de eso. Hay una
enorme preocupación, real y legítima,
al margen de los que intentan ponerse
la medallita. Interpretar el fenómeno
como si se tratase de un malestar inflado
o creado por los impresentables impide
ver lo qué hay detrás. Y lo qué hay detrás
es muchísima gente preocupada por la
vulnerabilidad en que se encuentran las
hijas y hermanas de todos y todas.
Una vez que los grupos de derecha
advirtieron que había una causa popular
con la cual se estaba indisponiendo el
presidente, acudieron a ella como moscas
a la miel. A pesar de que grupos feministas
y participantes del movimiento repudian
esos intentos de la derecha conservadora,
el presidente ha seguido quejándose y,
por ende, magnificando el peso de tales
supuestos voceros, que no lo son.
Por supuesto que frente cualquier
crisis la gente exige de manera crítica
una mayor intervención de la autoridad
y el caso de los feminicidios no ha sido
la excepción. Pero lo mismo se hizo en
contra de gobiernos panistas o priistas
por motivos de pederastia o feminicidios
en Juárez. El gobierno de la 4T tenía todo
para hacerse eco de esta preocupación,
ponerse al frente de ella y emprender
acciones puntuales y políticas públicas
para atenderla. Por razones inexplicables
decidió desdeñarla. Peor aún, la interpretación
de muchos es que ahora pretende
boicotear las protestas y oponerse a
ellas. ¿O de qué otra manera entender la
campaña #Noalparonacional impulsada
en círculos oficiales?
Todavía hace dos días, con la imagen
difundida en Instagram por Beatriz
Gutiérrez Mueller, esposa del presidente,
en la que apoyaba el paro del 9 de marzo
y las declaraciones iniciales favorables
de mujeres conspicuas de la 4T (Olga
Sánchez Cordero, Claudia Sheinbaum
o Luisa María Alcalde), parecería que
terminarían imponiéndose estos vasos
comunicantes entre las reivindicaciones
feministas y la agenda social progresista.
Pero el mensaje de arrepentimiento de la
propia Doña Beatriz, horas más tarde, al
subir a Instagram el póster de la campaña
contra el paro, dejó sin margen de
acción al resto de las mujeres vinculadas a
Morena para participar en el movimiento
del 9 de marzo.
Desde luego hay motivos respetables
para estar en desacuerdo con un paro
nacional de mujeres. Hay quienes argumentan
que la lucha contra el feminicidio
no pasa por la segregación de hombres
y mujeres sino por el combate contra el
machismo, y que tanto hombres como
mujeres somos parte del fenómeno y
también sus víctimas. En ese sentido, un
paro de mujeres haría pensar a muchos,
por exclusión, en una confrontación de
género, cuando no lo es. El tema es debatible
y escapa a los límites de este espacio.
Hay razones comprensibles y respetables
para decidir participar en el paro o
para no participar en él; lo que es absurdo
es hacerlo o no hacerlo porque se trata de
estar en contra o a favor de López Obrador,
estar con la derecha o estar en