“Sin embargo no estaba seguro si antes de llegar a la pared encontraría en el camino otra realidad, pues un reflejo, una sombra extraña, un apagón de luz podría llevarlo al fondo de la cama”
Hastiado, el espejo dio un paso hacia afuera del marco y salió de improviso. Sacó un pie y luego el otro y cuando volteó hacia atrás vio el hueco que dejó en el marco. No había vidrios quebrados sobre el suelo, el trabajo había sido limpio y él salió integro sin derramar una sola gota de agua.
Después fue a echarse una ducha. Estaba hasta la madre de estar ahí estancado, copiando imagen tras imágenes y no siempre imágenes satisfactorias, por lo general eran imágenes egoístas, poco naturales, con muchas máscaras, plastas de maquillaje y era difícil ver a una persona real.
Imágenes sobrepuestas y por más que se asomaba no lograba observar la piel verdadera de las personas. Iban y se pintaban enfrente de él sin rubores o que diga, en el caso de las mujeres, con demasiados rubores, y los hombres luego de ver para todos lados, también coqueteaban, cerraban sus ojos, se checaban su perfil griego que según ellos habían visto gustaba a las mujeres, lo ensayaban dos o tres veces, de eso se cansan los espejos. Todo suele ser artificial.
Esta vez pensaba asomarse por la ventana y ver la calle principal de la ciudad. Sin embargo no estaba seguro si antes de llegar a la pared encontraría en el camino otra realidad, pues un reflejo, una sombra extraña, un apagón de luz podría llevarlo al fondo de la cama.
Cualquiera que lo viera ahí en esas condiciones se espantaría, estaban acostumbrados a verlo inmóvil enmarcado, listo para cumplir sus caprichos de anónimos bailarines de ballet. De rascadores de espinillas insoportables. De inconfesables mocos sacados del cerebro. De servir de remedio para sus falsedades.
Nada más había sido espejo de hotel, pero soñaba con haber sido otros espejos. Había escuchado las aventuras de los espejos de mano de mujeres nostálgicas de las que entran y salen al cuarto a cada rato. Hubiera querido dialogar con ellos, pero él, como todo espejo de hotel, no hablaba. Y qué bueno. La raza no podía esperar menos de su parte.
Había escuchado a los sujetos más viejos hablar de los primeros espejos. Había sido espejo momentáneo del plomero que lo instaló ahí en el baño de ese cuarto de hotel del centro. Había visto pleitos, encuentros, desesperados desencuentros y mucho sexo. Conocía los secretos de aquellos que robaban y sabía por qué robaban el shampoo, las toallas, los ceniceros y el jabón chiquito.
Cuando por fin terminó de bañarse se dirigió hacia la ventana y sintió el aire fresco y transparente que no se refleja, que huye de las miradas de los espejos. El espejo sonrío y secó un poco el pelo suelto que cayó al suelo.
Estaba atrás del biombo, a un paso de la ventana, cuando escuchó un ruido y tuvo que esconderse de nuevo para escuchar con claridad unos pasos que se acercaban al marco que había dejado solo y luego se retiraron dejando nuevamente el silencio con el marco mirándose asustados.
Al ver el peligro en el que estaba decidió volver al marco. Después de meter un paso y luego el otro quedó otra vez instalado en ese lugar y escuchó de nuevo las voces que se acercaban.
Uno de ellos iba a quejarse de que no había espejo en el baño, pero quedó estupefacto cuando lo vio allí en el marco reluciente. Acto seguido lo tocó con la mano para cerciorarse de que fuese cierto y lo era. Hasta la fecha. Ni quién se lo quiera robar. El administrador movió la cabeza y ambos salieron del cuarto.
El espejo volvió a salir de su marco de aluminio, corrió hacia la ventana y alcanzó a decir adiós al retrovisor de un taxi que pasa esta hora sin falta todos los días por la calle Hidalgo.
HASTA PRONTO.