La celebración del Día Internacional
de la Mujer el próximo
8 de marzo tiene una tradición
mundial centenaria. Sin embargo,
nunca en México había tenido la
importancia que tendrá este año
debido al hartazgo que provocan
las múltiples formas de violencia
cotidiana que sufren las mujeres en
sus trabajos, en la calle y hasta en
sus casas.
El asesinato infame, de la mayor
crueldad y asociado al abuso
sexual, del que ha sido víctima
una niña de apenas siete años ha
provocado estupor e indignación.
Ha sido como la gota que derrama
el vaso; pero antes que ella hubo
muchas otras gotas criminales que
colmaron la paciencia de las jóvenes
universitarias. En estos crímenes
brutales se han sintetizado los
extremos de desintegración social y
familiar a los que hemos llegado.
De esta descomposición social
y de la inseguridad somos víctimas
todos, sea porque la sufrimos
directamente o porque tenemos que
abandonar el desenfado, cambiar de
hábitos y vivir en estado de alerta.
Pero hay de víctimas a víctimas;
en la población más vulnerable se
acumulan los golpes y sufrimientos
de todo tipo. Los que genera la
pobreza, el hacinamiento, la mala e
insuficiente alimentación, el no tener
para comprarle zapatos a los niños,
la permanente falta de dinero y las
necesidades básicas insatisfechas.
Y la población más vulnerable,
son las mujeres, las adolescentes, las
niñas.
El día internacional de la mujer no
ha sido, en su larga historia, un día de
celebración, sino de luchas encabezadas
por mujeres combativas, en
su mayoría de izquierda, socialistas
y comunistas. A las mujeres no seles concedió, sino que tuvieron que
pelear por el derecho a votar, a tener
propiedades y a poder heredar; tuvieron
que pelear por el derecho a tener
trabajos remunerados, a estudiar y
a ser profesionistas. Hoy pelean por
obtener salarios iguales a los de los
hombres cuando realizan las mismas
actividades, a obtener ascensos asociados
a sus méritos y capacidades.
Pelearon también para decidir
con quién casarse; y ahora a la
planeación familiar, que todavía les
niega la iglesia católica; y a decidir
sobre su propio cuerpo en el caso de
embarazos indeseados.
La legitima protesta de las mujeres
no debe verse como la respuesta a
algo que solo las afecta a ellas. Hay
que colocar el sufrimiento de las
mujeres en un contexto más amplio:el de la desintegración de la familia
que surge del modelo económico.
En las últimas décadas el deterioro
del ingreso de los trabajadores, el
abandono del campo y el proceso
de desindustrialización, es decir la
quiebra de la producción campesina
y de las medianas y pequeñas
empresas urbanas, hizo que millones,
sobre todo hombres, emigraran a
los Estados Unidos. Abandonaron el
trato cotidiano con sus parejas e hijos,
aunque mantuvieron lazos afectivos a
distancia y siguen enviando dinero a
sus familias.
La cruel ruptura de millones de
familias deterioró la transmisión de
padres a hijos de valores esenciales
asociados al trabajo honesto, al
respeto a los mayores y a las mujeres.
La orfandad es cruel y se convirtió ensemilla de crueldad social.
Pero el golpe a la familia no
se limitó a la emigración. Los
mexicanos pasamos a tener uno de
los salarios más bajos de América
Latina, más bajos que en Centro
América y, al mismo tiempo las
mayores exigencias laborales.
Según datos de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo
Económico los trabajadores
mexicanos son los que más trabajan,
con un promedio de 2,148 horas al
año; el promedio en los 34 países de
esa organización es de 1,734 horas
al año; en Francia el promedio es
de 1,520 horas y en Alemania de
1,363. La diferencia es fuerte; los
mexicanos trabajan el equivalente a
10 semanas más que el promedio en
los otros países.
Al mismo tiempo vivimos un
deterioro salarial acelerado. Cierto
que tras un deterioro brutal del
80 por ciento en cuatro décadas
en los últimos años mejoró un
poco el salario mínimo. Pero es
impresionante que de 2010 a
2018 se perdieron 2.5 millones de
empleos que pagaban más de tres
salarios mínimos. El empleo que se
incrementa, el que paga menos de
dos salarios mínimos, es en general
precario, inseguro y explotador.
No he cambiado el tema.
El deterioro de los ingresos
ha reducido enormemente la
posibilidad de que la familia se
mantenga con un solo trabajador.
Ha forzado la entrada de las mujeres
a un mundo laboral explotador, al
mismo tiempo que tienen que seguir
realizando las tareas domésticas; y
esto no es una gran victoria.
Ocurre un incremento
insoportable de presiones que
obstruyen la convivencia con hijos y
parejas y aumentan las tensiones, e
incluso la violencia intrafamiliar.
De manera generalizada en todo
el mundo la gente vive más años. Es
el resultado de las vacunas, de una
mejor alimentación, de acceso a
agua potable, de una vida más sana,
segura y, posiblemente, feliz. Pero
no en México en los últimos años.
En el año 2000 la esperanza de vida
de los mexicanos fue de 74.73 años
y en 2015 de 74.71 años. Mientras la
población del mundo mejoraba su
situación, aquí empeoraba.
Como le llamen, modernidad
o neoliberalismo, el caso es que
el modelo económico y social que
seguimos tiene como principales
víctimas a los trabajadores, a las
familias y, sobre todo a las mujeres.
Este próximo 8 de marzo muchas
mujeres marcharán en un gran
número de ciudades del mundo.
En México será especialmente
importante que se hagan notar y
exijan un mejor trato. Lo merecen
a lo grande. Porque no se trata de
conseguir pequeños símbolos de
aprecio, una flor, un perfume, sino
de cambiar el rumbo de México.
Veamos con respeto sus demandas;
porque lo que necesitan ellas, lo
necesitamos todos. Si las mujeres
triunfan, triunfamos todos.