Las mujeres son las víctimas,
por supuesto. Los hombres
son los victimarios, desde
luego. No hay forma en que
una sociedad se mire a los ojos
mientras la mitad de ella sufre
violencia o discriminación por el
simple hecho de ser mujer. Pero
sería terrible creer que esta es una
lucha entre dos mitades: hombres
vs. mujeres y viceversa, por más
que enfrentamos un sistema de
valores, prejuicios y creencias
construido en las sociedades
patriarcales para discriminar,
subordinar y someter al sexo
femenino. Es justamente ese
sistema de valores y creencias,
llamado misoginia, el que
tendríamos que desmontar para
aspirar a vivir en una sociedad en
el que mujeres y hombres puedan
gozar de una vida plena.
Sí, las mujeres son las víctimas
del machismo, pero no solo ellas,
por más que se lleven la peor parte
(eso no está en discusión). Los
hombres también son víctimas aun
cuando lo sean de otra manera.
Cada vez que a un niño le es negada
la posibilidad de expresar ternura,
externar su debilidad o mostrar su
delicadeza en aras de convertirlo
en un “varoncito”, está perdiendo
un pedazo de humanidad. El
tránsito que va de ser un niño a un
macho es una construcción social
y familiar. Una construcción en la
que participan los adultos que lo
rodean, hombres y mujeres por
igual. Las madres a la par que los
padres son fábrica de misóginos;
tipos que a su vez van a perpetrar
la violencia de género que se
alimenta de todos los estereotipos
con que crecieron. En ese sentido,
la misoginia es un comportamiento
“congénito” que las familias van
transmitiendo a sus hijos e hijas,
como eslabones de un patrón
de género que se reproduce y
perpetúa.
Por eso es que es absurdo
encarar el problema como una
guerra que define a los hombres
como enemigos de las mujeres. El
verdadero enemigo es una ideología
construida para hacernos creer
que los hombres valen más que las
mujeres.
Encarar el asunto como una
rivalidad de club de Tobis contra
club de Lulús es absurdo; hay
muchas mujeres que ejercen un
comportamiento machista en
contra de otras mujeres, además del
papel ya mencionado de algunas,
como agentes de inseminación de
valores y actitudes que refrendan y
reproducen el machismo.
Se me dirá que las madres que
enseñan a sus hijas a “entender cuál
es su lugar”, que no es más que la
indoctrinación del sometimiento,
a su vez son resultado de un
condicionamiento previo; no son
más que víctimas formando a
otras víctimas actuando como
cómplices del victimario. Pero
lo mismo podría decirse de
muchos de esos padres que sin
ser violentos tampoco enfrentan
a los abusadores, con lo cual se
convierten en cómplices pasivos. El
problema es la normalización de un
comportamiento indigno de unos y
de otros.
La esclavitud y la discriminación
racial requirió de una ideología
que establecía el derecho genuino
de los blancos sobre razas
supuestamente inferiores; existieron
incluso argumentos presuntamente
científicos, bíblicos y económicos
para justificar este prejuicio. Y si
bien no ha sido erradicado, los
avances conseguidos no fueron
resultado de una guerra entre
blancos y negros, sino de la erosión
de una ideología hegemónica que
dejó de serlo gracias al esfuerzo
de muchos negros y blancos
conscientes de esa injusticia.
La literatura feminista ha
dejado en claro la manera en que
el ejercicio de los micro abusos,
muchos de los cuales surgen desde
la infancia, van construyendo el
clima que lleva a un hombre a
sentirse con el derecho de ejercer
violencia contra algo que considera
inferior y debe estar sometido a
su voluntad. No es difícil rastrear
en un feminicida al niño al que le
fue inculcado que era indigno e
inadmisible perder ante una niña. En
ese sentido, el machismo también
cercena a un hombre porque lo
convierte en un discapacitado
emocional, con carencias
fundamentales para establecer una
relación sana con las mujeres y, en
última instancia, con otros hombres.
Hoy, que es el día de la mujer,
tendrían que expresarse todos
aquellos que desean un mundo
en el que exista mayor equidad de
género. Hay muchos hombres que
desean corregir un estado de cosas
que lastima, disminuye y pone en
riesgo a las mujeres, entre otras
cosas porque son pareja, hermanos
o padres de ellas y porque también
han sido víctima de este machismo
absurdo. Ojalá que las marchistas
lo asuman así y conviertan este
día en una jornada por la igualdad,
un acto de confrontación contra la
misoginia, y no una trinchera de
agravio entre hombres y mujeres.
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