“Cada vez le resultaba más difícil recordar y también le resultaba complicado y hasta peligroso regresar por donde había venido o ir a donde quiera que hubiese planeado. Estaba como quien dice perdido”
El último sobreviviente caminó hacia la esquina y no le extrañó ver a nadie. Ya en el poste leyó un anuncio sobre una cartulina verde que daba un teléfono para quien quisiera trabajo, ofrecían un sueldo más o menos, medio tiempo o tiempo completo, pagó a destajo. Lo habían puesto ayer y todavía no lo había leído nadie.
Haber llegado hasta ahí, arrastrando a duras penas la bolsa de su glorioso pasado, le sumaba méritos y le zumbaba en los oídos.
Después de varios días de darse cuenta qué, caray, se había quedado solo nomás de repente, pensó que de perdido le hubieran avisado y él, que era tan precavido les hubiera dicho a todos: “pónganse abusados, nos vamos a morir y no habrá sobrevivientes”, pero de ahí a que fuera él el último en morir, había estado muy lejos de su ingenua imaginación.
Cada vez le resultaba más difícil recordar y también le resultaba complicado y hasta peligroso regresar por donde había venido o ir a donde quiera que hubiese planeado. Estaba como quien dice perdido. Tal vez por eso tenía sentido su sobrevivencia. Además, tenía la ciudad para él solo ahora.
La sobrevivencia consiste en no caer en la trampa, pensó el sobreviviente en un momento filosófico mientras se asomaba al fondo de la calle a ver si no venía gente, algún perro que se atravesará o humo que saliera de una casa. Ni siquiera pasaba una hoja en el aire que anunciara si era viento del norte o era Huasteco.
Porque recordar a todos los muertos era llevarlos, traerlos de nuevo, comer con ellos. Pero no había hojas en el aire ni en el suelo. Andaba buscando un árbol para respirar. Se estaba muriendo. Como un niño que no quiere ver a otro para no darle Sabritas. Veía pero iba ciego.
Cuando uno cree que se salvó, es cuando se está muriendo.
Había estado en medio de una guerra, su voz extraña hablaba como en la Biblia de tanto leerla, aunque no la había leído. Las paredes de su cuerpo, aquel templo vacío, sostenían lo último que quedaba de él. Y lo último que quedaba de él sostenía las paredes a la vez. Era un concurso en el viento a ver cuál de los dos caía primero.
Extrañaba extrañar porque dejó de recordar los abrazos y los saludos de mano. Quería extrañar el frío que ahora lo hacía temblar viendo para todos lados. Tampoco quería morir, ni ahora en la cúspide de su gloria, quería volver al día de ayer y tropezarse con la misma piedra.
Se había subido a un autobús repleto de vacío, de gente que no hablaba, de gente imaginaria de ahora en adelante, como cuando la vejez recupera la infancia. Iba de pie en medio del pasillo.
En cada esquina no bajaba nadie. No había gente esperando para ofrecerle el premio del récord guinness como el más aguantador, tampoco él podía darse el crédito a ocho columnas.
En su soledad nadie le quita dos vueltas al estadio. Los chicles de menta. La soledad de último sobreviviente que se junta mucho con la soledad del señor intendente. Saluda para preguntar a dónde se ha ido la gente. Tampoco hay tribunas, alguien se robó el Marte R Gómez.
Si el último sobreviviente tiene hambre, no habrá quién le venda comida. Lo bueno de todo esto es que a donde quiera que va es el último y el primero, seguro. Se gana y se pierde al mismo tiempo, como ir a un partido del corre, ser el primero y el último, llenar uno solo el estadio y perder como siempre. Fallar un penalti sin portero, porque falló la pelota. Pero nadie le ve cuando se es el último sobreviviente.
Luego de andar por un rato en el cuarto a oscuras, en medio de la existencia borrosa, tentaleando las cosas, los muebles del cuarto; el último sobreviviente encontró los lentes y se los puso.
Entonces, asomándose por la ventana se dio cuenta de que todavía quedaban algunas personas, fue hasta que amaneció que salieron todas, sin justificación alguna.
Chinchero…por un momento pensó que estaba solo. Ya iba a ir a la presidencia para autoproclamarse alcalde y acabar con todos los males del mundo. Después fue y volvió a leer la cartulina verde y anotó el número.
HASTA PRONTO.